Poseídos por la dulzura del arpa, zapateando ellos y escobillando ellas como si no tocaran el suelo, el joropo, rey del folclore venezolano, toma plazas, teatros y tascas, en una lucha por imponerse a ritmos foráneos que, como todo en Venezuela, tiene sus tintes políticos.
Enfundado en un elegante liqui-liqui (traje entero típico) azul, Yasser, un oficinista de 38 años del popular barrio 23 de Enero en Caracas, pasea a Xiomara por el tablado instalado en una plaza del emblemático Paseo Los Próceres, cual si dibujaran febrilmente con los pies.
«Para bailar joropo hay que amar nuestra cultura. En Caracas, muchos lo menosprecian, lo ven como música de viejos o campesinos», dice a la AFP Yasser, antes de sumarse a decenas de bailarines improvisados, llegados de Caracas y sus alrededores, para disfrutar un tarde dominical joropera, organizada por el gobierno.
Su pareja de baile, Xiomara, coquetamente maquillada, de blusa y falda verdes con vuelos estampados de flores multicolores, hace alarde, sobre unos zapatos de tacón naranja, de la destreza que adquirió de niña… y de su mote bien puesto: «La estilista del joropo».
En el este de Caracas, en el teatro del municipio opositor Chacao, jóvenes músicos, formados en academias, derrochan virtuosismo en una descarga de arpa, cuatro -pariente venezolano de las antiguas guitarras- y maracas, instrumentos usados en el joropo, con mayor o menor protagonismo según sus aires: tuyero (centro de Venezuela), oriental y llanero (oeste).
«Hablar del joropo es hablar de Venezuela, es la cédula de identidad de los músicos venezolanos», resume a la AFP Eduardo Betancourt, arpista de 37 años, mientras ensaya para el concierto. «Pero hace falta mirar más hacia adentro», añade a su lado Edward Ramírez, quien hace magia en el cuatro con sus uñas acrílicas.
«Apartheid» o «asunto de soberanía»
En sus multitudinarias concentraciones populares, el presidente Hugo Chávez, fallecido en marzo tras 14 años de gobierno, cantaba a viva voz piezas de este género que se comparte con Colombia en la región de los llanos. A Nicolás Maduro, electo en abril para sustituirlo, se le ve ahora bailar joropo con su esposa Cilia Flores en actos públicos.
«Cuando Chávez llegó al poder… ¡a bailar joropo todo el mundo! Cada vez que bailo, me acuerdo de él. Para mí, no está muerto», dice María Villarreal, una empleada doméstica sexagenaria, ansiosa por mover su delgadita figura.
En el jolgorio de Los Próceres, Benito Irady, presidente del estatal Centro de la Diversidad Cultural, dice a la AFP que, antes de la revolución de Chávez, «expresiones como el joropo estaban relegadas, menospreciadas». «Hoy son un asunto de soberanía frente al modelo único de la globalización», agrega.
«Aquí había una época en la que a la gente le daba pena (vergüenza) poner joropo. Había una intencionalidad de desmontar lo nacional», afirmó hace poco la diputada chavista Gladys Requena, al defender la recién aprobada Ley Orgánica de la Cultura, rechazada por algunos artistas y opositores que creen servirá de control ideológico de la expresión artística.
En Chacao, el maraquero y guitarrista Manuel Rangel recuerda que la música es universal. «No estamos apoyando a un régimen político en el rescate de la cultura venezolana. Hay muchas cosas que el Estado ha apoyado, pero es absurdo que por rescatar la tradición quieran anular otras culturas que son importantes», señala.
Para el destacado percusionista Diego «El Negro» Álvarez, «hay un apartheid cultural». «El gobierno decide quién toca en tal lado, la oposición quién toca aquí. Yo soy del grupo que pertenece al centro: Ni me calo a los chavistas ni me calo a los opositores. Hago música y punto», dice.
«El arpa me habla»
En alpargatas -como se baila el joropo llanero y el oriental- o en tacones -el tuyero-, en las calles o en los teatros, el género más popular de la música venezolana está lejos de morir.
Surgido en la época de la colonia española, mezcla tradiciones hispano-criollas con el aporte de los esclavos africanos. Entre sus principales exponentes están Reynaldo Armas, quien ocupa una banca en el Parlamento, y Enemecio Sánchez, «El Gabán», quien asegura llevar 48 años «trasnochándose para ganarse la comida de sus hijos poniendo a la gente a bailar».
«Al que no le guste lo nuestro/cállese y no busque rollo/que estamos en Venezuela/y aquí se canta lo criollo», dice el buche -como se llama en joropo tuyero al cantante-, haciendo gala, en sus coplas, de su talento de improvisador.
Al caer la noche en Los Próceres, ajenos a las interpretaciones políticas, Yasser siente, según sus palabras, que cada acorde lo «eleva». Y Xiomara, una romántica de 42 años, lo describe en verso: «Yo siento que el arpa me habla y me dice: dibuja. Y yo con los pies… dibujo». AFP