En medio de una economía que muestra señales aceleradas de deterioro, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, enfrenta un examen clave con las elecciones municipales del 8 de diciembre, en las que pondrá a prueba su capacidad para ratificar su liderazgo dentro de un chavismo sin Chávez.
Atrapado en un sinfín de batallas en el plano económico y político, Maduro ha tomado como banderas de campaña la lucha contra «la guerra económica» que afirma le ha declarado el empresariado en alianza con la oposición.
Hace dos semanas, imprimió un giro a la campaña al lanzar una fuerte ofensiva para obligar a los comercios a rebajar sus precios, una decisión que empujó a miles de venezolanos a agolparse frente a tiendas comerciales de todo el país para aprovechar las rebajas.
Sin ser él mismo candidato, el mandatario parece haberse cargado al hombro la campaña, con frecuentes apariciones en algunos bastiones electorales clave con el fin de apoyar las candidaturas chavistas en aquellas alcaldías donde al oficialismo le cuesta hacer pie.
En juego están las 335 alcaldías del país, en lo que marcará el regreso a las urnas de los venezolanos tras las elecciones presidenciales de abril, donde la estrecha victoria de Maduro frente a su rival, Henrique Capriles, abrió una crisis política que profundizó la ya tradicional división del país en dos mitades.
Luego de asumir la presidencia en medio de la impugnación de la oposición a su triunfo por una diferencia de apenas 200.000 votos, Maduro apuesta a una victoria de sus candidatos para dejar atrás esos cuestionamientos y terminar de desmentir a quienes aún sostienen que tras la muerte de su líder el chavismo no podrá mantenerse unido.
«Maduro viene de un triunfo muy cerrado en abril. La condición del presidente Maduro es diferente, es mucho más débil, incluso para controlar las fuerzas internas dentro del chavismo», dijo a Efe el analista político Luis Vicente León.
Para contrarrestar esta aparente debilidad, Maduro buscará que el chavismo mantenga o amplíe el número de alcaldías en manos oficialistas y arrebate a la oposición algunos municipios emblemáticos de Caracas y de otros grandes centros urbanos, como la populosa ciudad de Maracaibo, en el occidente del país.
Maduro ha recurrido a algunas figuras ajenas al mundo político para intentar conquistar municipios tradicionalmente opositores y tratar de suplir la ausencia de Hugo Chávez, fallecido en marzo y quien en vida solía convertir los comicios en un plebiscito en torno a su popular figura.
Enfrente tendrá una oposición que ha llamado a su base electoral a volcar en las urnas su descontento con el Gobierno de Maduro, en medio de una escasez crónica de algunos bienes básicos y una inflación del 45 % en los primeros 10 meses del año que golpea su poder adquisitivo.
Tras ser ungido por Chávez como su heredero político, Maduro tendrá en estas elecciones una oportunidad para mostrar que puede mantener vivo el proyecto de su líder y acallar las críticas del ala más radical dentro del chavismo que recela de su liderazgo.
Con un electorado preocupado por cuestiones cotidianas como la inflación y la inseguridad, Maduro ha buscado dar además una muestra de autoridad al pedir y recibir del Parlamento poderes especiales para legislar sin control parlamentario por el plazo de un año.
Voces críticas del chavismo consideran que las últimas medidas han ayudado a Maduro a establecer una «reconexión» con las demandas populares tras un inicio de la campaña para las elecciones «desenfocado» con las preocupaciones del electorado.
También le han permitido correr la discusión desde problemas como el desabastecimiento y la inflación, por los cuales la gente culpa mayoritariamente al Gobierno, hacia la lucha contra la «especulación» y contra el sector empresario.
El resultado de las elecciones del 8 de diciembre podrá evidenciar si las últimas acciones desarrolladas por el presidente Maduro han sido bien recibidas o no por parte de la población venezolana, dijo el politólogo Nícmer Evans a Efe.
EFE