Son las nueve de la mañana del jueves antes del puente de independencia. La calle está más convulsionada de lo normal, es lo lógico previó a un fin de semana largo. En el bullicio uno se tropieza con quienes intentan llegar al trabajo luchando contra los retrasos del metro y con quienes la rutina hace mucho les cambió producto de la cacería diría que debemos emprender los venezolanos para conseguir los productos básicos. Pero “no importa, tenemos patria”.
Me dirijo al banco, un día poco indicado para ir, pero no hay otra alternativa, la necesidad me obliga. Mientras espero en la cola observo el nerviosismo de la gente al ver que del mercado salen personas con papel higiénico. Inmediatamente como si de una labor detectivesca se tratara una señora le pregunta a una joven “¿Dónde conseguiste papel hija?”. La muchacha que quizás en otro contexto se hubiese mostrado extrañada ante la pregunta le responde con voz cansada “Allí al frente, pero corra porque se está acabando”.
Ya son las diez de la mañana, puedo ver que en la señora comienza una angustia increíble al escuchar la respuesta, pero no se retira de la cola del banco porque está a punto de llegar, me dice “En este país para todo se hace cola, ojalá quede papel cuando salga de aquí”. Aunque ella es la única que lo manifiesta, en la cola todos esperamos lo mismo que la señora, terminar las diligencias para dirigirnos a la caza del papel higiénico. A decir verdad hace mucho la compra de los productos básicos dejó de ser una labor exclusiva de las amas de casa y las familias se dividen de mercado en mercado para conseguir lo necesario.
Salgo del banco y son dos las colas que me esperan para comprar el papel higiénico, una para entrar y otra kilométrica para pagar. Los minutos pasan y se escucha en el cielo caraqueño el sobrevuelo de aviones militares con motivo de las prácticas para el desfile del Día de la Independencia. Sigo pensando en voz alta y me cuestiono sobre lo paradójico que estamos es víspera de celebrar un nuevo año de independencia y ni los alimentos que consumimos los producimos aquí, ni papel tenemos.
Son las once de la mañana y logró entrar al mercado, en los rostros hay alegría tras conseguir papel higiénico. Hay gente con uniforme adentro, lo que quiere decir que seguramente pidieron permiso en el trabajo para comprar papel, hoy quizás una causa justificada de ausentismo. Se me viene a la cabeza la palabra independencia nuevamente al leer de dónde viene el papel: “Bentonville”, inmediatamente buscó en mi celular y resultó ser una ciudad del condado de Benton, en Arkansas, Estados Unidos ¿El imperio nos salvó? Me pregunto.
Así es un día de patria en la Venezuela sin independencia. Esto es lo que las consignas oficiales no nos dicen, pero que la realidad en la calle nos recuerda. No me lo contaron, lo viví en carne propia. Somos el único país del mundo donde celebramos la independencia un solo día y padecemos la dependencia los restantes 364 días del año. Un país donde tenemos un gobierno que profesa ser nacionalista, pero que en la práctica su amor por lo nuestro no va más allá de discursos encendidos contra el imperio, ese de donde importamos el papel higiénico.
Vivimos momentos de gran hipocresía donde unos cuantos que dicen llamarse patriotas han traicionado como nadie el legado de nuestros libertadores, haciéndonos cada vez más dependientes del exterior ¿Cuándo volveremos nuevamente a ser libres? Estoy seguro no tendremos que esperar 200 años más.
Brian Fincheltub
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