La exclusión marca la frontera entre quienes gozan en plenitud de sus derechos y quienes se ven privadas o privados de una parte de ellos, con menoscabo de sus capacidades de desarrollo como personas, agravio de su dignidad y, con frecuencia, peligro de su propia vida
“Las diferencias económicas y sociales son escandalosas y no cesan de agrandarse, tanto en las personas como en el mundo, hasta alcanzar dimensiones abismales en muchos casos. Frente a la igualdad en la dignidad y derechos nos encontramos, con la existencia de desigualdades”
A todas y todos nos ha pasado que caminamos por las aceras de la ciudad y nos tropezamos con algún indigente, dependiendo de nuestro apuro le soltaremos alguna moneda o no, quizás juzguemos su situación y hasta digamos para nuestros adentros, este es un “flojo”, “drogadicto” o “vividor” y no le demos nada, en todo caso la mayoría prefiere evitarlo y pasarle de largo.
También ocurre algo similar cuando la policía detiene a alguna persona humilde y de tez morena, “alguna cosa habrá hecho” pasa por nuestra mente. Reflexionando sobre estas situaciones, nos preguntamos: ¿A qué le pasamos de largo? ¿Será que no queremos ver la realidad? ¿A qué le tenemos miedo?, si a los hechos vamos, lo que hacemos con el indigente o el joven moreno es separarlo de nuestra sociedad, si lo ignoramos nos parece que no existe, con lo cual duplicamos la exclusión laboral, educativa y familiar, de la que ya son víctimas. Les convertimos en un no-humano que carece de derechos. Alguien pudiera decir que ese es su problema y que debe resolverlo, pero la realidad es que, en la sociedad en que vivimos mucha gente llega a situaciones similares, con lo cual no se trata de un asunto personal, sino que estamos ante un asunto social y cuya transformación nos convoca como colectivo. Pareciera que nos da miedo asumir que somos coresponsables de estas situaciones, preferimos pasar de lado, pues de lo contrario estaríamos participando del cambio social.
Exclusión social
Una situación como la descrita es la que expertos y expertas del área social han llamado “exclusión social”, la cual describen como un ambiente de separación o privación en la que se encuentran determinados individuos o grupos respecto a las posibilidades laborales, económicas, políticas y culturales a las que otras y otros sí tienen acceso y disfrutan. También entran en esta clasificación aquellas personas o grupos estigmatizados a causa de sus características personales o grupales, como los homosexuales de ambos sexos, las y los enfermos de VIH-Sida, pobres, indígenas, presidiarias y presidiarios, personas con enfermedades mentales o con discapacidad, personas adultas mayores, desempleadas y desempleados, jóvenes sin formación profesional, las y los inmigrantes. En definitiva, estamos ante las personas que venían siendo olvidadas de planes, políticas, estrategias económicas y sociales, y sobre todo, de los espacios donde se toman las decisiones.
¿Un mundo desigual entre personas iguales?
En efecto, la exclusión social, debida a sus posibles orígenes, produce siempre en quienes la padecen la pérdida o lesión del disfrute de sus derechos humanos. La exclusión marca la frontera entre quienes gozan en plenitud de sus derechos y quienes se ven privadas o privados de una parte de ellos, con menoscabo de sus capacidades de desarrollo como personas, agravio de su dignidad y, con frecuencia, peligro de su propia vida. La exclusión se opone radicalmente a los derechos humanos, así lo expresa claramente la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en su declaración del día 17 de abril de 1998, cuando dice: «[La Comisión de Derechos Humanos] exhorta a la Asamblea General, los organismos especializados y los órganos de las Naciones Unidas, así como a las organizaciones intergubernamentales, a que tengan en cuenta la contradicción que se da entre la existencia de situaciones de extrema pobreza y de exclusión social, que es preciso erradicar, y el deber de garantizar el pleno disfrute de los derechos humanos. [Y reafirma que] la extrema pobreza y la exclusión social constituyen una violación de la dignidad humana y, en consecuencia, se requiere la adopción de medidas urgentes en los planos nacional e internacional para eliminarlas».
Las diferencias económicas y sociales son escandalosas y no cesan de agrandarse, tanto en las personas como en el mundo, hasta alcanzar dimensiones abismales en muchos casos. Frente a la igualdad en la dignidad y derechos nos encontramos, con la existencia de desigualdades. Digamos que éstas no se deben a casualidad o la contingencia de fenómenos imprevisibles. Esas desigualdades, se deben a la injusticia generada y mantenida en el seno de nuestra sociedad como fruto del egoísmo personal y colectivo del sistema económico en el que vivimos. Injusticia y exclusión van de la mano porque toda exclusión es una injusticia. Asimismo, el bienestar y el sufrimiento no son dos fenómenos que se producen simultáneamente en la sociedad sin conexión entre ellos, sino que procede el uno del otro y se alimentan mutuamente. La injusticia social que debilita la democracia no es solo producto de la obra de los dirigentes políticos, sino que, goza del acompañamiento de un gran sector de la ciudadanía, dando prioridad a beneficios personales a corto plazo.
Nuestros desafíos
Hemos de hacer frente a múltiples y poderosos retos, entre ellos:
1) El ejercicio de una democracia participativa que de voz a excluidas y excluidos, en el diseño de las políticas que les afectan;
2) Luchar por la promulgación y aplicación de leyes que prohíban la segregación, marginación o exclusión;
3) Implementar medidas que resuelvan las situaciones que dan origen a la exclusión;
4) Conseguir la transformación de un sistema dominante, el capitalismo, que reproduce violaciones a derechos humanos;
5) Incentivar el respecto y goce por los derechos humanos de cada persona, con especial énfasis en aquellas y aquellos en situación de vulnerabilidad, exclusión y marginalidad social para que dejen de ser víctimas:
6) Promover un tipo de desarrollo que respete los derechos humanos y los derechos de los pueblos.
Asumimos que todas las personas somos responsables de todas y todos y tenemos el deber de la solidaridad, que no es un sentimiento superficial, sino por el contrario, la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común. Es en este contexto en el que se suscribe el compromiso por el mayor respeto por los derechos humanos, cuya conquista y goce depende del involucramiento honesto de la sociedad en su conjunto y un mayor entendimiento de lo que significan.
Queda mucho por hacer, no podemos consentir que a nuestro lado haya hermanas y hermanos excluidas y excluidos del disfrute de los derechos, ojalá sepamos ser apoyo y organización social que les ayude a superar su situación y obtener una presencia social que haga justicia a su dignidad, y, que así, nuestras iniciativas promuevan el cambio del sistema económico que les da origen.
Maryluz Guillén Rodríguez
La Voz de los Derechos Humanos
Red de Apoyo por la Justicia y la Paz
redapoyojusticiaypaz@gmail.com