Estamos en presencia de una estrategia de alienación que pretende llevar al extremo la polarización del país, cuya raíz es la endeble base de gobernabilidad de los actuales herederos del poder
«El poder del odio está infravalorado. Es más fácil unir a la gente alrededor del odio que en torno a cualquier creencia positiva».
Parece una frase calcada para la realidad venezolana. Ver como quienes dirigen al “canal de todos los venezolanos” instigan impunemente al desprecio hacia quienes no militan en la doctrina chavista, más que rabia, me inspira profundo dolor por las palpables consecuencias que esto trae.
Proyectar dos veces en cadena nacional –martes al mediodía y miércoles en la noche-, una sarta de imágenes y sonidos manipulados con el único fin de sembrar odio, no tiene perdón de Dios.
Sin duda que estamos en presencia de una estrategia de alienación que pretende llevar al extremo la polarización del país, cuya raíz es la endeble base de gobernabilidad de los actuales herederos del poder. Los sectores más excluidos comenzaron no sólo a ver como opción el mensaje de Henrique Capriles Radonski, sino que al menos un millón de quienes se ponen una franela roja votaron por él. Nicolás Maduro los llama “confundidos”. La procesión va por dentro, sabe que un sismo de inconformidad hizo crujir las bases populares de lo que una vez fue una sólida plataforma electoral.
Dialogar no parece ser su opción. Sobrevivir a costa de lo que sea sí, por ello alimenta el demonio de la radicalización.
Ciclo de ataques
“Acción y reacción”. Semejante estado de cosas le echa gasolina a la candela que en estos tiempos toma mayor auge en sectores radicales de la oposición. Los niveles de intolerancia ascienden a niveles peligrosos para la estabilidad de la República. Incluso, aquellos que no son fanáticos también se dejan arrastrar por ese ciclo de mala vibra. Reaparecen con mayor vigor los ataques al pueblo chavista. Matrimonios a punto de divorcio. Familias peleadas. Amistades de casi toda una vida que penden de un hilo. Agresividad en las calles. Peatones a la defensiva, conductores a la ofensiva. Es que por donde vaya se consigue a alguien incapaz de canalizar adecuadamente la cizaña que siembran ambos bandos, en una espiral de insultos que en nada ayudan a Venezuela.
Hora de parar
Llamar a la paz en tono de guerra es un sincronizado cinismo que le hace un deliberado daño al país. Da lo mismo gritar “te quiero” o “fascista”, acompañado de un lenguaje corporal que “invita” a la pelea.
Y Nicolás Maduro maneja esa bipolaridad con absoluta soltura: El 19 abril, al juramentarse como presidente de Venezuela ante la Asamblea Nacional, se muestra “dispuesto a conversar hasta con el diablo”, para luego “aliñar” su agresiva exhortación tildando como “nuevo Carmona” a Henrique Capriles Radonski, el líder opositor por el que votó –pequeño detalle- la otra mitad del país.
¿En esas condiciones, quién dialoga? Más bien parece una invitación a “déjame insultarte en tu propia cara”, y no una convocatoria a un encuentro vital y necesario para una nación fracturada en dos toletes.
No queda más que concluir que a pesar de las recomendaciones hechas por el exvicepresidente José Vicente Rangel, sobre la urgencia de tender puentes entre ambas tendencias, quienes finalmente deciden no están interesados en construirlos.
Pero aún estamos a tiempo de rectificar.
Sería un bálsamo para la paz que Maduro abra las puertas del diálogo sincero, “contenga sus locos” –tal como lo admitió Diosdado- y que quienes acudan a ese llamado no guarden cuchillos en el cinto. No será fácil pero los verdaderos líderes deben cesar esta guerra no declarada que deja cicatrices en la sociedad venezolana.
Es momento de enterrar el hacha de la guerra, aunque la tentación nos empuje a lo contrario.
El demonio está suelto y estamos obligados a domarlo.
La cita con la que inicié estas líneas, aunque calza justa a la realidad que afrontamos hoy, no es dedicada a Venezuela, sino a cómo Adolf Hitler “consiguió arrastrar tras de sí, en la terrible espiral de la guerra y el genocidio, a millones de alemanes”, según describe el historiador y documentalista británico Laurence Rees, en un artículo que publicó esta semana el portal web analítica.com, titulado “El secreto de Hitler era el odio”, escrito por Jacinto Antón
De Fosforito y carreñadas
El ala más dura del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), asume la vocería desde el insulto.
La señora Iris Valera tilda de “drogadicto” al líder por el que votó la mitad del país sin mostrar una prueba de semejante acusación y de paso dice que le tiene lista una celda… Sinceramente no sé que tan verdadera sea esa aseveración, pero cierto es que Henrique Capriles jamás ha salido retratado al lado de un pran y tampoco es responsable de la lamentable mortandad que diariamente se registra en los penales del país.
“Carreñadas”
¿Quién puede creer en algo que diga Pedro Carreño? Al tiempo que se desgañita atacando al salvaje capitalismo, costea lujosas fiestas –harto conocidas son las imágenes que se difundieron sobre uno de esos eventos hace varios años-; asimismo, al vestir, el socialista diputado no escatima gastos en carísimas corbatas Louis Vuitton y zapatos Gucci.
Por si fuera poco, hizo el ridículo mundial en el año 2000 cuando dijo que DirecTV “nos grababa”… y en 2002, otra “carreñada” lo catapultó al museo del absurdo al afirmar que Vladimiro Montesinos, el siniestro exjefe de inteligencia del entonces presidente peruano Alberto Fujimori, “había muerto” y dos meses después apareció “vivito y coleando” aquí en Venezuela.
Con semejante “hoja de vida”, este señor es quien dirige en la Asamblea Nacional una comisión que aún sin concluir la investigación, ya responsabilizó a Henrique Capriles por los desmanes registrados en varias partes del país, algunos de los cuales dejaron hogares enlutados, tras los resultados anunciados por el CNE el pasado 14A…
¿Qué persiguen ambos personajes con sus expresiones? ¿Seguir atizando el fuego de la confrontación? ¿Sus irresponsables aseveraciones son producto de su “propia cosecha” o acaso obedecen a una directriz para seguir fomentando el odio?
LA FRASE
“Yo deploro las balas. Yo no quiero balas. Yo no vacilo en confesar mi pánico por una bala. El chasquido de los fusiles me hace correr, me espanta, pone en peligro a los míos y me impide oír a la soprano Jessye Norman que es lo que más se me parece a ser feliz en mi entorno”.
José Ignacio Cabrujas
El Diario de Caracas, domingo 7 de julio de 1992
SIN RODEOS
Richard Sanz
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