Comprar un auto nuevo, estrenarlo y usarlo; castigarlo por carreteras llenas de baches, hacerle unos roces en la pintura y venderlo pidiendo un mínimo de un 50% más es no sólo posible sino hasta normal, en Venezuela.
En el país en que los autos no pierden valor con el uso -con la gasolina casi regalada y un control de cambios que dificulta enormemente la importación-, el mercado de coches está marcado por la alta demanda y la inflación desatada. Pero sobre todo por la escasez.
Para adquirir uno nuevo, en el mejor de los casos, hay que pasar por interminables listas de espera que fácilmente superan el año. Con alguna marca, ni siquiera eso. La respuesta del concesionario es simplemente «hay demasiada gente esperando y no llegan autos».
Claro que se trata de algo normal, teniendo en cuenta que el negocio redondo es comprarlo nuevo para venderlo como usado al día siguiente hasta por el doble del valor. Algo que además es el caldo de cultivo perfecto para la aparición de mafias dedicadas al cobro de comisiones ilegales.
De rebote, los conductores venezolanos padecen el más que «dinámico» e inflacionario mercado de los usados: apenas se anuncian en venta, vuelan de las manos de sus dueños.
Basta pasar por delante de un concesionario de cualquier marca para comprobar una realidad desoladora: están vacíos. Los únicos vehículos que se puede llegar a ver están ya matriculados y vendidos aguardando a la llegada de su dueño.
Con ese panorama, los precios se disparan. Los carros son una inversión que el venezolano se plantea para resguardar su dinero de la altísima inflación: un 40% interanual.
Las automotrices se quejan de, en el rígido sistema de control de cambios de Venezuela, el gobierno no entrega cantidades suficientes de divisas para importar las piezas destinadas a ensamblar unidades que aumenten la oferta.
Sin embargo, el gobierno de Nicolás Maduro culpa a la especulación de los concesionarios y señala a los dueños de las diferentes ensambladoras que operan en el país, así como a los importadores.
Para poner coto a la situación, impulsa la misma solución que en su momento dio Hugo Chávez para el pollo, la leche o el papel de baño antes de que comenzaran a desaparecer recurrentemente de los mercados: control de precios por ley.
También está la «producción propia»: la distribución de modelos de origen chino e iraní que son ensamblados en territorio venezolano y que vende el Estado a «precios solidarios», con nombres como Orinoco o Arauca.
Paciencia para uno nuevo
Irónicamente, comprar un auto nuevo es la opción que consideran quienes no se pueden permitir pagar uno usado. Los que deciden esperar por uno de fábrica lo hacen por no tener presupuesto para costearse el precio de la entrega inmediata, que, junto a la falta de oferta, multiplican el valor de los de segunda mano.
Las historias de calvarios ante agencias oficiales de ventas son casi tantas como clientes se aventuran a entrar por la puerta de los llamativamente vacíos locales.
De entrada, si Toyota es el líder mundial de ventas, conseguir uno nuevo es misión imposible en Venezuela. Quien se anotó a esperar por el suyo hace dos años, tal vez pueda estar cerca de recibir uno.
En el concesionario, la respuesta a BBC Mundo era contundente. «Ya no tenemos listas porque son tan pocos los autos que llegan de la ensambladora que no nos podemos a comprometer a algo que no vamos a cumplir ni en diez años. Si tengo más de mil personas esperando, para qué voy a agregar a nadie más», comenta la dependienta.
En exposición, un flamante Corolla, el modelo más codiciado del país: «Ése es de una embajada, se lo asignaron y así lo consiguieron, fuera de eso, nada».
Durante el primer semestre del año, según Cavenez, se ensamblaron en el país 37.000 vehículos, un 37% menos que el año anterior. La demanda, estiman los expertos del sector, debe rondar los 300.000 al año.
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