Política y electoralmente el país está partido en dos mitades. Hay una mitad que apoya al gobierno. Hay otra mitad que quiere cambio. Frente a esta realidad nos corresponde decidir si los próximos años los vamos a invertir en tratar de destruirnos recíprocamente o vamos a ensayar una política de diálogo, de reconciliación y de entendimiento, para resolver los graves problemas del país.
En España, en 1.936, no hubo espacio para el diálogo.
Vinieron tres años de guerra civil. Durante esa guerra, una España intentó asesinar a la otra España. Al final vinieron cuarenta años de dictadura.
En Chile en 1.973 no hubo espacio para el diálogo. Vino un golpe de estado sangriento y al final 17 años de dictadura militarista.
En Venezuela en 1.948 no hubo espacio para el diálogo, vino un golpe militar incruento y después, diez años de dictadura militarista. Dictadura que sólo pudo ser superada por un gran testimonio de diálogo y de unidad entre todas las fuerzas que antes no habían querido o no habían sabido o no habían podido dialogar.
Para dialogar es indispensable el reconocimiento del otro.
No se puede comenzar por descalificar el adversario considerándolo escuálido o poco representativo. Ahora son dos mitades iguales. Además, es indispensable el respeto recíproco. Se requiere entonces determinar quiénes son los actores que deben ser llamados a dialogar y cuáles son los temas acerca de los cuales se debe dialogar.
Acerca de estos asuntos hablaré en próximos artículos. Por lo pronto es importante declarar que dejamos atrás la política de la confrontación y que asumimos la cultura del diálogo, con todas sus consecuencias.
Todos hemos aplaudido la paternal admonición que nos ha hecho el Papa Francisco a los venezolanos exhortándonos al diálogo y a la reconciliación. Además de aplaudir al Papa, lo cual me parece muy bien, actuemos en consecuencia con sus sabias recomendaciones.
Eduardo Fernández