Pedir dinero en la camioneta de pasajeros parece haberse vuelto costumbre. La estrategia apela a que quienes escuchan sientan compasión, miedo, y eso les haga entregar dinero. Esta situación no solo resulta incómoda para las personas que esperan llegar a su destino, que ven interrumpido su itinerario con solicitudes repentinas; también es una ocasión para aumentar la sensación de vulnerabilidad de cada cual
De interés
Combatir la inseguridad tiene que ver con ganar en tranquilidad y no solo con identificar la intención de quien delinque o la probabilidad de convertirse en víctima
En Caracas, una mañana cualquiera sales de casa en busca de una camioneta que te lleve al trabajo, no porque no te guste el Metro, sino porque a esa hora el sistema está abarrotado y las alternativas son necesarias. Una vez en ella dejas divagar tus pensamientos, escuchas la radio, lees un poco quizá, porque a esa hora la cola no se hace esperar. Si alguien entra dando los buenos días a viva voz, te pones alerta, te espabilas mucho más que con un café. Puede ser alguien ofreciéndote una promoción inmejorable; una persona pidiendo “lo que salga de su corazón”, a cambio de caramelos, tarjetas o algo por el estilo; también, y en ese caso tu corazón se acelera, guardas todo cuanto llevas en mano, alguien que dice algo como: yo no vengo a robar, yo necesito una colaboración, salí de la cárcel y necesito completar para el pasaje. En este último caso, se combinan la intimidación y los prejuicios.
Martillar da cabida
a la inseguridad
Pedir dinero en el transporte público parece haberse vuelto costumbre. La estrategia apela a que quienes escuchan sientan compasión, miedo, y eso les haga entregar dinero. Esta situación no solo resulta incómoda para las personas que esperan llegar a su destino, que ven interrumpido su itinerario con solicitudes repentinas; también es una ocasión para aumentar la sensación de vulnerabilidad de cada cual.
En una sociedad donde las condiciones para la violencia aún están vigentes, sean estas estructurales (desigualdad social y económica, por ejemplo), institucionales (corrupción, impunidad, desconfianza en la instituciones) o coyunturales (como el acceso insuficiente a actividades de esparcimiento o la presencia de armas de fuego sin regulación); las posibilidades de despertar temor en unas y otros están a la orden del día.
En Venezuela, la inseguridad es percibida como “muy grave” en un 61%, de igual forma, se reporta que el 92% de los robos son cometidos por personas no conocidas por la víctima; según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Ciudadana, publicada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en el año 2009. En un espacio común como el del trasporte público, con tan solo asomar la amenaza, el rechazo y la aprensión se disparan. Evitar situaciones como esta puede contribuir a estrecharle el cerco a la inseguridad.
Combatir la inseguridad tiene que ver con ganar en tranquilidad y no solo con identificar la intención de quien delinque o la probabilidad de convertirse en víctima. Es importante que en contextos del día a día la vulnerabilidad, la amenaza y el riesgo de la propia vida no desencadenen el miedo generalizado, la permanente condición de sospecha que conduce al abandono de los espacios públicos y es caldo de cultivo para los prejuicios.
Las irrupciones
y los prejuicios
Escudriñar a otra persona con la mirada, valorarla por su apariencia, por las marcas de su cuerpo, por su lenguaje, es una oportunidad de dar rienda suelta a los prejuicios escondidos tras nuestras experiencias y nuestra valoración de lo que está bien o mal. El o la extraña de la camioneta que nos aborda sin aviso ni invitación nos pone en ocasión de activar valoraciones negativas sin argumento, de dejarnos ganar por el miedo a lo repentino y desconocido.
De un lado y otro la situación es difícil. Unos requieren sortear sus necesidades cotidianas, otras llegar a su destino. Cada cual lleva consigo sus apreciaciones y las emplea como un ejercicio de economía cognitiva que no siempre oculta intenciones discriminatorias. Zanjar la cuestión a favor de uno u otro lado no es sencillo. Creer en la ilusión de una convivencia estándar que se ve alterada por quien irrumpe con su palabreo sería idealizar el común de nuestros contactos. Condenar sin más a las o los solicitantes sería invalidar de plano su necesidad.
Según la encuesta de hogares del INE, agosto 2013, la población desocupada se ubica en el 8 %, aún queda mucho por hacer en la incorporación de la población económicamente activa a las actividades que permiten obtener sustento. Probablemente, quienes piden dinero en las camionetas son personas desfavorecidas en lo que a ocupación productiva se refiere.
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Ante la ley:
corresponsabilidad
Frente a las situaciones estructurales que generan inseguridad, la labor principal corresponde al Estado. La generación de empleos es una de esas responsabilidades. Bien vale promover actividades donde quienes piden dinero en las camionetas puedan reorientar sus esfuerzos en trabajos que le den sustento sin reforzar los prejuicios y la sensación de riesgo en las y los transeúntes. El Estado está en el deber de implementar políticas orientadas a reforzar la seguridad, con esfuerzos como el desarme y las políticas de generación de empleo.
Ciudadanas y ciudadanos, por su parte, pueden echar mano de las normas que rigen lo prohibido y lo consentido en el transporte público para acatarlas y hacerlas cumplir. La Ley del Transporte Terrestre (2008) establece que el pasajero o pasajera tiene derecho a exigir un servicio seguro (Art. 108). El Reglamento de la Ley de Tránsito Terrestre (1998) prohíbe entrar o salir del vehículo en lugares no destinados para ello y dificultar el paso (Art. 185). El reglamento veda a quienes conducen tomar y dejar pasajeras y pasajeros fuera de las paradas, e indica mantener cerradas las puertas al circular (Art. 176).
Usuarias y usuarios tienen el derecho de exigir el cumplimiento de las normas que rigen el uso del transporte público, como alternativa para disminuir la percepción de riesgo. De cara a la seguridad, la mejor contribución que podemos hacer en el ámbito del transporte público es convivir en ese espacio desde el cumplimiento de nuestras responsabilidades, el ejercicio de nuestros derechos y el reconocimiento de los derechos ajenos
Estrella Camejo
La Voz de los Derechos Humanos
Red de Apoyo por la Justicia y la Paz