El país tiene los mejores índices económicos y sociales de Centroamérica: esperanza de vida de 79,4 años; ingreso per cápita de US$10.863 y un promedio de homicidios de sólo 8,9 por cada 100.000 habitantes (el de Honduras es diez veces mayor)
SAN JOSÉ. El país enfrenta un serio un serio problema: el narcotráfico está tratando de penetrar con fuerza su territorio. Y lo está consiguiendo.
Esto ha sido reconocido al más alto nivel. «Nuestra geografía nos tiene prisioneros», dijo en marzo pasado, en u medio local, la presidenta costarricense, Laura Chinchilla, refiriéndose a cómo su país es utilizado como punto de paso de las drogas que van hacia el norte. Un mes después, en un foro del centro de estudios Woodrow Wilson en Washington, el fiscal especial para el narcotráfico en Costa Rica, Walter Espinoza, reveló que Costa Rica se estaba convirtiendo en base de operaciones de capos del narcotráfico. «Nos estamos llenando de miembros de organizaciones mexicanas y miembros de organizaciones colombianas», aseveró.
Tres ejemplos
Dos meses después de su escueta declaración en un diario local, la presidenta de Costa Rica experimentó en carne propia cuánto había penetrado el narco en su país: tuvo que salir en cadena nacional a defenderse de la acusación de que, al menos en dos ocasiones, utilizó un avión de propiedad de un capo de las droga para hacer visitas de Estado al extranjero. Varias cabezas rodaron por ese escándalo, entre ellas las del ministro de Comunicación, el viceministro de la Presidencia, el jefe de la Dirección de Inteligencia y Seguridad, y la asistente personal de la presidenta.
Este no es el único caso prominente de los últimos tiempos. Hace pocos días, la justicia estadounidense aseguró que la mayor operación de lavado de dinero de la historia la realizaba, desde Costa Rica, la empresa Liberty Reserve, propiedad de un ucraniano nacionalizado costarricense.
Y está también el caso del hombre acusado del asesinato, en Guatemala, del cantante argentino Facundo Cabral. Se trata del costarricense Alejandro José Jiménez González, alias «El Palidejo», señalado de ser un enlace entre el cartel de Sinaloa y la agrupación criminal colombiana «Los Rastrojos» (de la nueva generación de narcotraficantes en ese país).
Diversos medios han informado que Jiménez González quería dar muerte al empresario nicaraguense Enrique Fariñas, quien había contratado al artista argentino. Fariñas resultó herido en el ataque. Cabral, como sabemos, murió.
Desde hace décadas
Estos casos podrían hacer pensar que el fenómeno es nuevo. No es así. En su reporte «Costa Rica in the Crosshairs», publicado en diciembre de 2011, el analista de seguridad Michael Porth indica que esta situación se presenta desde principios de la década de los 80. «Sin embargo, informaciones recientes y reportes de inteligencia muestran que -en los últimos años- el crimen transnacional (en especial tráfico de drogas y lavado de dinero) está evolucionando en el país y volviéndose más sofisticado». El primer gran salto se presentó en 1986. Ese año, las autoridades advirtieron un aumento sin precedentes en los decomisos de droga: de 30 a 40 kilos anuales se pasó a 600.
Desde entonces, a pesar de los esfuerzos de los diferentes gobiernos costarricenses, el problema ha aumentado.
Según el sitio Insight Crime, a medida que las rutas de tráfico se han movido del Caribe hacia Centroamérica, Costa Rica ha ganado creciente importancia como un punto de transbordo de droga.
El principal punto de transbordo es la provincia Limón, una zona de Parque Nacional cribada de canales, situada sobre el Mar Caribe, en la frontera con Nicaragua. Sin embargo también hay trasiego por el Pacífico.
Almacenamiento
Pero hay un nuevo fenómeno: además de punto de transbordo, Costa Rica se ha venido convirtiendo en un punto de almacenamiento de droga.
En un reporte publicado en enero de este año se informa que «cargamentos de cocaína producidos en Colombia y trasladados a Costa Rica por tierra, aire y mar, vía Panamá, fueron reenviados desde suelo costarricense en los últimos años a sitios tan lejanos como China, Irán, Libia, Sudán, Letonia y Tonga».
En total -dice el reportaje que cita un documento de la Policía de Control de Drogas de Costa Rica- fueron 39 destinos de América, Europa, Asia, África y Oceanía.
Allí también se indica que, entre 2011 y 2012, casi se duplicaron los decomisos de cocaína, pasando de 9,2 toneladas a 15,5.
Casi todos los informes hablan del Cartel de Sinaloa, pero también se ha reportado la presencia del Cartel del Golfo, La Familia Michoacana y más recientemente de Los Zetas, quienes además tienen actividades en el resto de Centroamérica.
Mexicanos
El periódico costarricense La Nación fue uno de los primeros que, durante la década de los 80, denunció las crecientes operaciones de narcotraficantes en ese país. Allí trabaja Carlos Arguedas, un veterano periodista de crónica roja que durante los últimos catorce años le ha seguido el hilo al trasegar de los carteles de la droga por su país. Arguedas ha sido testigo de cómo, al menos en los últimos cinco años, Costa Rica se ha convertido en lugar de almacenamiento de estupefacientes. «Hay mucho depósito. Se supone que esas lanchas rápidas vienen, descargan y esa cocaína no la sacan de inmediato sino que la dejan ahí guardada, qué se yo, unos ocho días, mientras ‘se enfría la cosa’, como lo llaman ellos. Y después la sacan en cantidades más bajas, usualmente cien kilos».
También ha visto algo más: cómo, en los últimos tiempos, ha aumentado el número de capos mexicanos-o altos mandos de los carteles como el de Sinaloa- que se han ido a vivir a Costa Rica para operar desde allí.
«Ellos mismos se están encargando del traslado. Antes se lo dejaban a los colombianos. Una de las cosas que ha cambiado es esa. Hay mucho mexicano que por lo menos se ha venido a supervisar ese traslado de la droga desde Panamá».
Cambios sociales
Algo que llama la atención es que, tanto Michael Porth como Carlos Arguedas coinciden en decir en que el hecho de que Costa Rica no tenga ejército no ha incidido en hacerla más vulnerable.
Sin embargo, el huracán del narcotráfico no pasa por un país sin dejarlo incólume socialmente. Y eso se está empezando a ver en la nación centroamericana.
En el foro en el centro de estudios Woodrow Wilson, el fiscal Walter Espinoza reconoció que se están presentando actos de violencia que no tenían precedentes en su país.
«Ahora nos aparecen decapitados, personas desmembradas, calcinados», dijo. Agregó que de los 474 homicidios violentos registrados en el 2012, al menos 100 estuvieron relacionados con el crimen organizado.
Además ha aumentado el consumo interno de drogas, en especial en las zonas de más tráfico, donde se intercambia combustible por droga.
Inevitablemente, señala Carlos Arguedas, algunos costarricenses están escalando en carteles y llegando a ser mandos medios, aunque ninguno es aún capo de gran nivel.
También, agrega, se está empiezan a presentar escándalos, como el de un exfutbolista que es investigado por lavado de dinero, o el de la modelo que murió en un atentado contra su acompañante, un exmilitar guatemalteco «involucrado en asuntos de drogas». Como lo saben hasta la saciedad países como Colombia y México, el precio a pagar no sólo se mide en número de muertes o en toneladas de cocaína. Se mide además en profundas, a veces irreparables, rasgaduras al tejido social.
Agencias