Luego de la muerte de un paciente, delincuente o no, familiares atacan a los profesionales con golpes e insultos, quienes deben atrincherarse en la guardia del hospital. Los allegados amedrentan a los médicos: «Hagan algo porque los vamos a matar». Lo más sencillo es la lluvia de ofensas, amenazas, gritos y patadas
Hombres, y a veces, mujeres ingresan a las salas de emergencia de los hospitales en la Venezuela de hoy día y, sin mayores dificultades u obstáculos asesinan, rematan a sus circunstanciales rivales mientras éstos se hallan en recuperación, incluso en pleno acto médico quirúrgico de salvamento.
Noticias como estas se hacen comunes en nuestros medios de comunicación y entre personas que esperan a las puertas de los servicios de emergencia y morgue del país: «Indicaron que en el interior del área de urgencias del hospital hombres armados ingresaron y atacaron a balazos a un ciudadano al que previamente habían herido en un conflicto de calle… a las pocas horas falleció como consecuencia de la gravedad de las nuevas heridas».
Hechos como los antes mencionados son excesivamente frecuentes en centros hospitalarios de todo el país, como el Clínico Universitario de Caracas, Hospital de Coche, Magallanes de Catia y Pérez Carreño, en el Victorino Santaella de Los Teques, o en el Pastor Oropeza de Barquisimeto, y en los hospitales Uyapar de Puerto Ordaz o Guaiparo de San Félix.
Acorralados en su trabajo
El personal de salud, particularmente médicos y enfermeras, relatan con desesperación, cómo deben curar a heridos víctimas de delincuentes, y tener que abandonar premeditadamente las emergencias hospitalarias para no resultar también lesionados o muertos cuando sujetos armados, en plan de rematar a sus rivales o eventuales testigos de sus crímenes, ingresan violentamente, incluso en motos, hasta el propio quirófano sin que nada ni nadie los detenga. Son muchos los que aseguran que hasta los advierten y amenazan con retaliación si prestan atención o salvan al agraviado.
Cruda realidad
Funcionarios del sistema de emergencia 171 relatan, desde su particular experiencia en recibir solicitudes de apoyo por parte de personal hospitalario que, en uno de los hospitales arriba nombrados, una médico pedía auxilio a través de su teléfono celular, debido a este tipo de violencia en la sala de emergencia, clamando por ayuda escondida en su habitación de descanso. Al ser advertida que en el hospital estaban la Guardia de Milicia y la Policía, la profesional decía, ¡los primeros que se escondieron fueron los agentes y los milicianos! La respuesta fue, ¡doctora, quédese donde está que ya enviamos refuerzos para el hospital!
En ocasiones son los agentes policiales, incluso guardias nacionales y funcionarios del Cicpc, quienes insinúan a médicos y enfermeros, que no debieran esmerarse mucho en salvar a un herido pues se trataría de un violador sexual o un homicida de amplio record que tiene pendiente pagar la vida de agentes de la seguridad pública. Pese a la obligada ética médica, ¡hay tratamientos médico-quirúrgicos que son dolorosísimos cuando se quiere!
Estamos en presencia de una violencia social en el país, que es una muestra de la quiebra de valores, pérdida de principios morales, merma de la convivencia social necesaria, la cual no se salva con policías y militares en las calles, ni siquiera de en las puertas de hospitales. Es tiempo de fortalecer la cultura ciudadana y la educación cívica; es ocasión de darle preponderancia a lo civil antes que a lo militar. Es momento de fortalecer lo democrático y desistir de la tentación autocrática. Es época de gobernar para encauzar la vida y la paz en comunidad; no es periodo para mandar con la muerte y la guerra en la sociedad.
Cuentos de terror
Hay anécdotas que cuentan médicos de esos llamados «hospitales de guerra» que, en ocasiones han estado en circunstancias de ser asaltados o atracados en las calles de nuestras ciudades y pueblos, y han tenido la fortuna de ser reconocidos por el asaltante o atracador y haber escuchado la frase feliz y salvadora, ¡coño doctor, se me salva porque acabo de darme cuenta que usted fue quien me curó de mis heridas hace poquito en el hospital!, ¡vaya, ándese con más cuidado por estas calle, pana!, ¡ah, y dele gracias a mi santo San Gabriel de la Dolorosa, que intercede por mi vida y metió su mano por usted!
Hernán Papaterra e-mail: hpapaterra@yahoo.com