Desde un primer momento Uribe fue un crítico acérrimo de la Unasur. Ahora, con Santos, el objetivo sigue siendo el mismo: evitar la integración fuera del paragua estadounidense
Leopoldo Puchi
Los pasos que se han dado para la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela son positivos. La reunión de la OEA en Guatemala ha servido de escenario para el encuentro de los cancilleres de los dos países. John Kerry y Elías Jaua se han estrechado la mano en actitud de respeto, signo de una diplomacia sustentada en la igualdad entre naciones, a pesar de las distancias que puedan existir en términos de las fortalezas económicas o militares.
Nunca en la historia ha sido sencillo el trato entre potencias y países pequeños o débiles. Por lo general, se van creando dinámicas de hegemonía y de dominación. Este ha sido el caso de los países latinoamericanos, primero con Europa y luego con Estados Unidos. A lo largo del siglo XX se estableció una relación de subordinación geopolítica anclada en diversas formas de dependencia económica. Inicialmente se justificó bajo el criterio de la división en zonas de influencia entre las grandes potencias. Posteriormente fue la guerra fría el argumento del sometimiento del “patio trasero”. Nada de esto es un invento de cabezas calientes, sino una realidad histórica que ya casi nadie niega, salvo algunos despistados o de espíritu fanatizado.
En la primera década del siglo XXI el largo esfuerzo por darle una vuelta a tal situación ha venido rindiendo sus frutos. El pulso más importante se libró en 1975, cuando se intentó imponer el tratado político y económico llamado ALCA. A partir de ese momento se despliegan con cierta consistencia los esfuerzos para el establecimiento de nuevos polos en la región, con el fin de actuar de manera independiente frente a la vieja hegemonía. El que más ha avanzado ha sido el esfuerzo integracionista suramericano, que ya contaba con la base comercial del Mercosur, y que ahora ha comenzado a institucionalizarse en la Unasur.
La dirigencia social y política colombiana no está de acuerdo con estas iniciativas, pues desde hace muchísimo tiempo se encuentra muy fuertemente sujeta a Estados Unidos, por razones ideológicas e intereses económicos. Desde un primer momento Uribe fue un crítico acérrimo de la Unasur. Ahora, con Santos, el objetivo sigue siendo el mismo: evitar la integración fuera del paragua estadounidense.
Es en ese cuadro de tensiones y desacuerdos que se mueven las relaciones diplomáticas de Venezuela con Colombia y Estados Unidos. Un pulso permanente en torno a la integración suramericana. Las divergencias poco tienen que ver con los modelos institucionales de cada país, ni con derechos humanos. Los desacuerdos son geopolíticos.
Lo más inteligente, para evitar situaciones incontrolables, es partir de esas diferencias, ventilarlas públicamente, para que puedan comprenderse con claridad las conductas coyunturales de cada uno de los actores, los estira y encoje, las sorpresas y hasta las llamadas “puñaladas”. Es posible que las manos de Jaua y de Kerry se estrechen y se separen en el futuro muchas veces. Al mirarlas podremos entender lo que está en juego.