El cañonazo suena como cada día en el Cuartel de la Montaña, a las 04:25 de la tarde, la hora exacta en que murió Hugo Chávez el pasado 5 de marzo. El estruendo hace que salten las lágrimas y que comience a oírse la consigna de los chavistas desde el mismo día de su muerte: «¡Chávez vive! ¡La lucha sigue!».
Los restos del «Comandante eterno» reposan en el que los seguidores de Chávez dicen es el único museo-mausoleo del mundo, en pleno corazón del 23 de Enero, barrio popular de Caracas considerado el bastión del chavismo más radical.
Como una especie de meca del chavismo, el hasta marzo Museo Histórico Militar se ha convertido en casi obligatorio lugar de peregrinación de los seguidores del que fuera durante 14 años presidente de Venezuela.
Por allí pasan no pocos curiosos y los dignatarios internacionales que quieren rendir homenaje a Chávez, fallecido tras casi dos años de lucha contra un cáncer cuyos detalles el gobierno sigue sin revelar. Pero sobre todo lo visitan emocionados quienes todavía no pueden contener las lágrimas cuando se enfrentan a la idea de la pérdida del «gigante», como lo llaman.
«Se lo debía»
La elección del sitio no es casual y, es más, está muy acorde con la retórica del polémico mandatario, pues es precisamente donde Chávez se rindió durante el golpe de Estado que lideró el 4 de febrero de 1992.
Allí dijo el «por ahora» que lo lanzó a la fama y, sobre todo, algo inédito hasta entonces en el país, asumió toda la responsabilidad de lo acontecido. Un detalle que le valió la confianza de numerosos de sus conciudadanos, que luego lo harían presidente.
Tres meses después de su muerte, lo que fuera la mayor academia militar de Sudamérica y luego sede del Ministerio de Defensa, es un museo consagrado a la gloria de quien rigiera los destinos de los venezolanos desde que ganó sus primeras elecciones en diciembre de 1998 hasta su muerte.
Un imponente «4F» gigante preside la curiosa fachada a rayas rosa y ocre, con aires de castillo. El edificio, construido en 1906, se erige sobre una colina por encima de los «ranchos» (infraviviendas) que conforman el laberíntico 23 de Enero.
En la puerta, más de cien personas aguardan. «Doy por sentado que todos los que estamos aquí somos revolucionarios, socialistas, chavistas y antiimperialistas», nos recibe el sargento miliciano que sirve de guía. «Así es», le responden en el grupo.
Exactamente en el portal de entrada, Chávez pronunció el histórico «por ahora» ataviado con su característica boina roja de paracaidista. Justo ahí los visitantes leen una placa con su discurso. «Sembrado», como dicen los dirigentes chavistas, el sarcófago reposa sobre «la flor de los cuatro elementos», obra del arquitecto venezolano José Fructuoso Vivas, conocido como «Fruto Vivas».
En esa estancia vuelven a aflorar los sentimientos. «No me atreví a tocar el sarcófago porque no soy digna de eso. Me falta mucho para aprender de él», le dijo a BBC Mundo Reina Matamoros, visiblemente emocionada. «Vine en agradecimiento, se lo debía», agrega.
«Se ve que hay mucho amor. No pude aguantar las ganas de llorar porque el sentimiento fue bastante fuerte», afirma Selene Yance.
«Dejó un vacío, realmente, quisiera que no se hubiera ido. Se fue. Pero todavía está en nosotros. Parte de nosotros y parte del legado que dejó, su herencia, es el patriotismo que nos dejó», comenta Orlando Pasquidas nada más finalizar su visita.
BBC Mundo