El no reconocimiento de la elección de Nicolás Maduro por parte de Washington, a contracorriente de las posturas unánimes de Celac, Unasur, Mercosur y ALBA, explica el porqué la voz de Estados Unidos cuenta cada vez menos en esta parte del mundo
Alfredo Toro Hardy
Nunca antes Estados Unidos se había encontrado tan aislado dentro de la región como ahora. Ello es resultado de la confluencia de tres factores dados a lo largo de este siglo. En primer lugar la arrogancia y las torpezas superlativas que caracterizaron las relaciones de la Administración Bush hacia esta parte del mundo. El reconocido catedrático de la Universidad de Columbia, Greg Grandin, reseñó extensamente las mismas en un importante libro de hace unos años (Empire’s Workshop, New York, 2006).
El paso a la Administración Obama, que tantas expectativas despertó en la región, no logró alterar el movimiento inercial heredado del gobierno precedente más allá de un lenguaje y un estilo más moderados. En segundo lugar la aparición de un fuerte liderazgo de izquierda y centro izquierda que dio alas a una postura de independencia inédita en la región. En la IV Cumbre de las Américas, celebrada en Mar del Plata en noviembre de 2005, dichos líderes pusieron punto final a las aspiraciones de hegemonía económica de Washington en estas latitudes.
En tercer lugar la aparición de China como un interlocutor económico susceptible de contrarrestar la fuerte dependencia frente a Estados Unidos. China es hoy el mayor mercado de exportación para Brasil, Chile y Perú y el segundo para Argentina, Uruguay, Cuba, Colombia y Venezuela. Más aún, entre 2005 y 2011 dicho país prestó a la región 75 millardos de dólares, lo que representa más que lo que hicieron juntos el Banco Mundial, el US Export-Import Bank y el Banco Interamericano de Desarrollo.
El aislamiento de Washington encuentra su mayor expresión en el surgimiento de una potente arquitectura institucional de naturaleza regional en la cual Estados Unidos no encuentra cabida y que, en varias de sus instancias, marcha a contracorriente de ese país. La más lograda expresión de esa arquitectura es la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, Celac, integrada por 33 países, 590 millones de habitantes y 20 millones de kilómetros cuadrados. Lo interesante de esta red de instituciones regionales es que en ellas se genera, con frecuencia, una unanimidad de criterios entre gobiernos de derecha, centro derecha, izquierda y centro izquierda, sustentada en su identidad común como naciones emergentes que buscan ser dueñas de su propio destino. Mark Weisbrot ha destacado cómo Juan Manuel Santos dio prioridad a la inclusión plena de Colombia dentro de esta institucionalidad regional por sobre la relación privilegiada que Uribe había mantenido con Washington. Ello ante el aislamiento que dicha relación le había significado a su país dentro de América del Sur (China.org.cn, 11 abril, 2011).
El no reconocimiento de la elección de Nicolás Maduro por parte de Washington, a contracorriente de las posturas unánimes de Celac, Unasur, Mercosur y ALBA, explica el porqué la voz de Estados Unidos cuenta cada vez menos en esta parte del mundo. Dicha posición, que contaría lo expresado por la comunidad internacional, da muestra de un nivel de injerencia que las naciones de América Latina y el Caribe simple y sencillamente no consideran ya aceptable.
¿En qué mundo vivirán? ¿Serán conscientes de su inmensa torpeza?