Es necesario analizar por qué el debate en la Asamblea Nacional, tal como quedó demostrado en la sesión de ayer, es llevado por las filas del PSUV hacia una radicalización que ya excede el plano de las denuncias sobre corrupción —infundadas o no— y apunta hacia lo individual y los espacios de la reputación personal de sus adversarios políticos.
El primer elemento que debe considerarse es que, dentro del modelo bipolar de radicalización política y moderación económica que ya hemos comentado en artículos anteriores, al gobierno de Nicolás Maduro le ha resultado muy difícil conseguir algún éxito en el marco de lo económico. La mayoría de las decisiones, que ya resultan urgentes en ese plano, son poco populares y representarían un costo político específico que tiene que pagar. ¿Pero qué pasa si no quieres pagarlo —o no puedes—, porque tu capital es estrecho y está amenazado por unas elecciones municipales que han adquirido un nivel de plebiscito en la opinión pública? Pues que el margen de maniobra disminuye considerablemente y debes distraer la atención del electorado.
El gobierno no ha tenido las bolas de avanzar en la apertura del mercado cambiario, las negociaciones para sincerar los precios y la solución del pasmo en el que se encuentran las empresas expropiadas en estos últimos 14 años. El miedo a los costos políticos le ha dejado preso de medidas populistas tradicionales que podrían maquillar la crisis durante la campaña. Es más fácil quemar las reservas internacionales, el flujo de caja petrolero y asumir más deuda para crear una ilusión de bienestar con dólares regalados de CADIVI, antes que ser serios en un programa de ajuste que atienda el fondo del asunto en medio de la campaña electoral. Pero el populismo económico no es suficiente. Tiene que apelar también al show político mediático, basado en la radicalización extrema contra el adversario, con dos objetivos claros.
El primero es generar la idea de que el gobierno de Maduro es fuerte, haciendo ver que está dispuesto a destruir al adversario, neutralizar a los contrincantes futuros y atemorizar a los posibles financistas de la campaña opositora. ¿Quién se atreve a entregar recursos a una oposición sometida a un ataque hecho mediante acciones que mezclan referentes reales, exageraciones y también mentiras? Atemorizar a los proveedores de recursos y a los políticos es una meta que tiene como blanco a toda la oposición y a quienes quieran ayudarla.
El segundo objetivo es desprestigiar a la oposición en la mente de los electores. Piensan conseguirlo haciendo que sus conectores con ese liderazgo se debiliten: es como una persona que no logra enamorar a otra por sus propios méritos, así que pasa a destruir la reputación de su contrincante. Y como el apoyo electoral de la oposición en las pasadas elecciones les resulta peligroso, deciden señalar hacia el otro lado diciendo “Mira de qué malandro te estás enamorando”.
Pero tomar la bandera de corrupción no es suficiente. El venezolano está acostumbrado a convivir con ella. El electorado presume que hay casos de corrupción y malversación verdaderos en lo público y en lo privado, en el gobierno y en la oposición, en todas partes. Más aún: sabe que la mayor corrupción sólo la pueden llevar a cabo quienes controlan el poder y que ellos son quienes afectan abiertamente al pueblo, algo que contraviene los objetivos mencionados. Y así es como llegamos a este nivel de debate sobre temas personales y privados.
La lucha contra la corrupción deja de parecer una acción de gobierno y se convierte en una excusa para atacar uno de los puntos negros que podría tener algún adversario político, pero además se exagera y se “enriquece” con referentes creados y manipulados, contando una historia que el PSUV espera que cuele gracias al morbo de una población que es desconfiada por naturaleza. Entonces muestran y construyen elementos que luego son amplificados bajo la premisa del “habla mal que algo queda”, un elemento estratégico que ya habían usado en campaña, mezclado con el escarnio moral.
En política, resolver los problemas de la gente y construir un modelo exitoso es más difícil que desprestigiar al contendor y ganar votos por contraste. Llegan incluso a la contradicción de articular ideas que pueden leerse como nosotros no somos homofóbicos, pero este tipo es un maricón. El tema de la prostitución y las drogas es utilizado como vehículo para desembocar en la acción final: utilizar el recurso bastante primitivo del tema homosexual para desprestigiar a un sector político, con la intención de incidir en una sociedad que ellos perciben como conservadora. Un evento como el de ayer sería un escándalo político en cualquier democracia contemporánea.
Pero esto también pone en evidencia el miedo a una fuerza electoral que ya se ha mostrado como, al menos, del mismo tamaño que la suya. Por eso toman estas acciones: porque creen que el elemento de la homosexualidad contribuye a romper la conexión de la oposición con la gente, así como ya antes han aprovechado elementos como que Henrique Capriles no es casado para generar la percepción de que el líder opositor es gay, lo que, por cierto, es un tanto contradictorio con las acusaciones de uso de prostitución convencional que también le endilgan.
Es una estrategia que puede resultar muy costosa para el país en el futuro: estamos hablando de violaciones a la Constitución y a los Derechos Humanos, así como una muestra de primitivismo salvaje. Sin embargo, no estoy seguro de que no tenga un impacto político en una sociedad como ésta. Estas acciones parten, repito, de una confianza que tienen los estrategas del PSUV en que nuestra sociedad tiene una posición conservadora e inmadura políticamente… y eso podría ser cierto.
Ya es malo que el debate se haya radicalizado y tienda al show mediático con la intención de distraer a los electores de la crisis. Pero es aún peor que se intente utilizar elementos como la preferencia sexual para fomentar la discriminación, una acción completamente contradictoria con la búsqueda de la libertad que está plasmada en la Constitución que el mismo Chávez promovió.
Da tristeza ver ese espectáculo en lo que debería ser la casa de todo el pueblo. Yo tendería a pensar que a la gente, bastante empobrecida, le interesa mucho más un debate en la Asamblea Nacional sobre las bolas que debería tener el gobierno para tomar decisiones que enfrenten la crisis económica antes que grandes discusiones y alharacas sobre el trasero de la oposición.
Articulo publicado en Prodavinci