Insólito: un juego de beisbol menor debe realizarse con restricciones para el acceso de espectadores, para prevenir actos de violencia de los adultos.
Lo contaba el colega Fernando Peñalver, dando duenta de una decisión de la directiva de la organización Criollitos de Venezuela en torno a una competencia del Distrito Capital, y motivada por incidentes previos protagonizados ¡por representantes de los niños!
Nada nuevo los excesos de ciertos padres y representantes en el deporte menor. En varias disciplinas -y desde hace tiempo- hemos visto como quienes deberían ser guías desvirtúan la actividad, ante el desmedido afán por la figuracion de sus favoritos.
Mucho se ha dicho y escrito sobre la necesidad de recordar que se tratas de niveles de difusión, de iniciación pero, fundamentalmente, recreativos. Que los niños están allí para divertirse, al tiempo que adquieren nociones importantes de un mecanismo educativo.
Y en el beisbol, el llamado «vil metal» obnubila a algunos y al parecer les pone a pensar que tienen en casa un Miguel Cabrera o un Félix Hernández, pasando por encima de las normas de convivencia, presas del fanatismo peor entendido.
Pero, además, en momentos cuando todavía se discute sobre los hechos en la final del baloncesto de la LPB en Puerto La Cruz -interesante trabajo sobre le violencia presentó ayer el periodista Ignacio Serrano-, la denuncia que motiva esta nota es otra demostración de cuán mal anda la sociedad venezolana.
Involucionamos, sin duda. Porque no solo se trata de malos ejemplos, sino que en el mismo escenario deportivo, que se supone lugar de convivencia, de sitio ideal para la competencia sana, también está presente la diatriba soez, la intemperancia y, sobre todo, el desconocimiento del otro, la negación del civismo.
Es imperativo cambiar ciertas prédicas. Y retomar el camino de la civilización. AN