Somalia tiene una de las tasas más altas de enfermedades mentales en el mundo y con un sistema de salud devastado por años de guerra, la mayoría de los enfermos no reciben ayuda médica. Muchos son encadenados a los árboles o en casa. Algunos incluso están encerrados en jaulas con hienas. Pero un hombre está tratando de cambiar todo eso.
El anuncio del doctor Hab se escucha hasta tres veces al día en las estaciones de radio de Mogadiscio. «¡Se ha vuelto loco! ¡Está huyendo!», grita el actor. «¡Encadénenlo!»
El escenario es familiar en Somalia. Un hombre poseído por los espíritus y la única opción para su familia es detenerlo y llamar al jeque. Pero a medida que el joven protesta, una voz que desafía las tradiciones somalíes truena.
«¡Detengan las cadenas!», ordena la voz. «Si está teniendo problemas mentales, llévalo al hospital del doctor Hab. Él no lo encadenará, lo ayudará».
El doctor Hab no es en realidad un psiquiatra. Se trata del personaje de Abdirahman Ali Awale, un enfermero que, después de tres meses de entrenamiento especializado en la Organización Mundial de la Salud (OMS), asumió como su misión rescatar a los enfermos mentales de Somalia. Dice que es capaz de tratar todo, desde la depresión posparto a la esquizofrenia.
Y es que la alternativa de una visita a Hab podría ser una a los herbolarios populares de Somalia o a jeques que todavía defienden sus curas tradicionales, que a veces son bárbaras.
Las hienas y malos espíritus
«Hay una creencia en el país de que las hienas pueden verlo todo, incluyendo a los malos espíritus que la gente cree que causan enfermedades mentales», le explica a la BBC Hab.
«En Mogadiscio, se ven hienas que han sido traídas del campo y familias que pagan US$560 para que su ser querido sea encerrado durante toda la noche en una habitación con el animal».
El costoso tratamiento -más que el salario medio anual- es tan brutal como suena. Al arañar y morder al paciente, se cree que la hiena está forzando al espíritu malo a salir. Se sabe que algunos pacientes, incluyendo niños pequeños, han muerto durante el proceso.
«Estamos tratando de mostrarle a la gente que esto es una tontería», dice Hab. «La gente escucha nuestro anuncio de radio y se entera de que una enfermedad mental es como cualquier otra y debe ser tratada con métodos científicos».
La campaña de Hab fue motivada por un incidente en 2005 en el que fue testigo de cómo un grupo de pacientes eran perseguidas por las calles por jóvenes. «Nadie las ayudaba», dice. «Después de eso, decidí que tendría que abrir el primer hospital psiquiátrico de Somalia».
El Hospital de Salud Mental Pública Habeb en Mogadiscio se convirtió en el primero de los seis centros de Hab en toda Somalia. En total, han tratado a más de 15.000 pacientes.
Sólo había tres psiquiatras ejerciendo en toda Somalia en el último recuento y Hab -a pesar de su falta de títulos de alto nivel- es el responsable de lo que se ha convertido en el principal proveedor del país de servicios de salud mental. Incluso lleva una carta del ministro de Salud que lo dice.
La tarea de Hab
Hab enfrenta una ardua tarea. La OMS estima que uno de cada tres somalíes tiene o se ha visto afectado por una enfermedad mental, lo que contrasta desfavorablemente con el promedio mundial de uno de cada 10. En algunas partes del país, donde la población ha sido más psicológicamente marcada por décadas de conflicto, la tasa es aún mayor. Los casos de trastorno de estrés postraumático son comunes y la situación se complica aún más por el abuso generalizado de drogas.
«El khat es un gran, gran problema», dice Hab refiriéndose a la hierba estimulante que se ha masticado durante siglos en el este de África. Se cree que los efectos secundarios incluyen ansiedad e incluso psicosis. «Los tratamos en el hospital y se van, pero luego empiezan a comer khat nuevo. A veces veo a los mismos pacientes siete u ocho veces».
Las agencias de ayuda occidentales en Somalia a menudo promueven proyectos enfocados en frenar enfermedades contagiosas, sobre todo porque los resultados son más rápidos y más baratos de obtener. Hab, entre tanto, dice que debe administrar su organización con un mínimo de recursos y un suministro irregular de medicamentos psicotrópicos que obtiene de ONGs y farmacias privadas.
Incluso conseguir que las víctimas reconozcan que su condición constituye una enfermedad es difícil. Los problemas psicológicos son reportados con más frecuencia por los somalíes como dolores físicos, como dolores de cabeza, sudores y dolor de pecho. Algunos conceptos de enfermedad mental ni siquiera existen en la cultura somalí. La depresión, por ejemplo, se traduce como «lo que siente un camello cuando su amigo se muere».
Pero nada muestra la mala comprensión de la población frente a la salud mental mejor que la práctica generalizada de encadenar a los enfermos a los árboles y en habitaciones. GRT, una ONG italiana, ha documentado enfermos que han sido encadenados toda su vida.
«Yo mismo he salvado a muchos pacientes que habían sido abandonados para que murieran», dice Hab quien va con un microbús por las zonas rurales, desencadenando a la gente y llevándolos a uno de sus centros. «Padres, hermanos, parientes acaban siendo encadenados a un árbol y la familia se va».
Sin cadenas
La OMS ha financiado una «Iniciativa libre de cadenas», con el objetivo de erradicar la práctica por completo, empezando por el uso de cadenas en los hospitales. Pero incluso Hab admite haber encadenado a algunos de sus pacientes más agresivos.
Cuenta cómo, en 2007, una consecuencia no deseada de su adquisición de un lote del medicamento antipsicótico (clorhidrato de flufenazina) fue el aumento del apetito en los pacientes. Los llevó a escalar las paredes de su hospital de Mogadiscio en busca de comida. Aún estando desesperadamente enfermos, algunos de los fugitivos murieron a tiros cuando ignoraron las órdenes en un puesto de control militar. Encadenarlos a sus camas, concluyó Hab, era la única opción.
«A muchos pacientes les toma mucho tiempo el tratamiento», dice. «No ha habido ninguna ayuda del exterior centrada en el tratamiento de problemas de salud mental y las principales razones por las que las ONG no se involucran es por una cuestión de costos».
A Hab lo motivan los miles de pacientes que cree que permanecen encadenados en casas particulares. Él muestra lo que necesita en una hoja de cálculo: nuevos colchones, alimentos para los pacientes y el diesel para su minibús. También hay una escasez de psiquiatras y enfermeras calificadas.
La lucha diaria para atender a sus pacientes y el sufrimiento del que es testigo está claramente cobrando su cuota.»Fisiológicamente y mentalmente es un trabajo muy duro», admite. «Yo estaba sano cuando empecé, ahora sufro de diabetes. Estoy lidiando con grandes, grandes problemas yo solo».
«He llorado en la televisión, he llorado en lugares públicos, he llorado delante de los presidentes», dice. «Incluso ahora me dan ganas de llorar».
BBC Mundo