A pesar que es uno de los pocos campo santo donde no se roban a los muertos, está muy abandonado y falto de mantenimiento
Una carretera de tierra es la que conduce hacia el cementerio del pueblo, donde el gamelote y otras hierbas han consumido las numerosas tumbas que se encuentran desde hace años en el campo santo.
Enterradas bajo la maleza se encuentran los restos de los que una vez habitaron el pueblo mirandino que se encuentra entre las montañas. Las cruces se pueden observar con mucha dificultad y los epitafios se hace casi imposible de leer.
La capilla fúnebre recibe a los visitantes en la entrada del lugar, la cual se encuentra arreglada y en óptimas condiciones para que allí se realicen los funerales y el velatorio de los cuerpos.
No se puede decir lo mismo del muro trasero del cementerio que se vino abajo arrastrando con el varias de las tumbas que están pegadas a él. “Eso tiene tiempo así, lo único bonito y que arreglaron fue la capilla de la entrada, pero esa pared cada día cede más y nadie ha hecho el intento de repararla”, aseguró uno de los vecinos que habita cerca del cementerio.
Ronald Gil