Lo que hace que el campocorto Derek Jeter sea una leyenda no está escrito en los libros ni lo reflejan las estadísticas
La magia del beisbol siempre vivirá en el relato de historias, como la grandeza de Ruth, la identidad del Medio Oeste con Musial, el inquebrantable Robinson, y el desafío complejo y la ambigüedad moral de Bonds. Es lo que le da vida a las estadísticas. Desafortunadamente, en una era de Moneyball y Ligas de Fantasía, los números se han separado y se convirtieron en algo más importante que los jugadores.
Todos excepto uno.
Derek Jeter, de los Yankees de Nueva York, ha desafiado el impacto de los dos elementos con más influencia en esta época: el cambio institucional hacia el análisis cuantitativo, y la pasión cínica para los cuadrangulares, impulsado por las sustancias para mejorar el rendimiento. Por el momento, está atascado en 3,304 hits, y no volverá sino hasta después la pausa del Juego de Estrellas por una lesión en el tobillo. Pero con Jeter, lo visual siempre ha sido mejor que lo numérico, y nunca había existido un momento mejor para apreciar eso que en su ausencia, que sólo subraya su longevidad.
Por muchos años, los hombres de estadísticas nunca lo admiraron al mismo nivel que sus rivales estelares en las paradas cortas: Álex Rodríguez, Nomar Garcíaparra y Miguel Tejada. Jeter, ahora con 38 años, ha durado más que ellos en la posición y creó un legado mucho más convincente. (Rodríguez y Tejada siempre estarán ligados con el uso de sustancias prohibidas, y Jeter probablemente terminará con el doble de los 1,747 que conectó Garciaparra).
Jeter definió de forma más clara su esencia en ocasiones separadas en la Serie Divisional 2001 contra los Atléticos de Oakland .
El primer momento fue, por supuesto, «El Giro», en el tercer partido de la serie, un clásico que terminó 1-0 a favor de los Yankees, y que detonó su exitoso regreso tras estar dos juegos abajo en la serie. Culpen a Jeremy Giambi por no barrerse, o a los bats de Oakland, por no conseguir un gran imparable. Denle mérito a Mike Mussina por blanquear a los Atléticos. Pero, mientras el libro de anotaciones registra la jugada de Jeter simplemente como un out (que se anotó 9-6-2), ésta desmoralizó a los Atléticos.
El segundo momento definitorio llegó dos noches después, con los Atléticos agotados, preguntándose en medio del ruido ensordecedor, cómo es que estaban en Yankee Stadium jugando un quinto y decisivo encuentro, y cómo es que habían dejado que se les escapara la serie. Terrence Long conectó un batazo de foul por la línea de tercera base que Jeter persiguió y atrapó, arrojándose a la tribuna. Fue, de nueva cuenta, sólo un out más, F6, pero en el campo fue una referencia de la dureza de un campeón. Los Yankees la tenían. Los Atléticos no.
Esa noción de intangibles es nebulosa, por supuesto, y complicada. Jeter jugó en una era donde todo mundo era sospechoso de usar sustancias para mejorar rendimiento. Para aquellos que elijan creer que el torpedero era, es y siempre será un pelotero limpio, el monumento a su fidelidad y grandeza radica en su buena fe de la vieja escuela. Jeter, junto con posiblemente Ken Griffey Jr., es el único pelotero en el juego moderno cuyos momentos icónicos fueron generados por las cinco herramientas, no únicamente por pararse en la caja de bateo y conectar otro cuadrangular que promovía sólo eso.
Al igual que Jackie Robinson, Jeter es beisbol puro. Siempre será recordado por su corrido de bases (venciendo el tiro de relevo por su forma de deslizarse en la antesala que se volvió habitual). Él también será igualmente celebrado por su fildeo y sus disparos. (Aunque no se ubique ni remotamente cerca de los mejores 1,000 en promedio WAR defensivo de por vida, no se puede ignorar «El Giro», cuando puso fuera a Danny Bautista de Arizona en la Serie Mundial de 2001 o la atrapada voladora hacia las tribunas contra los Medias Rojas en el verano de 2004). Y su consistencia para batear ni siquiera está cerca de ser igualada. (Su lesión probablemente mermará su misión para alcanzar 4,000 hits, pero está en rango para alcanzar a Henry Aaron con 3,771 en el tercer lugar de todos los tiempos). Y no es que él no pudiera botar la pelota del parque, ya que conectó ese cuadrangular en el primer lanzamiento del cuarto partido de la Serie Mundial 2000, cuando los Mets habían ganado la noche previa, y el jonrón con cuenta llena y dos outs al año siguiente, en el cuarto partido, para dejar tendido a Arizona.
Y por si eso no fuera suficiente, también está la huella que ha dejado en los Yankees, como la primera estrella forjada en el equipo que los lleva a un título de Serie Mundial desde Mickey Mantle. (Los de 1977-78 pertenecieron a Reggie, no a Munson). Él se convirtió en el pelotero distintivo en el equipo distintivo del beisbol cuando volvieron a la cima, y en una era de sustancias prohibidas, cinismo y reputaciones arruinadas, él nunca avergonzó al deporte, a su equipo o, lo más importante, su apellido.
No hay forma de medir eso. Es sólo una historia mágica.
Howard Bryant
ESPN The Magazine