Recientemente he sentido la impotencia de no poder discutir en forma argumentada con amigos y colegas de muchos años, personas muy preparadas académicamente, varios de ellos en el campo de las ciencias sociales, individuos no necesariamente sectarios y en el pasado abiertos al diálogo sincero y constructivo. Nunca pensé que la propaganda continuada llegara a influir tanto en los seres humanos; ingenuamente si se quiere creía que la gente inteligente y preparada podía captar las contradicciones del discurso político, sin importar sus autores ni la ideología encerrada en el mismo. Pensaba que la existencia de contradicción entre el discurso y la práctica social era suficiente para saber cuán confiables y sinceros eran los distintos actores políticos. Más aún, llegue a pensar que la existencia de argumentos sólidos era el instrumento para rendir a cualquiera, más fácilmente en el caso de docentes y académicos acostumbrados a cuestionarse sus propias ideas y conclusiones.
Pero no, no es así. No funciona de esa manera la conciencia social. Puede que en cierto nivel del análisis y en aquellas áreas que no son vitales para el mantenimiento de determinadas posiciones, si se quiere principistas, exista la posibilidad de un intercambio fructífero, que realmente busque la verdad detrás de las apariencias de las cosas y que lleve, por lo tanto, a los adversarios en posiciones e ideas a aceptar el peso argumental como decisivo. Pero cuando se explora más allá, cuando el cuestionamiento parece tocar las bases mismas de la ideología y la política, se termina totalmente la objetividad del análisis y la sindéresis discursiva, para pasar de inmediato a negar lo innegable, a no considerar pruebas ni hechos concretos, a desviarse del hilo conductor inicialmente asumido en la discusión y a descalificar al adversario sin ningún tipo de argumentación. Y todo esto sin percatarse de ello.
Sin lugar a dudas que el componente afectivo influye decididamente, no sólo en personas de bajo nivel de conocimientos, sino en quienes se supone deberían servir de guía a la sociedad toda. La afectividad puede alcanzar grados muy elevados en el llamado pueblo llano, sin embargo, también es cierto, aunque parezca contradictorio, que como éste está mucho más cerca de la dura realidad de la vida cotidiana, que lo golpea primero, más fuerte y en forma permanente, cae en el desencanto en forma más rápida al advertir la falta de progreso, la detención del mismo o incluso la aparición del retroceso en lo que respecta a sus condiciones materiales de vida. Menos ideologizados que los profesionales y los académicos, pueden percibir más tempranamente la ocurrencia de cambios en las situaciones que se vive.
Ojalá en la medida que las situaciones concretas continúen desenmascarando el discurso ideologizado y mentiroso del gobierno, así como dejando en evidencia las manipulaciones groseras de la oposición de la MUD, el fanatismo vaya cediendo campo al raciocinio y a la fractura de la polarización existente.
Luis Fuenmayor Toro