En medio de un inclemente dolor producido por una apendicitis, aparece un “médico integral”, que te dice con pasmosa tranquilidad que “no tienen dónde operarte (…) estamos colapsados”, por lo que te darán una “orden abierta” para que busques “un hospital que tenga camas”… allí comienza un “ruleteo humanista”, del que sólo Dios puede salvarte para que no mueras de mengua
Llegas al Hospital Militar de Caracas con un intenso dolor en el área del abdomen. Apenas puedes caminar. En el área de Emergencia, el personal de guardia ordena la realización de unos exámenes preliminares, los cuales determinan que tienes apendicitis. Sientes esa permanente punzada que precariamente te permite estar de pie, pero ya estás consiente que tu vida está en riesgo.
En medio de esa desesperación, aparece un “médico integral”, que te dice con pasmosa tranquilidad que “no tienen dónde operarte (…) estamos colapsados”, por lo que te darán una “orden abierta” para que busques “un hospital que tenga camas…”.
Ruleteo “humanista”
Así comienza el “ruleteo”, ese que no sufren ministros y altos jerarcas del chavismo del Gobierno “obrerista y socialista”, quienes sólo acuden a centros de salud privados, nacionales o extranjeros…
El peregrinaje en busca del “hospital que tenga camas” continúa en el Periférico de Catia. Nada más la entrada deprime, la reja tipo cárcel custodiada por un integrante de la milicia que, al menos de manera amable, te dice que “hay un solo médico cirujano, pasen a ver si los atienden”. Accedes al recinto y lo que llama la atención es que no hay ni enfermeras para informarse. Te topas con unos camilleros sin camillas hablando no sé qué y responden con desdén a tu dolorosa premura: “Pregunta en esa puerta a ver qué te dicen”…
Tras interminables minutos, por fin aparece una enfermera que te da pistas sobre el bendito especialista: “está ocupado, aguántate por ahí”. Ante la inclemente apendicitis, casi que le ruegas que te aplique “algo” que te amaine el padecimiento, pero ella de lo más “light” te dice que no, porque “se te va a aliviar el dolor, y si no te ven sufriendo no te paran… y de paso, no tenemos qué ponerte”.
Tras cumplirse casi los cuarenta minutos de espera, aparece un apresurado joven con indumentaria azul, por fin sabes quién es el médico cirujano, y te dice que no te puede atender porque “no tenemos insumos… no hay ni anestesia”. De inmediato, el galeno te da la espalda para ingresar a una de las salas de atención, donde ves cómo cose en carne viva la piel de un paciente herido en el cuello.
Medicinas “no hay”
Precariamente sigues en pie… ¿instinto de supervivencia?
Pocas alternativas de hospitales en Caracas llegan a tu cabeza tras el “ruleteo” de dos que están colapsados, en un país que se da el lujo de financiar escuelas de samba en Brasil, equipos de fútbol en Bolivia, plantas eléctricas en Cuba y Nicaragua, al igual que centros de salud de altísima calidad en Uruguay. Con un barril de petróleo que cerró esta semana por encima de los 103 dólares… ¿nos merecemos semejante desastre?
Sigue la búsqueda de camas. Llegas al Hospital Vargas, a ver si allí la pegas y no te mueres, ahora sí, literalmente de mengua. Ya el dolor provocado por la apendicitis te nubla, sientes que hasta hablando se te van las pocas fuerzas que te quedan, sólo Dios dispondrá lo que te pasará. El Gobierno “humanista” es una ficción bien montada, tanto en “el canal de todos los venezolanos”, como en los periódicos que reseñan el “bienestar” de un país en el plano virtual. El “contacto con la realidad” lo padeces con tu vida en la entrada del Hospital Vargas, esperando que alguien se apiade de ti a ver si te atienden.
Un periplo tortuoso que se inició un sábado a las nueve de la mañana, continúa a las tres de la tarde. Personal obrero del Vargas ve tu sufrimiento. Uno de ellos, conmovido ante lo que observa, te hace “el puente” con una médica para que te asista. Por fin no te ignoran, aunque lo primero que te dice es que no tienen insumos y que tendrás que practicarte varios exámenes de urgencia, “muchos no los hacemos aquí, así que tendrás que buscarte un laboratorio… será uno privado”. La egresada de la Universidad Central de Venezuela, mientras “se paren los reales” para pagar todos los chequeos, coordina con colegas de otros centros de salud la que a todas luces era una inminente operación. Una vez reconfirmado el diagnóstico de apendicitis, pide a tus allegados que compren Gerdex –que vale unos 600 bolívares-, que se usa para desinfectar quirófanos.
Afortunadamente, sales con éxito de la intervención que médicos venezolanos realizaron con las uñas. Lo único es que durante los cuatro días de hospitalización, en medio de los malestares postoperatorios, sabes que tendrás que vaciar tus ahorros y pedir prestado para comprar los fármacos por los que gastarás un promedio de mil bolívares diarios, ello sin incluir el tratamiento de las próximas semanas… porque en el Hospital Vargas, medicinas “no hay”.
En serio… ¿todavía eres?
Este es un cuento de la vida real del que fui testigo. Nadie me lo contó. Y viene a colación porque esta semana conversé con unos camaradas con los que años atrás sostenía debates sobre nuestras diferencias políticas, aunque siempre les aclaré que no soy opositor porque me defino como “no chavista”, que es otra cosa. Duras confrontaciones con argumentos siempre tuvimos, en el marco del respeto porque nuestras visiones distintas nunca conspiraron contra la convivencia y la amistad.
Mis camaradas de Petare están desilusionados y decepcionados. Que mastiquen pero no traguen al “Potro” Álvarez es lo de menos. Están claros en una cosa: “El legado del Comandante Chávez se perdió”. El desabastecimiento, la inseguridad, la ineficiencia, la corrupción y la crisis hospitalaria se ha enseñado contra todos sin distingo social o político, especialmente en estos meses, que más bien parecen años, de Maduro en la presidencia.
Por eso, me atreví a preguntarle a uno de mis camaradas de Petare, el más “comecandela” –quien incluso estuvo en Círculos Bolivarianos-, y con el que más discutí en años anteriores: “¿Y tú todavía eres chavista?”. Un silencio sepulcral y la mirada clavada en el piso fue lo que me dijo sin hablarme. Igual calló la protagonista de este cuento, la “ruletada por el humanismo”, quien desde hace tres meses no consigue qué responderme
SIN RODEOS / Richard Sanz / Twitter: @rsanz777