Nada ha quedado al azar en la puesta en escena de su regreso a la actividad tras mes y medio de reposo por la intervención quirúrgica que sufrió en octubre
Cuando más de uno apuntaba a la posibilidad de que Cristina Fernández se mantuviera en un discreto segundo plano tras su neurocirugía, la presidenta argentina ha tomado de nuevo el timón y, con cambios en su Gobierno, nueva imagen y nueva estrategia, ha vuelto a marcar la agenda política del país.
Nada ha quedado al azar en la puesta en escena de su regreso a la actividad tras mes y medio de reposo por la intervención quirúrgica que sufrió en octubre.
Fernández ha aliviado el riguroso luto que mantuvo durante tres años por la muerte de su esposo, el expresidente Néstor Kirchner, se ha calzado una amplia sonrisa y ha mostrado su lado más conciliador en su regreso, pero ha sido implacable a la hora de cesar a algunos de los funcionarios que la acompañaron durante años y que siguieron fielmente sus instrucciones.
Tras el golpe sufrido por el partido gobernante en las legislativas de octubre y la incertidumbre creada por un «cepo cambiario» que ha alimentado el mercado negro de dólares y se ha comido buena parte de las reservas del país, la presidenta ha elegido a dos hombres de su confianza para conducir la economía argentina: Jorge Capitanich, el nuevo jefe de Gabinete, y Axel Kicillof, ministro de Economía.
Capitanich, un reconocido dirigente peronista, con buenas relaciones con los gobernadores y que no oculta sus aspiraciones presidenciales para 2015, se ha convertido en el quinto jefe de Gabinete de Fernández desde que llegó al poder, en 2007, y asumirá el protagonismo que no habían tenido sus antecesores.
Kicillof, considerado el ideólogo de la expropiación de YPF a la petrolera española Repsol, ha tenido una imparable carrera política desde que se acercó a La Cámpora, la organización impulsada por Máximo Kirchner, el hijo del matrimonio presidencial, y apoyada por el fallecido expresidente.
Apenas unas horas después de tomar posesión, ambos salieron hoy a acallar las versiones cruzadas sobre nuevas medidas y a tranquilizar a empresarios y mercados asegurando que no habrá cambios bruscos en la economía y que el objetivo es la «previsibilidad».
No mencionaron la palabra «inflación», pero admitieron que la «variación de precios» es un problema -y muy grave según organismos independientes que cifran el índice en un 25 % anual- y se mostraron dispuestos al diálogo con «todos los sectores».
«No vamos a hacer nada que genere bruscos cambios en la economía y que genere incertidumbre para el futuro», insistió Kicillof, de formación marxista pero dispuesto a hacer concesiones, como demostró hoy mismo en sus primeras declaraciones tras asumir la cartera de Economía.
El Ejecutivo, dijo, no hará nada que perjudique a los trabajadores ni tampoco a los empresarios, ya que «es un modelo que busca que las empresas tengan buenos resultados» para fomentar la inversión.
En el camino han quedado, entre otros, Juan Manuel Abal Medina, que ejerció más como secretario de Fernández que como jefe de Gabinete, y Hernán Lorenzino, un ministro de Economía que se levantó en medio de una entrevista para no responder a una pregunta sobre la inflación real del país, y que ahora será el embajador ante la Unión Europea.
Agencias