Miguel Pérez Abad
No hay duda que Venezuela, y Latinoamérica en general, cuentan con un altísimo nivel de emprendimiento empresarial. Tanto en el pasado, como en el presente, diversas investigaciones lo han demostrado. Sin embargo, una vez más, se hace necesario mirar la caracterización de ese emprendimiento para que las políticas públicas sean las más adecuadas, a fin de convertir esas iniciativas en empresas sólidas e innovadoras con visión de futuro.
A manera perceptiva y sin la rigurosidad de una investigación académica he señalado que en nuestro país los emprendimientos estaban más motivados por la necesidad que por la convicción, lo cual no los descalifica de antemano, pero si obliga a hilar fino en el diseño de una serie de estrategias gubernamentales para que a la vuelta de cinco años, estos emprendimientos no formen parte de las estadísticas de mortalidad empresarial.
Apelo a un reciente estudio presentado por la CAF – banco de desarrollo de América Latina -y el Ministerio de Industria, Energía y Minería de Uruguay, a través de su Dirección Nacional de Artesanías, Pequeñas y Medianas Empresas (DINAPYME), denominado “Emprendimientos en América Latina. Desde la subsistencia hacia la transformación productiva”.
En el mismo se da sustento científico a la percepción antes expuesta. El informe muestra los resultados de una encuesta realizadas en 17 ciudades de la región, sobre una muestra de 10.000 hogares, para establecer las características de los emprendedores, arrojando que una parte significativa de los emprendedores impulsa su propio negocio (unipersonal) como alternativa al desempleo y no como opción de crecimiento.
De acuerdo a la investigación, presentada en Uruguay por Pablo Sanguinetti, director de Investigaciones Socioeconómicas de CAF, solo el 25% de los microemprendedores se parecen en sus características (educación, motivaciones, aptitudes para el emprendimiento) a aquellos empresarios más dinámicos que emplean por lo menos 5 empleados. .
El restante 75% entra en la categoría «de subsistencia». Esto implica que optaron por un emprendimiento propio generalmente a partir del desempleo, suelen tener ingresos iguales o inferiores a los de un asalariado y les resulta difícil transitar al sistema formal como trabajadores dependientes.
En fin, se estanca en un punto en el cual no consolida una alternativa empresarial exitosa, pero tampoco puede retornar al mercado formal de trabajo. De allí que, si queremos que los emprendimientos impacten de manera real a la sociedad, produciendo beneficios más allá de la subsistencia, es necesario que los emprendedores cuenten -en cantidad y calidad- con el acompañamiento adecuado en el ámbito financiero y de asistencia técnica por parte del Estado.