Hugo Chávez observa desde un cuadro con marco negro mientras José Pastano toma café después de cenar con sus hijos en la modesta vivienda que comparte con 17 familiares en un barrio pobre del sector occidental de Caracas.
Inclinado sobre la mesa, este mecánico de autobuses jubilado increpa a sus hijos por apoyar a la oposición y les dice que eran unos ingratos que no reconocían todo lo que había hecho el difunto presidente por el país en sus 14 años de gobierno. La exigua victoria del partido oficialista en las elecciones presidenciales del mes pasado, sostiene, es lo único que impide que firmas estadounidenses se apoderen de la industria petrolífera venezolana, hoy en manos del estado.
«Están ciegos y sordos. No quieren aceptar la verdad», afirmó. «La verdad es que Chávez sacó a millones de compatriotas de la pobreza». En un país donde el oficialismo y la oposición tienen prácticamente el mismo caudal de votos, numerosas familias han sido desgarradas por la política y las tensiones han dado lugar incluso a episodios sangrientos en las calles.
Esposos y esposas, hermanos y hermanas, padres e hijos se encuentran en campos opuestos, unos apoyando a Nicolás Maduro, elegido por Chávez como su sucesor, y otros volcados a la oposición, que acusa al gobierno socialista de apelar al fraude y la intimidación para conservar la presidencia por un margen de votos del 1,49%.
En la propia Asamblea Nacional la discordia produjo un enfrentamiento a golpes el mes pasado, cuando legisladores oficialistas se ofuscaron porque la oposición no reconocía la victoria electoral de Maduro.
La política es una vieja obsesión de los venezolanos, que se acentuó luego de la llegada de Chávez al poder, con sus afirmaciones de que la oposición estaba formada por «escuálidos» y los esfuerzos de sus rivales políticos por destituirlo mediante un golpe y un referendo. Muchos, no obstante, dicen que las tensiones alcanzaron un nivel que no se veía desde el fallido golpe del 2002, que alejó brevemente a Chávez del poder.
Si a esto le agrega una campaña del gobierno contra la oposición después de los comicios, muchos venezolanos se ven obligados a buscar un difícil equilibrio entre sus relaciones personales y firmes convicciones políticas. «En todas las familias chavistas siempre vas a conseguir un opositor», declaró Mirla Pérez, profesora de trabajos sociales que estudia las relaciones familiares en la Universidad Central de Venezuela. «Cuando eso sucede, hay conflicto. Es una tensión permanente que se libera solamente no hablando».
Las divisiones en el seno de las familias a menudo siguen líneas generacionales. De un lado están los padres, que recuerdan vívidamente los problemas que vivía el país antes de la llegada de Chávez, con la inflación, la devaluación de la moneda, la delincuencia y la inestabilidad política. Si bien esos problemas persisten, y, de hecho, podrían haber empeorado bajo Chávez, los partidarios del líder destacan sus programas sociales y se enorgullecen de su retórica nacionalista.
En el otro rincón están los hijos adultos más educados, que ven los fracasos de Chávez, no sus logros. Pastrano tiene dos hijos, José, de 43 años y consultor de seguridad en el transporte, y Mauri, de 47 y quien trabaja en un laboratorio médico del gobierno.
«¿Cuál es el socialismo del que hablan?», preguntó Mauri una noche reciente. «Ellos dicen que son socialistas, pero no suben a los barrios para ayudar a la comunidad». Su padre Edwin lo secundó. Dijo que el gobierno no hace nada para combatir la delincuencia, mejorar las carreteras o limpiar las pilas de basura que congestionan los desagües.
A José Pastano le temblaba un ojo mientras escuchaba y trataba de intervenir. Pero su padre, de 71 años, comenzó a tener problemas para respirar, se recostó en su asiento y se tomó el pecho, temblando. «Necesito calmarme», expresó, mientras su esposa lo acompañaba a su habitación. Fin de la discusión, al menos por esa noche.
Escenas como esta se repiten incluso entre las familias de más renombre de Venezuela. El ministro de Información Ernesto Villegas critica frecuentemente a los detractores del gobierno, mientras que su hermano Vladimir es un conocido periodista, crítico del oficialismo y quien anunció hace poco que asumirá la dirección de Globovisión, al último canal de oposición que queda en el país.
Hay que «navegar en medio de un país muy polarizado, dividido, con una situación de animosidad política bastante complicada», dijo Vladimir Villegas, acotando que siempre tuvo una relación muy buena con su hermano a pesar de las diferencias políticas. «Ahora, con el ministro, espero tener las mejores relaciones», expresó.
En otro caso sonado, una de las militantes juveniles más importantes de las organizaciones que apoyaron al candidato opositor Henrique Capriles es la hija del ex gobernador estatal Didalco Bolívar, líder de un partido que integra la coalición de gobierno. «Amo a mi padre, pero comparto la visión del país de Capriles», afirmó Manuela Bolívar.
Un elemento constante de las discusiones familiares es la pasión que muchos sienten por el carismático Chávez, quien pasó a ser prácticamente un miembro más la familia. Desde su muerte, el oficialismo insiste en la consigna de que todos los venezolanos son hijos de Chávez. «La relación que la familia popular venezolana ha tenido con el presidente no es una relación de funcionamiento, ni una relación de poder», sostuvo la profesora Pérez. «Es una relación familiar».
Añadió que su propia familia está dividida. «Tuve una discusión tremenda con mi mamá», relató, porque «comparó el sentimiento que tiene por la muerte de Chávez con el sentimiento que tuvo tras la muerte de mi hermano».
Angélica Ramírez, estudiante universitaria de 22 años del estado oriental de Bolívar, dice que dejó de hablarle a una prima chavista y no quiso visitar a sus abuelos después de la elección del mes pasado por temor a que estallasen discusiones políticas fuertes. «El 15 de abril no fui a la casa de mi abuela porque no había respeto de mi punto de vista», manifestó.
«Mientras no se toce el tema en la casa, todos estamos bien», agregó. «(Pero) Se toca el tema y pues empiezan con mensajes bastante agresivos, bastante amenazantes». Sus parientes no quisieron ser entrevistados. En medio de tanta polarización, Inés Pastano, de 68 años, es una excepción, pues no se juega por nadie.
Dijo que su esposo sufre de presión alta y arritmia cardíaca, y que no soporta las tensiones que generan las diferencias políticas. La mujer caminó hacia el centro de la sala de estar y luego hacia un costado.
«Los chavistas están por aquí», indicó. Luego se cruzó hacia el otro lado de la sala. «Y los que apoyan a la oposición por acá». Acto seguido se plantó de nuevo en el centro. «Yo estoy aquí, precisamente en el medio». AP