Es obvio, sin discusión alguna, que un Carreño de la estirpe mencionada anteriormente, no es quien entre denuestos y vulgaridad extrema informó a la Asamblea de las acciones bizarras e inconcebibles que de forma artera y malévola, supuestamente practican en la oposición venezolana
Los acontecimientos de los últimos meses y días respecto al trato entre conciudadanos y entre los más conspicuos de los dirigentes políticos, dejan mucho que desear para personas que favorecidos por la salud y la falta de encuentros con la criminalidad, hemos llegado a la tercera y más edad.
Ver por TV a seres supuestamente civiles, educados y formados en la aceptación y tolerancia a la diversidad ideológica, económica y sexual, despotricando y salpicando de su maloliente y asquerosa querella pública a toda una Asamblea y a los ciudadanos de este país es, simplemente, francamente, un espectáculo bochornoso.
La historia y las costumbres venezolanas han consagrado como buenas, sanas y necesarias las enseñanzas del muy famoso “Manual de urbanidad y buenas maneras” del padre de Teresa Carreño y hermano de Don Simón Rodríguez, Manuel Antonio Carreño. Preceptos que extracta y recoge de las mejores situaciones y personas y de los ambientes más refinados y cultos del siglo XIX. De una u otra manera, en cualquier ambiente venezolano –y de algunos otros países– se podía notar como la influencia del Manual condicionaba las más acertadas, responsables, ordenadas, respetuosas y adecuadas formas de relación social e interpersonal, en cualquier ambiente y circunstancia.
Algunos de sus preceptos son, por ejemplo: Entre los deberes morales del Hombre, Capítulo II, de los deberes para con la sociedad, Apartado III, de los deberes para con nuestros semejantes, el Nº VI: “Por el contrario, el hombre malévolo, el irrespetuoso, el que publica las ajenas flaquezas, el que cede fácilmente a los arranques de la ira, no sólo está privado de tan gratas emociones y expuesto a cada paso a los furores de la venganza, sino que vive devorado por los remordimientos, arrastra una existencia miserable, y lleva siempre en su interior todas las inquietudes y zozobras de una conciencia impura.”
Decía el autor del Manual en la Sección de Urbanidad, Capítulo I, Principios generales, Apartado I, que: “Llámase urbanidad el conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y para manifestar a los demás la benevolencia, atención y respeto que les son debidos.”
En el Apartado XXV dice: “En ningún caso nos es lícito faltar a las reglas más generales de la civilidad respecto de las personas que por algún motivo creemos indignas de nuestra consideración y amistad. La benevolencia, la generosidad y nuestra propia dignidad, nos prohíben mortificar jamás a nadie; y cuando estamos en sociedad, nos lo prohíbe también el respeto que debemos a las demás personas que la componen.”
Y luego, en el Capítulo V, del modo de conducirnos en sociedad, en su Artículo I, de la conversación, dice, en el apartado IX: “Nuestro lenguaje debe ser siempre culto, decente y respetuoso, por grande que sea la llaneza y confianza con que podamos tratar a las personas que nos oyen.”
Qué cosa tener que ver y oír que en la más alta tribuna de esta nación, que otrora contó con tribunos y gobernantes de lenguaje tan depurado como, Simón Bolívar, Andrés Eloy Blanco, Arturo Uslar y Rómulo Gallegos, por nombrar los más publicitados, a personas que emiten sonidos vulgares y soeces con pretensión de palabras para agredir, maltratar, indisponer y ofender a otros seres humanos que desarrollan su vida en el mismo terreno de la política pero se encuentran en el extremo opuesto a las letrinas.
Es obvio, sin discusión alguna, que un Carreño de la estirpe mencionada anteriormente, no es quien entre denuestos y vulgaridad extrema informó a la Asamblea de las acciones bizarras e inconcebibles que de forma artera y malévola, supuestamente practican en la oposición venezolana. Este es otro Carreño, que además no conoce el Manual de Urbanidad, ni ningún otro código de comportamiento social ni político.
Tendrán el mismo apellido pero no son lo mismo.
Álvaro G. Requena