“Ni de broma se paseó por el hecho de que toda la gracia, al final, le había costado 4.500 bolívares. Mucho más de lo que le hubiera costado comprar los tres juegos de ropa íntima si las cosas no estuvieran como están ahora”
Las dos señoras, aunque en ropa casual, lucían muy elegantes. Desentonaba un poco, eso sí, que ambas mantenían sobre sus ojos los lentes oscuros. Aunque ya dentro del local, se los habían dejado puestos confiando en que si algún conocido pasaba casualmente por allí no las reconocería. Siendo opositoras radicales las dos, les daba mucha pena que las vieran en esas, “raspando la olla” en lo que quedaba de esa tienda que antes nunca habían, ni habrían visitado.
Sin haberlo acordado, en la larga espera se alternaban en la cola. Mientras una esperaba que la fila se moviera, la otra daba vueltas por el negocio, más parecido ahora a un garaje desordenado y sucio que a lo que otrora fue una próspera, impecable y surtida tienda de computadoras. Mientras una cuidaba el puesto, la otra “curucuteaba” buscando cosas que llamaran su atención. Cuando les tocó pagar, ambas estaban cargadas de cables HD para TV, forros para laptop y para Ipad 1 (los únicos que quedaban), al menos diez agendas para el 2014, y un par de artefactos con muchos botones y luces (lo único electrónico que quedaba) que no tenían muy claro para qué servían, pero que seguro encontrarían utilidad en manos de sus hijos o nietos, que de esas cosas y de tecnología sí sabían, al menos, más que ellas.
Luego se montaron en la camioneta, modelo 2012 de una de ellas, dejando en el asiento de atrás, satisfechas, sus compras “mango bajito”, sobre todo porque nadie las había reconocido. Justo antes de irse, una de ellas recibió una llamada de su esposo. De inmediato le cambió la cara. El INDEPABIS según le contó el señor, le había caído con una inspección a su negocio, el mismo que ya tenía más de 30 años operando, y luego de imponerle una gruesa multa le había ordenado bajar en un 50% los costos de todo lo que vendían.
-¡Qué barbaridad! –le dijo su amiga luego de escucharle el cuento- ¡No sé a dónde vamos a parar!
-¡Yo tampoco amiga! –repuso, visiblemente indignada- Contábamos con el dinero de las ventas de estos días para pagarle las utilidades a los empleados, y para el viajecito que teníamos pendiente.
-Bueno, –continuó la otra- cálmate que ya no hay mucho que puedas hacer ¡Estos maduristas son unos abusadores y van a acabar con todo! Pero al menos tú y yo conseguimos hoy todas estas cosas a muy buen precio. Vamos a ver si encontramos papel de regalo para envolver las que vayamos a regalar ahora en diciembre ¿Te parece?
-Sí, -cerró la otra- vamos a eso mejor. La semana pasada le cayeron a la tienda esa que está al lado de la panadería en el bulevar, y allí seguro conseguimos el papel bien barato y con rebaja.
“¡Dígame, Licenciado!”
El taxista se detuvo ante la conocida tienda de blúmer y de ropa íntima femenina en general. Su mujer y su hija le habían encargado “las amarillas” para recibir el año con buena suerte, tal y como lo prescribe la tradición popular. Se había enterado por la prensa de que ya el gobierno había inspeccionado el negocio, y había ordenado una rebaja sustancial en toda la línea de bragas y sostenes, así que no “pelaría el boche”. Aprovecharía para cumplir el encargo familiar, y además para comprarle algún regalito sensual a la nueva recepcionista de la línea, una morena voluptuosa y bella a la que todos querían “darle” desde que empezó a trabajar en la cooperativa.
Estaba contento. Aunque fiel al Comandante Chávez, había votado por Maduro sintiendo algunos recelos. Nunca le gustó el bigotón, y le parecía que no llevaba “nada en el buche”, pero como se sentía revolucionario de pies a cabeza, cumplió el encargo y votó cuando le tocó por el heredero designado sin chistar, y lo que es más importante (no vaya a ser que empezaran a acusarlo de “escuálido”) guardándose para sí mismo todas sus dudas. Él sabía que eso de la “autocrítica” y de la “libertad” para cuestionar los liderazgos revolucionarios, entre chavistas-maduristas era pura paja, que se soltaba de la boca para afuera. El mejor revolucionario –él lo sabía, pues había visto a otros pagar las consecuencias de su actitud crítica- era el revolucionario callado, el que obedecía la “línea” que le daban y punto. Disentir o expresar recelos no es una opción para un “hombre nuevo, bolivariano”, pero después de que Maduro le había dado palo a los especuladores y a los usureros, sus dudas se habían disipado. Al parecer el tipo sí iba con todo. El Comandante no se había equivocado.
Luego de estacionarse, y mientras fantaseaba con la respuesta de la joven recepcionista a la atrevida “sorpresa navideña” que le daría -¡Al menos una escapadita me acepta!- caminó hacia el local, pero se encontró con una desagradable sorpresa: La cola para comprar allí le daba dos vueltas completas a la cuadra, y algunos más previsivos, se habían apostado en el sitio desde la noche anterior.
Sin embargo, al echar una mirada a la fila se calmó un poco. Estaban allí varios de los buhoneros de la zona que eran amigos suyos, así que podría pedirles la segunda de que le dejaran colearse con ellos.
-¡No papá! –le dijo el primero al que se lo planteó- La gente anda bruta y cuando alguien se mete de vivo en la cola, lo sacan a coñazos o le piden a la GN que lo saque. No quiero arriesgarme porque quiero comprar muchas prendas, para luego revenderlas en mi puesto ¡Voy a ganar una bola!
-¡Ni de vaina! –le dijo otro, que luego se volteó haciendo como si no lo conociera.
Iba ya a devolverse a su carro, molesto por haber perdido la oportunidad de lucirse con sus mujeres, cuando un sujeto se le acercó y le preguntó si estaría dispuesto a pagarle “cupo” en la cola. Los había para todos los gustos, desde los que valían 3.000 bolívares, cerquita de la puerta, hasta los que se remataban por 500 mucho más lejos. Sin pensarlo pagó los 3.000 y se colocó a menos de veinte metros de la entrada. No se dio cuenta de que el sujeto, después de cobrarle y de ubicarlo, le dio parte de la “ganancia” al GN que cuidaba la cola.
La tienda abrió, y luego de pelear con la gente desesperada que agarraba todo cuanto podía, el orgulloso taxista salió de allí con tres juegos de ropa interior para dama, dos amarillos, para las “legales”, y uno rojo, para la chica de la línea. Le costaron cada uno más o menos 500 bolívares, poco menos de la mitad de lo que le hubieran costado en condiciones normales.
-¡Más nada! –se dijo, mientras se montaba en su carro- ¡Esto sí es Patria!
Ni de broma se paseó por el hecho de que toda la gracia, al final, le había costado 4.500 bolívares. Mucho más de lo que le hubiera costado comprar los tres juegos de ropa íntima si las cosas no estuvieran como están ahora. Tampoco las señoras de arriba se dieron cuenta de que con sus compras, le hacían al negocio de otra persona lo que otros estaban por hacerle al negocio del esposo de una de ellas.
Pero es que como el famoso Chaparrón Bonaparte de Chespirito y su amigo Lucas, estamos todos como locos sin darnos cuenta de ello. Quizás sí, quizás no, pero…
-“¡Dígame, Licenciado!”
-“¡Licenciado!”
-“¡Gracias!”
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @himiobsantome