Hago un paréntesis en la línea crítica que orienta mis entregas dominicales, para reflexionar un poco sobre una inquietud que me ha llegado esta semana desde varios frentes. No son pocas las personas con las que he hablado esta semana que están marcadas, diría que ya “a fuego”, con los signos de la desesperanza y del pesimismo. En casi todos los casos, y en esto incluyo a oficialistas y a opositores, la queja tiene que ver con la falta de liderazgo, con la ausencia de una línea clara y coherente de actuación que de alguna manera nos dé luces y oriente nuestros pasos en el futuro inmediato.
Definitivamente…
“Maduro no es Chávez”
Del lado del oficialismo tuve la oportunidad de conversar con dos personas que no podían ocultar su desazón ante la debilidad de Maduro y sus erráticos pasos. “Al menos –me decía una de ellas- con Chávez el timón estaba seguro, uno sabía hacia dónde iban las cosas”. El otro era menos abierto, sabía que estaba conversando con un opositor y guardaba cierta distancia, lo que sin embargo no le impidió, en un momento en el que la conversación saltó al tema de los ascensos militares, quejarse amargamente de la evidente falta de carácter de Maduro y de las muy claras “otras manos” (así las llamó, refiriéndose a las de Diosdado) que habían jugado un papel decisivo en tales eventos.
Es lógico que los oficialistas se sientan así. Aunque ya suene a cliché, Maduro no es Chávez, no tiene su carisma, su fuerte y hasta irracional voluntad, ni el apoyo popular con el que el fallecido contó hasta el final de sus días; pero además de eso, está claro que Maduro no se ha ocupado más que de hacer que se le tenga y se le respete como presidente, dada la cuestionable legitimidad de su mandato, lo cual no equivale ni se parece a ocuparse con seriedad y eficiencia de los problemas del pueblo. Tampoco ha calado la idea del “gigante inmortal” que desde la muerte de Chávez se ha empeñado en vender el poder, ni se ha logrado consolidar el mito cuasi religioso que aún se afanan en construir, pues lo cierto es que no es un secreto para nadie que cuando vas a un mercado a hacer tus compras, milites donde milites, cada vez que no encuentras lo que necesitas o cuando el sueldo no te alcanza para nada lo primero que se te viene a la mente, después de la respectiva mentada de madre, es que esto que vivimos es también, gústele a quien le guste, parte del dudoso “legado de Chávez”. Mientras Maduro juega disociado a proteger a Snowden, poniendo en peligro además las relaciones diplomáticas con nuestro principal cliente petrolero, decenas de madres cada día se preguntan dónde está el gobierno “del pueblo” que debe proteger a sus hijos del hampa asesina… y contra eso no hay espías, cumbres internacionales o acuerdos con Portugal, China o Rusia que valgan.
Falta de coherencia opositora
En la oposición, muchas de las personas con las que he conversado también se sienten, de alguna manera, a la deriva. Al igual que en el lado oficialista, que sigue viendo a Chávez como su referente, la esperanza opositora puesta en este caso en Capriles no ha menguado, pero ya no se le concede el “cheque en blanco” de la confianza que éste se ganó a pulso antes, durante y después de las presidenciales. La causa, en términos generales, de esta nueva actitud hacia Capriles tiene que ver con lo que se interpreta, hasta cierto punto con injusticia, como una falta de coherencia entre el decir y el hacer del joven gobernador de Miranda.
No hay que desechar de plano y con fundamentalismos el reclamo opositor. A primera vista, y lo reitero, sólo en una primera aproximación al tema que no se desarrolle a profundidad, lanzarte a decir que te robaron la elección presidencial (lo que implica a su vez afirmar que es posible que nos roben cualquier otra elección) y luego animar a la gente a salir a votar en las próximas municipales, luce inconsistente y hasta absurdo. El pueblo opositor venezolano esperaba de su líder una postura mucho más contundente, y menos entregada, ante lo que para muchos es el fraude electoral más monumental de toda nuestra historia. No nos engañemos, Capriles ha hecho lo que se puede y se debe hacer y ha comprendido, aunque a nosotros no nos agrade porque somos venezolanos y todo lo queremos “para ya”, que las batallas en democracia contra regímenes como el que padecemos no son de velocidad, sino de resistencia; pero es justo reconocer que una mirada al vuelo o superficial de lo que fue su postura con respecto al CNE de cara a las presidenciales, y lo que es ahora su postura con respecto al mismo CNE de cara a las municipales, puede dar lugar a confusiones paralizantes que en nada le benefician, y por el contrario, le perjudican. Si esto ha sido por la dificultad de transmisión del mensaje, duro de digerir ciertamente, o porque algún “iluminado” le recomendó a Capriles “bajarle el volumen” al tema del fraude electoral para que la gente no se desmotive para votar, ya se verá; lo cierto es que, y lo expreso como crítica constructiva pues defiendo y comprendo la importancia del voto como arma democrática, muchas personas siguen sin entender cómo es que hasta hace nada el CNE era una institución perversa y manipulable pero ahora sí sirve para poner en jaque al poder en las municipales.
Crisis de liderazgo
El caso es que estamos sumidos en una profunda crisis de liderazgo y todos, sin distinciones, estamos necesitados de una línea política que nos permita, al menos, atisbar alguna luz al final del túnel. No se trata de un “gendarme necesario”, de un “caudillo” arrebatado, ni de algo parecido, pero sí de una referencia clara, no necesariamente externa como ya lo explicaré después, pero sí muy definida, que nos permita orientar nuestros pasos y retomar esperanzas que se ven, por el momento, perdidas.
El problema, creo yo, no está tanto en nuestros líderes como en nosotros mismos. Estamos demasiado acostumbrados a dejar que sean otros los que nos marquen las sendas, sin darnos cuenta de que el primer y más importante liderazgo que debemos cuidar el de nosotros sobre nuestros propios impulsos y debilidades. Las riendas de tu destino las llevas tú, más allá de lo que las circunstancias te impongan, y al final la democracia no es para que nosotros, los ciudadanos, bailemos al ritmo de los políticos, sino al revés: Son los políticos los que se tienen que poner las alpargatas cuando es el pueblo el que así lo decide.
La respuesta a estos tiempos atribulados vale más la pena buscarla entonces en cada uno de nosotros. El liderazgo primero y más esencial no está afuera, sino adentro, de ti. Hacer entonces ese paréntesis que propongo, para pensar con seriedad qué es lo que cada quien quiere para sí mismo, para su familia y para su país, y actuar en consecuencia, es lo que se impone, y así lo están demostrando los ciudadanos conscientes y valientes en muchas partes del mundo. Lo demás es seguir esperando que sean otros los que decidan tu futuro, sin darte cuenta de que los cambios que anhelas, y las acciones necesarias para lograrlos, dependen de ti.
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @himiobsantome