Aún de duelo, seguidores del fallecido Hugo Chávez inician este sábado una semana de festejos por su 59 cumpleaños. La otra mitad de Venezuela mira indiferente, implacable con el hombre a quien achacan la crisis económica y violencia del país.
Con bailes, conciertos y serenatas, el gobierno y sus adeptos celebrarán por todo lo alto que Chávez cumple años el domingo, como si no hubiera muerto hace casi cinco meses. Su sucesor, el presidente Nicolás Maduro, irá casa por casa, en algún barrio, para llevar regalos y el mensaje del «comandante supremo».
Enclavado en una colina del oeste de Caracas, el Cuartel de la Montaña es lugar de culto para quienes acuden a venerarlo ante su tumba. «Yo sigo llorando a mi presidente», dice a la AFP Norelis Alvarez, una enfermera de 44 años, al salir del castillo ocre y rosa, en el popular barrio 23 de enero, principal bastión del chavismo.
A pocos metros, al pie del cerro de casas abigarradas y murales con el rostro de Chávez, se mantiene una pequeña capilla azul, de madera y techo de lata, colmada de flores, velas y estampas religiosas. El altar, un afiche del también llamado «comandante eterno» y un busto de arcilla, bajo un crucifijo.
«Aquí le vamos a picar su torta (de cumpleaños). Algunos me dicen que estoy loca, pero lo hago con amor. Como mi comandante no hay otro», expresa Elisabeth Torres, una mujer humilde de 48 años, piel tostada por el sol y ojos verdosos, que con orgullo se dice la custodia del improvisado templo «Santo Hugo Chávez».
¡Maduro no es Chávez!
Muchos venezolanos aún no se reponen a la ausencia del hombre que gobernó 14 años y tranformó a su país; pero en las calles el impacto que siguió al anuncio de la muerte de Chávez el 5 de marzo por cáncer va cediendo paso a los rigores cotidianos.
Algunos chavistas reconocen que la situación está difícil y advierten que Maduro está haciéndolo bien, pero otros se quejan del gobierno, sin sentirse en falta con la memoria del máximo líder.
Sentada bajo una sombrilla frente a una mesita en la que tiene encadenados celulares que alquila por minutos en un parque del populoso barrio de Petare, Yahaira Jiménez, de 56 años, comparte su reflexión: «Chávez jugaba el ajedrez y siempre ganaba la dama, con Maduro todo va peor».
«Hay que hacer cola para la carne y caminar siete abastos para el papel ‘tualé’ (higiénico)», dice Yahaira, que como millones de chavistas cumplió la orden del ‘Comandante’ de votar por su entonces vicepresidente, en caso de que muriera.
Sus seguidores lo aman por haberse ocupado de los pobres, pero sus críticos lo culpan de lo que describen como un desastre: una inflación del 25% en el primer semestre -la mayor de América Latina-, ciclos de escasez y una violencia criminal que en 2012 cerró con 16.000 asesinatos.
«El gobierno trata de manter vivo a alguien que ya murió. La gente no le está parando a eso (poniendo atención), preocupada por ver cómo hace con los precios por las nubes y con tanto malandro (delincuente)», afirma Antonio Finocchio, un agente de seguros de 49 años, en una calle del municipio de Chacao, feudo de la oposición.
«El comandante galático»
El líder opositor Henrique Capriles, quien siempre evitó ofender a Chávez en público, ha pedido al gobierno que lo dejen «descansar en paz».
Capriles, quien perdió por estrecho margen las elecciones frente a Maduro, acusó al presidente de usar la imagen del carismático líder para «tapar los problemas» del país, recrudecidos, según él, en 100 días de gobierno post Chávez que también se cumplen el domingo.
Bajo la consigna «Chávez vive, la lucha sigue», Maduro proclama continuar al pie de la letra el legado de quien llama «el gigante», el «rendentor de los pobres», «el comandante galático», elevándolo casi a la altura de Cristo y del libertador Simón Bolivar.
«Hay una Venzuela con Chávez y otra sin Chávez. La gente está angustiada por sus problemas básicos, a pesar de los esfuerzos del gobierno por mantener el mito. Chávez ya es historia, murió», comentó a la AFP el analista Carlos Romero.
Pero en el Cuartel de la Montaña, donde el sacófago de mármol permanece escoltado por una guardia de honor, se oye el estruendo de un cañonazo cada día a las 04H25 de la tarde, la hora en que murió.
AFP