*** La Ley y la Constitución son violadas por burócratas que, con uniforme, corbata o capucha, tienen por ahora el poder de la fuerza y el amparo de la impunidad, y los usan para agredir los derechos del pueblo, avergonzando de paso a la mayoría honesta que trabaja en esos despachos e instituciones
El señor Juan va escaleras arriba, rumbo a su casa, en la parte media del cerro. Lleva en las manos dos bolsitas con alimentos en los que dejó casi toda la quincena, y pensando en eso no advierte que en un recodo de la tortuosa vía ascendente cuatro sujetos están en una especie de alcabala, disfrazada de mesa de dominó.
Juan endurece el gesto, acelera el paso y trata de mirar hacia otro lado, pero el individuo que está más cerca de la escalera se para del taburete, se levanta la franela para exhibir la culata de un arma y le dice: “¿Que fue, viejo, vas a corré?”. Juan lo mira, con más dolor que susto, porque reconoce en aquel rostro amenazante al mismo niño que él vio crecer en esas escaleras y callejones. “¿Qué me ves, viejo, que me ves?”, le increpa el malandro, y Juan baja la vista. “Estos becerros le ven la cara a uno y después salen por allí a sapeá, a decí que uno los roba y tal. Lo que provoca es dales un tiro pa que sean serios…”. No tiene más de 17 años, y más o menos esa debe ser la edad de sus tres compañeros, que lo llaman para que retorne a la mesa. Uno de ellos, con cierta voz de mando, deja claro el objetivo de la alcabala: “Vente pue, no quiero comiquita. Estamos aquí pa canta la zona, pa más ná. Deja al viejo que suba pa’ su gajo pa’ que se limpie la cagazón que tiene. Con periódico será, porque papel tualé no hay!”. Un coro de risotadas brutales celebra el sarcasmo procaz, y cuando el Sr. Juan cree que por fin puede seguir su camino, el sujeto que lo había interceptado lo vuelve a detener: “Okey, pero no te vas liso. A mí me gustan esos zapatos. Quítatelos”. Juan, que a sus 35 años asume como normal que malandros adolescentes le digan “viejo”, respira hondo, mira sus zapatos y se felicita por haberse calzado en la mañana los mocasines y no las botas, pues pudo ahora sacarse los zapatos sin agacharse para desatar trenzas: Le hubiera aterrorizado tener que arrodillarse ante el sujeto armado, adoptando la posición de los ejecutados. Ya en calcetines, aferró las dos bolsitas del mercado y empezó a subir lentamente, sin voltear atrás, diciéndose “será lo que Dios quiera”, y esperando en cualquier momento un impacto en la espalda.
Pero no fue esa la noche final de Juan. El malandro recogió los zapatos (“¡Están fiiinos!”, dijo) y se sentó de nuevo en la alcabala-mesa de dominó. El sábado siguiente Juan bajó con sus dos hijos, a llevarlos a la práctica de beisbol en el equipo de ligas menores en que los inscribió desde que tuvieron fuerza para sostener un guante, y en el terminal de la “ruta troncal” que presta el servicio de transporte en su barrio se encontró con el malandro. El malviviente, que tenía puestos SUS zapatos, también lo reconoció. No dijo una palabra, pero su mirada desafiante y su inmensa sonrisa irónica lo decían todo. Aquellos dos gestos juntos significaban: “¿Qué vas a hacé? ¿Te vas a poné cómico?”. Juan lo ignoró, tomó de la mano a sus chamos y abordó el rústico que lo llevaría a la estación del Metro y de allí al campo de beisbol, ese espacio en el que le gustaba soñar que sus chamos podrían llegar a las grandes ligas, y salir de la miseria a punta de batazos, buenos fildeos, mucho trabajo y amor del bueno.
Pasa en el barrio, pasa en el desfile, pasa en “en palacio…”
“Malandrear: Acción y discurso que atropella derechos de terceros, violando leyes, normas morales, usos y costumbres. El perpetrador usualmente lo hace apoyado por la fuerza y amparado por la impunidad”.
Esa podría ser una definición académica del verbo “malandrear” que se ajusta exactamente al comportamiento del sujeto que le arrebató los zapatos a Juan: Se los quitó no porque la Ley o la tradición lo autorizara. Lo hizo porque podía, porque tenía un arma en la cintura y tres compinches a pocos pasos. Se los quitó en la certeza de que ninguna autoridad actuará para sancionarlo y reivindicar los derechos del agredido. Esta conducta, repudiable cuando la ejerce un delincuente en un barrio, lo es más cuando se despliega desde los ámbitos desde donde, paradójicamente, se debiera proteger a los ciudadanos de los malandros.
En efecto, algo similar cada vez que un burócrata, con o sin uniforme, dice que la Fuerza Armada Nacional es “socialista” y “chavista”, violando el artículo 328 de la Constitución Nacional, que textualmente define a esa institución como “esencialmente profesional, sin militancia política” estableciendo además que “En el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna….”. Si esto es así, si la Constitución establece expresamente que la Fuerza Armada no puede ser “socialista”, ni “socialdemócrata”, ni “democratacristiana”; si la Constitución establece que la FANB no puede ser “chavista” ni “caprilista” ni adscrita a ningún personalismo… ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué vimos ese espectáculo lamentable el pasado 24 de Junio? ¿Por qué probablemente veremos su repetición el próximo 5 de Julio? La respuesta es la misma que para el sujeto que le robó los zapatos a Juan: Lo hacen porque pueden, porque tienen las armas y la impunidad.
Lo mismo ocurre cuando una Ministra de Salud se niega a revelar información epidemiológica que por definición es PÚBLICA; lo mismo pasa cuando un Ministro de Educación Superior quiere obligar a las universidades autónomas a firmar una “convención colectiva única”, violando la Ley de Universidades y las Normas de Homologación; lo mismo sucede cuando los obreros de empresas estatizadas no logran que las Inspectorías del Trabajo hagan valer sus derechos antes el Patrono Gobierno; o cuando 61 agresiones de encapuchados a la UCV permanecen sin castigo…
En todas y cada una de esas situaciones la Ley y la Constitución son violadas por burócratas que, con uniforme, corbata o capucha, tienen por ahora el poder de la fuerza y el amparo de la impunidad, y los usan para agredir los derechos del pueblo, avergonzando de paso a la mayoría honesta que trabaja en esos despachos e instituciones. No se han dado cuenta que este pueblo se hartó del malandreo y de los malandros, y ha optado por construir una Venezuela en la que familia, educación, trabajo y respeto sean los valores que enmarquen la convivencia. ¡Y eso, eso, no lo para nadie, caballero! ¡Palante!
Radar de los Barrios
Jesús Chuo Torrealba
Twitter: @chuotorrealba