El éxito en la relación de pareja no tiene que ver con que sus miembros sean muy semejantes como dos gotas de agua, tal como lo reza el conocido refrán.
Por consiguiente, que se la lleven bien no tiene alguna relación con que sean dos seres que tengan mucha afinidad, ya sea en educación, gustos similares, cultura, etcétera, sino más bien en lo efectiva que resulta la manera cómo se comunican; en los altos niveles de tolerancia que manejan y cómo negocian lo que les incomodan.
Por el contrario, puede ser que una unión en que sus miembros no tengan mucho de afín, o muy poco que puedan compartir, construyan una relación que sobreviva con al paso del tiempo, y soporte algunos desencuentros bien frecuentes en todo vínculo amoroso. Por ello, las semejanzas no garantizan que una relación sea duradera; al contrario, inesperadamente, pudieran terminar aburriendo a sus miembros.
1. Semejanzas no
aseguran la relación
El que existan muchas semejanzas no garantiza la durabilidad de la relación, sino que, en general, las vínculos sentimentales en que los dos mucho se parezcan como en los que no, se hacen más llevaderos con el transcurrir del tiempo cuando uno trata de acoplarse al otro, en ese ir y venir de aprendizajes como también de experiencias propias que se hacen una sola vivencia en la vida en pareja.
Asimismo, gracias a la tolerancia, que se sustenta en la comprensión mientras la llama del amor continúa encendida, se sobrevive a las crisis que, de vez en cuando, asaltan la unión hasta hacerla tambalear, pero, cuando los momentos críticos se superan hacen el vínculo tan fuerte como esos árboles viejos que forman sólidas raíces que nada las derrumba.
De igual manera, un vínculo donde no hay discusiones para llegar a acuerdos está en riesgo, porque algunos de los miembros de la relación está supeditado a lo que dice el otro perdiendo esa individualidad que lo hace único. También puede ser que uno de los miembros reprima lo que le afecte para evitar conflictos que, luego, se transforman en acertijos imposibles de resolver.
Un ejemplo de lo anterior que se convierte en una de las principales causas de discusiones es el dinero, a la hora de pagar gastos, de invertirlo, o en el momento en que uno de los dos pierde el trabajo y el otro piensa que no hace lo suficiente para conseguir un nuevo empleo. Ahí, aparte de una comunicación asertiva, resulta pertinente negociar para mejor el estado de las cosas.
Por lo demás, en todas las relaciones de parejas, sin importar lo mucho que uno se parezca al otro, las discusiones se hacen presentes; vienen tiempos de turbulencias, cuando uno de los cónyuges cree odiar al otro, pero, de igual modo, aparecen momentos en los que se jura amar a la pareja más de la cuenta, pero, por más que no se desee, en todas las relaciones conyugales, es tan normal como ir al mercado estar un día sonriendo y otro llorando,
A pesar de lo anterior, se espera que existan más días de sol que de lluvia, porque cuando no es así hay que preguntarse si esa relación es sana, en el caso de que no lo sea es acertado cuestionarse: ¿Se debe mantener ese vínculo? Porque, por ejemplo, existen relaciones adictivas que se alimentan de la dependencia, en que uno necesita al otro para ignorar sus propias carencias, sin que el amor esté presente.
2. Diferencias son inevitables
Por otra parte, aquello que reza que entre más se asemeje uno al otro más felices serán, no siempre se cumple. Más bien parece que, al contrario, entre más diferencias existan entre los dos, más atracción habrá, porque uno se entretiene tratando de conocer al otro, y en ese juego de saber más del compañero sentimental se intenta compartir aquello que entretiene a la pareja mientras el vínculo se nutre de nuevas experiencias.
A veces, sin arrepentimientos, es tanto el amor que se cambian hábitos y modos de vida, cuando se descubren actividades nuevas que terminan enamorando más a quien las practica por primera vez, y mucho más en compañía de la persona amada.
A lo anterior se suma que las diferencias son algo inevitable. Conseguir a alguien que piense exactamente igual a uno aun del mismo sexo es difícil, lo es más todavía de cuando el sexo es distinto. Entonces, todo se resume en aceptar que el otro es diferente en vez querer cambiarlo, cuando es mejor que los dos se acoplen.
3. Parejas disparejas abundan
Por eso, las parejas disparejas abundan. Los altos con bajitas. Los gordos con flaquitas. El apuesto anda con la que no es bella, o la reina de belleza con el menos guapo. Todos pueden estar en la búsqueda de ese elemento que le falta al otro, para llenar, de alguna manera, esa ausencia, o mejor carencia, que le da a cada ser la oportunidad en el amor conyugal, de estar más pleno y conservar esa sensación de bienestar que nos hace pensar que todo está bien aunque algunas nubes negras avisen que un palo de agua se aproxima, pero como hay amor del bueno la lluvia cesará y el sol saldrá.
Asimismo, a pesar de que las diferencias salten a la vista, en toda relación amorosa, deberá existir la capacidad de entender al otro y de negociar aquello que no es tan grato de la pareja, en un intento de acoplarse, para cambiar lo que pueda distanciar en algo que a ambos acerque, y así los miembros de la relación amorosa se transformen en dos seres que se complementen, como es lo ideal, aunque cada uno mantenga su identidad, aquello es hace única a toda persona.
Más allá de
la afinidad…
Deberás entender que dos almas se hacen gemelas cuando entienden que debido al amor una trata de acoplarse a la otra apreciando las diferencias y las semejanzas que puedan tener, pero poniendo la atención en hacer sentir bien al otro.
De igual manera, deberás poner en práctica que más que cambiar al otro, se trata de tolerar aquello que del todo no se comparte, en un intento de hacer que la convivencia diaria sea siempre una mágica experiencia en que uno aprenda del otro permanentemente.
Isabel Rivero De Armas