Leopoldo Puchi
La visita del Papa a nuestro continente ha sido evento muy importante. Más de lo que parece y de la atención que se le ha prestado. Dos millones de personas participaron de manera entusiasta en las congregaciones realizadas en Brasil. Un nuevo estilo y un nuevo mensaje. La actitud conservadora de la Curia romana, que había servido de mampara a la tolerancia reiterada con los hechos de pederastia y la corrupción financiera, ha sido seriamente cuestionada. El respaldo de masas logrado en la bahía de Río de Janeiro le dará al papa argentino más fuerza a la hora de pasar la escoba en el banco del Vaticano y castigar sacerdotes abusadores.
No es Jorge Mario Bergoglio un radical. Pero ante una jerarquía eclesiástica tan alejada de lo espiritual y de los problemas sociales, aunque aparentemente puritana y pudibunda, sus palabras suenan revolucionarias al llamar a la construcción, en la Tierra, de un “mundo nuevo”, y al solidarizarse con los jóvenes que en diferentes países se han indignado ante la embestida contra las conquistas sociales y que luchan en las calles “para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna”.
El dedo del Papa no sólo apuntó hacia la temible y maleada Curia romana sino que, al reunirse con los representantes de las conferencias episcopales de América latina y el Caribe, lo primero que hizo fue imprecar en tono severo a los cardenales y obispos por el incumplimiento con las líneas trazadas en 2007 en la V Conferencia del episcopado de la región, en la que se hizo un llamado a salir a la calle, ir junto al pueblo y acompañarlo en sus necesidades, en lugar de regodearse en el elitismo, el lujo y el gusto por lo material. “Los obispos han de ser pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza”. (…) Hombres que no tengan psicología de príncipes”.
Por supuesto, el papa Francisco no ha elaborado su mensaje a partir de la Teología de la Liberación ni comparte posiciones claramente socialistas. Incluso, más adelante pudiera estar tentado de reprender a los gobiernos de izquierda, movido por los viejos reflejos y presionado por las mismas élites de las que ha tomado distancia.
Pero nadie puede ignorar que ha hecho un llamado lo suficientemente fuerte y contundente para que los obispos de América Latina, entre ellos los de Venezuela, reflexionen sobre el compromiso social de la iglesia y el aporte que le corresponde dar en la creación de un modelo de economía que tenga al ser humano y no al mercado o la ganancia como horizonte.
Se imagina Francisco una Iglesia austera, sin ostentaciones, que vuelva sus orígenes y se entrelace con los pobres. El cardenal Jorge Urosa y la Conferencia Episcopal Venezolana tendrían, por su parte, que tomar nota del viraje que quisiera dar el Vaticano y cambiar en Venezuela su forma de actuar. El mensaje que ha daño el nuevo Papa no debe pasar por debajo de la mesa.