Esta columna va dedicada a aquellos que malinterpretando el derecho a opinar disfrazan el insulto, la ofensa y hasta la grosería, en forma de una supuesta opinión, más aún si la agresión proviene de quienes se escudan tras un título académico, haciendo de él la lanza de la ofensa.
Consecuencias legales
Para el derecho penal es sumamente importante esta diferencia, pues una opinión objetiva y fundamentada no generaría acciones de índole penal, pero una ofensa permite al ofendido activar los órganos de sanción penal para colocar al agresor en la clara posición de un delincuente, por violar una norma que describe un delito, como por ejemplo la difamación, la injuria y hasta la calumnia según sea el caso.
Recientemente tuve la pena ajena de leer a una seudo periodista que se dirigió a los organizadores del taller práctico para el debate oral, entre ellos yo, calificándonos de ignorantes, cretinos, perdedores, ofertantes de cursos “on line” entre otras muchas ofensas que no vale la pena repetir, por el hecho de que en la imprenta se diseñó un afiche que colocaba en vez de Bello, Bellos. Ese sencillo error de tipeo, que no debió suceder, fue suficiente para desatar una ira perniciosa y fútil sobre nosotros exponiéndonos al escarnio público. Más grave al proceder de una periodista que en su cuenta Twitter comete errores, no de tipeo, sino de ortografía, gramática y redacción, que sí resultan imperdonables. La cobardía que caracteriza a este tipo de personas provocó que al ser confrontada se defendiera diciendo “es mi opinión y nadie me niega el derecho a ello”. No hay nada peor que un ignorante que cree tener la verdad de su lado, invocando de manera inadecuada un Derecho Humano de tanta trascendencia como el de opinar. El acto de opinar reviste importantes y relevantes características, entre ellas: contenido crítico fundamentado, basamento argumentativo, objetividad, ausencia de calificativos peyorativos, sustento diferenciador de lo que se critica, pero sobre todas las cosas respeto hacia las personas sobre las que recae el juicio de valor objetivo.
Agresores verbales constantes
La subjetividad acompañada de la agresión constituye la ofensa y ésta no tiene nada de opinión. Los venezolanos nos hemos convertido en agresores verbales constantes. Desde las altas esferas del poder, hacia abajo el insulto es un arma común para sobreponerse al adversario. Se confunden de manera permanente los juicios con viles amenazas cargadas de odio, maldad y hasta propósitos muy fatalistas que rememoran a los buitres desguazando a sus presas muertas.
Las redes sociales tienen mucho de positivo, pero también han ido acompañadas de un destape absoluto de las vilezas humanas disfrazadas de opinión. Se leen cosas que sólo pueden provenir de mentes enfermas, que sólo producen excrementos en forma de letras. El ejercicio de la ciudadanía y la convivencia ciudadana, así como la prevención es impostergable para atacar de fondo este problema cuyas, consecuencias parecen imperceptibles, pero que generan grandes conflictos interpersonales, violencia y un círculo peligroso de agresividad que se drena convirtiéndose en hechos cada vez más peligrosos.
Crisis moral
Cuando la agresión proviene de personas que se definen como profesionales, es mucho más vil porque la academia no debería permitirse los excesos del verbo subjetivo, de quienes solo pueden ser llamados ignorantes. La educación formal e informal pareciera está dejando de lado la educación ciudadana como un elemento esencial para la prevención del delito y la violencia social. Cuando se traspasan los límites de lo tolerable y ofender se convierte en la regla, nuestra sociedad está en peligro de sucumbir ante la crisis moral más grande de la Historia. La respuesta hacia un agresor no puede ser la violencia, tampoco el silencio absoluto complaciente, más bien elevar el costo público de su conducta dejando en ellos un aporte que invite no sólo a la reflexión sino a sancionar moralmente, aunque sea aumentando su sentido del ridículo, pero jamás asumiendo la misma conducta errada. Debemos incorporar entre nuestro sistema de valores y principios, para muchos perdidos, la aplicación de la sanción moral como una forma colectiva y social de despreciar aquello que obstaculiza la convivencia y la tolerancia como ejercicio ciudadano de igualdad y respeto hacia los demás ciudadanos. Quien agrede y ofende sólo deja claro el complejo grave de inferioridad que lo acompaña, amén de una suerte de desgracia moral interna que los convierte en ciudadanos dignos de compasión y merecedores del conocido block en las redes sociales.
TIPS PARA QUE TE DEFIENDAS
1.-Hay que saber diferenciar con claridad la ofensa de la opinión para saber qué tipo de acciones hay que tomar, entre ellas porque no, ignorar. Si la ofensa difunde algo falso, expone el honor y la reputación genera la posibilidad de acudir a los tribunales penales a ejercer acciones por difamación o injuria según proceda.
2.-Debemos incorporar a nuestro ejercicio de derechos ciudadanos una variedad de sanciones morales que pueden resultar altamente efectivas para el control de conductas socialmente reprochables. Hemos asumido una posición conformista y quejona de lo que nos sucede en vez de transformar nuestra indignación en una oportunidad para educar a muchos que requieren orientación ciudadana.
3.-Incorporar en las escuelas y en el hogar normas ciudadanas de convivencia es imprescindible. Niños y adolescentes deben acostumbrarse a que el respeto es la clave de toda relación humana. Enseñar a opinar sin ofender es una tarea de vital importancia para recomponer una sociedad cada vez menos humana.
4.-Promover sanciones colectivas en redes sociales es muy efectivo. El sistema de block masivo que permita sacar de circulación cuentas que se crean para agredir es muy importante.
5.- Hacerle saber al agresor, con inteligencia, educación, respeto, pero mucha fuerza cuan despreciable es su actitud se convierte en una forma de drenar con elegancia, diferenciándose de él, haciendo de ese espacio un momento de Paz.
Mónica Fernández
Twitter: @monifernandez