La buena educación (II)

En el artículo pasado abordamos el tema de la buena educación desde la perspectiva del acceso y la escogencia adecuada de la carrera. Ahora, en esta oportunidad, la idea se centra en el aspecto cualitativo, referido a la calidad que debe tener esa educación universitaria a la que optan los jóvenes que se gradúan de bachiller.

En esta dirección, la primera convicción que deseo compartir es que la calidad de la educación no depende solo del Estado y las políticas publicas que se fomentan para tales efectos. La responsabilidad individual (y de la familia como núcleo fundamental de la sociedad) es pertinente -y en algunos casos- determinante para lograr con éxito esa educación de calidad que deseamos y debemos tener si en realidad deseamos ser útil a la patria.

A la inversa, esto no quiere decir que el Estado no debe ser afanoso en la búsqueda de mecanismos que garanticen la calidad, como de hecho lo está haciendo el Gobierno Bolivariano, pero en esta cruzada deben sumarse la responsabilidad individual de la que hable en párrafo anterior.

Si hacemos un ejercicio para aproximarnos a una ponderación lo mas certera posible, del peso que juega cada actor, Estado e individuo receptor de la educación, podríamos inferir con cierto grado de probabilidad lo siguiente: supongamos que un estudiante fajado, esos que investigan por cuenta propia, que leen más allá de lo que exija la cátedra, que son ratones digitales, que son activos en redes sociales, esos que contrastan teoría y práctica mediante el fenómeno de la observación, reflexión y crítica, esos que no se quedan con lo que dicen los profesores, le toca estudiar en una institución de precaria calidad, aun pese a este hándicap, este perfil de estudiante puede derivar en un profesional exitoso, pero si planteamos el caso al revés, estudia en una buena universidad, pero es flojo y no hace lo anteriormente descrito, será un profesional mediocre.

Es clave internalizar que en el proceso de educación deben ser activos ambos actores, el que da y el que recibe, esa combinación garantiza que la educación universitaria sea cada vez de mejor calidad. En cuanto a la responsabilidad y estrategias del Estado, será crucial promover que los estudiantes tengan acceso a la tecnologías, a las condiciones adecuadas de transporte, alimentación y salud integral.

En cuanto a la calidad del personal docente y la institución propiamente dicha, me parece interesante emular algunas prácticas que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, ha aplicado en ese país hermano. De acuerdo con información disponible sobre este tema, en Ecuador se establecieron criterios de calidad a las instituciones publicas y privadas, se les otorgó un plazo para adaptarse y quien no cumplía perdía el derecho a ofrecer servicios educacionales de tercer nivel. Por supuesto, que muchos chillaron, pero fue una acción contundente que en el futuro rendirá sus frutos.

En nuestro país, el acceso ha crecido exponencialmente, ahora nos toca reimpulsar los mecanismo que mejoren la calidad. Insisto, en Ecuador se han tomado iniciativas dignas de emular. La última, ofrecer a profesores muy cualificados españoles trabajar en ese país con el compromiso de transferir conocimientos a los formadores ecuatorianos.

Miguel Pérez Abad

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