No tengo quince días de proclamado ganador y ya muchos de los míos añoran el pasado. Los de la oposición, abiertamente, no me reconocen como autoridad, pero los que me siguen tampoco terminan de aceptarme, al menos de la boca para adentro, como su presidente. Es la consecuencia de catorce años de forzar al pueblo a tratar de avanzar mirando siempre hacia atrás
Reconozco que no me está resultando fácil la cosa. Estoy rodeado de hienas que con sus falsas risas y adulancias no logran ocultar su secreto anhelo de verme defenestrado y disminuido. Al parecer los cambios que se esperaban para Venezuela no sólo los querían los opositores, sino también los nuestros. Si no me lo creen, piensen en las centenas de miles de voluntades oficialistas que votaron el 14A por Capriles y que todas las noches me recuerdan ominosas que yo no soy Chávez.
También me lo había dicho mi mentor: “Cuídate de los ajenos, de los que no están con nosotros, pero con los nuestros mantén siempre abiertos los ojos. Las más viles y traidoras puñaladas no te las dan desde lejos, sino desde muy cerca”. La verdad es que muchos de los míos no me ayudan, fingen hacerlo pero no me ayudan. Son como tiburones que sólo están esperando que caiga una mínima gota de sangre, en estas aguas atribuladas en las que a duras penas braceo, para lanzarse a destrozarme.
Venezuela: potro indomable
Uno, in pectore, quisiera que por el momento nuestra verdadera naturaleza permaneciera velada y que sólo se mostrara puertas adentro y de manera subrepticia, que no así, de manera abierta y escandalosa, cuando los ojos del mundo están puestos sobre nosotros y cuando aún no he terminado de acomodarme en la silla. Mi apariencia de legitimidad pende de un hilo y no he podido someter a quienes se empeñan en hacerme quedar mal. Esto ha sido, de nuestra parte, error tras error, y la verdad es que esos cacerolazos que tanto me están atormentando me han recordado que esta nación es un potro que no se deja domar fácilmente, mucho menos por alguien que desde el comienzo se montó en sus lomos sin el permiso del pueblo.
¡Me están encendiendo al país!
Diosdado parece disfrutar mucho viendo cómo el mundo entero se da cuenta de que, al menos mientras a mí me toque estar en el gobierno, ningún parlamentario que no esté con nosotros tendrá voz ni voto en la AN. Es muy grave, no se da cuenta (¿o quizás sí?) del daño que eso nos hace: Deja en evidencia no sólo que estamos desconociendo la voluntad de esa mayoría, el 52% de los votantes que democráticamente eligió a los diputados opositores, sino además que no vamos a respetar la Constitución que nos legó nuestro Comandante Chávez. Ese mal ejemplo, además, replicó en diferentes Asambleas Legislativas en varios estados ¡Qué torpeza! ¡No he terminado ocupar Miraflores cuando ya me están encendiendo al país por todos lados! Lo peor es que tengo que aplaudirles la gracia, porque igual no se cansan de hacerme ver que el Comandante era sólo uno y que, en todo caso, esto es más una cooperativa que una presidencia.
Empecé dudoso, sigo dudoso
El CNE fue más hábil, se limitó a responder la solicitud de auditoría con el silencio; pero igual me la está jugando. El país se me está volviendo ingobernable. Estoy claro en que contar las papeletas una a una, contrastándolas además con las actas y los cuadernos de votación, me sacaría de acá inmediatamente, pero si evitamos que la verdad se conociera una vez lo podemos hacer dos veces. Empecé dudoso, sigo dudoso, y no habíamos contado con esa oposición tan seria y tan resteada contra la que ahora nos enfrentamos. Están mucho más organizados y tienen sus metas, y sus métodos constitucionales, muy claros. No hallo por dónde entrarles, no hay arrestos, golpes, ni perdigones que los intimiden, y cuando los criminalizamos, disfrazando su derecho a protestar de delito, se nos ven muy claras las costuras autoritarias. Muchos de mi equipo, me lo han dicho mis fuentes de inteligencia, ya susurran por los pasillos que nada de esto lo hubiera permitido el Comandante ¡Buena broma pues! No tengo quince días de proclamado ganador y ya muchos de los míos añoran el pasado. Los de la oposición, abiertamente, no me reconocen como autoridad, pero los que me siguen tampoco terminan de aceptarme, al menos de la boca para adentro, como su presidente. Es la consecuencia de catorce años de forzar al pueblo a tratar de avanzar mirando siempre hacia atrás.
Excesos y cegueras nos pasarán factura
Los peores quizás han sido los subalternos, los que están en algunos de esos puestos anodinos, burocráticos e inútiles que el Comandante se dio a la tarea de crear, so pretexto de “darle más poder al pueblo”, a lo largo de su mandato. Son los que me cierran la boca cada vez que pregono mis orígenes obreros y humildes. Yo sé que debo salir de muchos empleados públicos que le andan haciendo guiños a Capriles y a los suyos, pero eso es una cosa y otra muy diferente es estar haciendo reuniones y actos públicos en los que se les dice a los más vulnerables que les vamos a quitar el pan de sus mesas sólo por haberse mostrado favorables a la auditoría del total de los votos o peor, por haber supuestamente votado por la oposición. Las trampitas que hemos tendido para ver quién pisa el peine de creer que el voto no era secreto nos han dejado en ridículo, y eso de proclamar que no vamos a respetar ni la legislación laboral, en un gobierno que se pregona como “socialista”, nos está restando apoyos importantísimos. No me sirve de nada decirle al mundo que vengo de abajo, cuando es contra los de abajo que más se afanan mis segundones. No nos ha dado el intelecto para idear formas más sutiles de neutralizar a quienes se nos oponen, mucho menos para comprender que el mejor camino sería concertar, dialogar en paz y tender la mano a quienes no piensen como nosotros, pero ahora empiezo a ver que nuestros excesos y cegueras, tarde o temprano, nos van a pasar factura.
¡Voy con todo y contra todos!
¡Y dígame de los que la han emprendido contra los militares! Es cierto, yo estoy consciente y de acuerdo con la depuración en la FAN. Para mí es necesaria, hasta indispensable, pero eso sí es jugar con pólvora, en todo el sentido de la expresión. Si algo me sostiene acá es que la mayoría de los uniformados aún no ha terminado de asumir posición en relación a los resultados electorales y que, como siempre ha sido a lo largo de la historia, ellos están esperando ver qué rumbo toman los civiles para tomar sus decisiones. Tengo, por supuesto, algunos incondicionales, pero jamás olvido que tal condición vino de un endoso que me hizo Chávez, que no de mis méritos personales, y que esa lealtad prestada se sustenta en prebendas fáciles y acomodaticias que hoy están, pero mañana puede que no. A veces, en soledad, me doy cuenta de que no deberíamos tensar tanto la barra en los cuarteles.
Pero ya lo dijo Diosdado, en otra de sus recientes incontinencias que tanto daño nos están haciendo: Chávez ya no está y no hay quien amarre o contenga a los locos, que ahora hacen estragos por todo el país. Sin embargo, nada me importa, nada me turba. Yo, Nicolás, voy con todo y contra todos. Son las mieles del poder las que me mueven. Mantenerme gozando de ellas, en beneficio de quienes están tras de mí, que no de la Patria, es mi objetivo. Dialogar, resolver en paz los conflictos o lidiar con la engorrosa inseguridad, con la evidente escasez, o con la incontrolable inflación, no me interesa. Allá los que no lo entiendan.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @himiobsantome