Durante su infancia, Leonarda Ciaciulli –cuyas armas con las que descuartizó a sus víctimas son exhibidas en el Museo Criminológico de Roma-, intentó suicidarse en dos ocasiones, traumatizada porque su madre la despreciaba porque había nacido producto de una violación
“La última víctima fue Virginia Cacioppo (…) cuyo cuerpo terminó en una olla. Cuando se había derretido la mezcla de carne y huesos, le añadió un frasco de colonia y tras mantener la macabra y maloliente mezcolanza en ebullición, logró hacer un poco de jabón cremoso”
Con el singular apodo de la “Jabonera de Correggio” pasó a la historia criminal Leonarda Ciaciulli, una asesina en serie italiana que obtuvo este sobrenombre por haber convertido en jabón a todas sus víctimas.
Leonarda Ciaciulli nació en Montella en la provincia de Avellino al centro-sur de Italia, el 14 de noviembre de 1893. Su nacimiento fue producto de una violación, motivo por el cual su madre la odiaba, por lo que vivió una tormentosa infancia que la llevó a intentar suicidarse dos veces, aun siendo una niña.
Se casó en 1914 con Raffaele Pansardi, un empleado de la oficina postal, pero sus padres no aceptaron la relación y su madre la maldijo, porque tenían pensado casarla con su primo. La pareja se mudó a un pequeño poblado llamado Lariano en Alta Irpinia, pero en 1930, tras un terremoto que sacudió pueblo perdieron la casa donde vivían.
Leonarda y su esposo se mudaron a Correggio, donde Leonarda tuvo 17 embarazos, perdió a tres de sus hijos en abortos involuntarios, 10 hijos más murieron durante sus niñez y sólo le sobrevivieron cuatro hijos, a los cuales cuidó sobreprotegiéndolos.
Del sufrimiento al homicidio
A pesar de que Leonarda se había convertido en una amorosa madre y llevaba una vida bastante tranquila, siguió siendo atormentada por sus pesadillas y pensaba que era perseguida por la terrible maldición de su madre que tanto la odiaba.
Entre 1939 y 1940 Leonarda Cianciulli asesinó y descuartizó a tres mujeres para fabricar jabones. La versión más aceptada es que la atormentada dama decidió cometer estos crímenes tras la partida de su hijo consentido, Giussepe, quien se enlistó para pelear en la Segunda Guerra Mundial.
Sus tres víctimas fueron mujeres de edad mediana que eran sus vecinas. A las tres logró acercarse con la promesa de rejuvenecerlas con tratamientos faciales, logrando con este engaño que las señoras fueran hasta su casa, donde ella cometía los asesinatos.
La primera víctima fue Faustina Setti, una solterona a la que le dijo que la ayudaría a conseguir marido, por lo que le cobró 30 mil liras. La drogó con una copa de vino, después la mató con un hacha y la cortó en nueve pedazos. Colocó los restos en una olla, añadió siete kilos de sosa cáustica, que había comprado para hacer jabón y tras agitar la mezcla, la vertió en varios cubos con la esperanza de poder hacer jabones con los restos.
En cuanto a la sangre, la puso en la agujero, esperó a que se coagulara, la secó en el horno y la mezcló con harina, azúcar, chocolate, leche y huevos, así como con un poco de margarina. Finalmente, tras amasar todos los ingredientes, terminó haciendo varios pasteles que sirvió acompañados de una taza de té a las señoras que la fueron visitar. Ella y uno de sus hijos también comieron de esos pastelillos.
Francesca Soavi fue la segunda víctima. Leonarda afirmó haberle encontrado un trabajo en una escuela para niñas en Piacenza y al igual que Setti, fue a visitar a Cianciulli antes de su partida, momento en el que también fue atontada con somníferos y luego asesinada con un hacha.
El crimen ocurrió el 05 de septiembre de 1940. El cuerpo de Soavi recibio el mismo trato que el de Setti y Leonarda la había despojado de 3 mil liras antes de acabar con su vida. También la había convencido de escribir postales a sus amigos, informándoles que se mudaría, para que nadie se extrañase por su ausencia.
La última víctima fue Virginia Cacioppo, una exsoprano quien decía haber cantado en La Scala. Leonarda le aseguró que había encontrado trabajo para ella como secretaria de un empresario en Florencia y al igual que las otras dos mujeres, le hizo una visita a su amiga, el 30 de septiembre de 1940. El patrón del asesinato fue exactamente lo mismo que el de los dos homicidios anteriores.
Su cuerpo terminó en una olla, al igual que los otros dos. Cuando se había derretido la mezcla de carne y huesos, le añadió un frasco de colonia y tras mantener la macabra y maloliente mezcolanza en ebullición, logró hacer un poco de jabón cremoso y vendió las barras de este producto entre sus vecinos y conocidos.
No hay crimen perfecto
Este parecía haber sido su golpe maestro, pues obtuvo 50 mil liras y se quedó con varias joyas de Virginia Cacioppo. Sin embargo, la cuñada de Virginia empezó a sospechar de la desaparición de ésta, por lo que fue a la policía que pronto empezó a investigar y así detuvieron a Leonarda Cianciulli.
La intención de Leonarda, en aquellos tiempos de escasez de alimentos, era hacer jabones con los cuerpos para poder sostenerse económicamente. Esto lo logró a medias, pues sólo consiguió una espantosa pasta sin forma y muy blanda.
Por estos escalofriantes crímenes, Leonarda Cianciulli fue juzgada cuando se puso fin a la Segunda Guerra Mundial. El tribunal la encontró culpable de los tres crímenes atroces y la condenó a 30 años de prisión y a tres años más en un asilo mental. Falleció en el penal psiquiátrico de mujeres de Pozzuoli el 15 de octubre de 1970 por una apoplejía cerebral.
Una serie de artefactos del caso, incluyendo el caldero en el que las víctimas fueron hervidas, se exhiben en el Museo Criminológico de Roma.
El último crimen
“Ella terminó en el bote, al igual que las otras dos (…) su carne era muy blanca y cuando se había derretido añadí un frasco de colonia y después de mucho tiempo en ebullición fui capaz de hacer un poco de jabón cremoso más que aceptable. Le di las pastillas a los vecinos y conocidos. Los pastelillos también eran mejores: la mujer era muy dulce”. Con estas palabras, Leonarda Cianciulli describió su último crimen.
Edda Pujadas / Twitter: @epujadas