En un aeropuerto militar cerca de Roma, Italia, hay un féretro esperando. En él descansan los restos de Erich Priebke, el criminal de guerra nazi fallecido la semana pasada a los 100 años.
El cuerpo de Priebke está a la espera de un lugar que quiera enterrarlo. Pero hasta el momento, casi nadie parece tener los brazos abiertos para recibir a este exoficial nazi, responsable de participar en la matanza de 355 civiles en las Fosas Adreatinas, en las afueras de capital italiana, en 1944.
La masacre, una de las peores ocurridas en Italia durante la Segunda Guerra Mundial, fue un acto de venganza por la muerte de 33 soldados alemanes a manos de la resistencia.
Tras la noticia de su muerte, que ocurrió en su casa de Roma donde cumplía arresto domiciliario -pena que no le impedía salir de compras, ir a la iglesia o de paseo por la ciudad-, las autoridades romanas solicitaron permiso para no enterrarlo en su territorio.
No obstante, la ceremonia para despedir a este hombre, que nunca negó sus crímenes pero que jamás se mostró arrepentido por ellos, debió ser cancelada a último momento el martes, por los enfrentamientos ocurridos en la entrada de la iglesia en Albano Laziale, cerca de Roma, entre grupos neonazis y manifestantes antifascistas.
Opciones
Una opción que, tras el deceso, barajó el abogado de Priebke, Paolo Giachini, fue la de enterrarlo en Henningsdorf, su ciudad natal en el noroeste de Alemania. Pero, con el argumento de que el cementerio local sólo admite entierros de habitantes de la ciudad y sus familiares, las autoridades le denegaron el permiso.
Otro escenario que se vislumbró en un momento dado era enterrarlo en Argentina, donde descansan los restos de su esposa. Pero el gobierno de ese país tampoco quiso abrirle las puertas.
Argentina fue para Priebke su segundo hogar. Allí vivió en el anonimato durante cerca de 50 años antes de ser extraditado a Italia.
Después de huir tras la guerra a Buenos Aires, Priebke se refugió en la ciudad de Bariloche, un centro turístico de lagos y montañas en el sur del país, donde vivió y trabajó como maestro, hasta que fue descubierto por un equipo de periodistas de la cadena estadounidense ABC.
Priebke fue luego extraditado a Italia, donde fue condenado a prisión perpetua en 1998.
En medio de la polémica, el presidente de la comunidad judía de Roma, Riccardo Pacifici, planteó otra posibilidad para resolver el entuerto que no obligaría a nadie a quedarse con sus restos: cremarlo. «Desperdigar sus cenizas, como se hizo con Adolf Eichmann (uno de los principales ideólogos del Holocausto), evitaría que su tumba se convierta en destino de peregrinación».
AP