“Más que las palabras de los violentos
temo el silencio de los buenos” (M Luther King)
Hernán Papaterra e-mail: hpapaterra@yahoo.com
Recuerdo que el maestro Luis Beltrán Prieto era de una personalidad tal que su sola presencia acallaba cualquier murmullo en el aula. Al hacer sonar su voz, todos a la una misma vez, guardábamos silencio. Claro, silencio para aprender y conocer. Nunca para inmovilizar e ignorar. Acallar para tener el derecho de no callar. Él enseñaba, nosotros aprendíamos. El país cambiaba. La democracia y la libertad reinaban.
Del libro del maestro Manuel Antonio Carreño, el del Manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Carreño, aprendimos otras lecciones. Cuando en el grupo uno toma la palabra, entonces el otro escucha y calla. Es el arte del buen oír y del bien hablar. Es la magia del saber escuchar para luego poder expresar. Esperar que el hablante termine, para responder. Dejar hablar a los demás cuando tengan una idea que quieran expresar.
De nuestra formación como docente aprendimos alguna vez una lección que nos daban en la cátedra de filosofía. El infierno estaba lleno, o casi. Pero aún había una fila de personas esperando para entrar. Salió el demonio y preguntó: – Queda un solo sitio. ¿Quién es el peor de vosotros? A ver, tú, ¿qué has hecho? El hombre respondió:- Yo no he hecho nada. Debe haber un error.- ¿Cómo nada?- Sí, nada. La verdad es que he asistido a muchísimas barbaridades: violencia, guerras y otras cosas peores. Pero yo nunca hice nada… -respondió el hombre asustado-. El demonio volvió a preguntar:- Pero, ¿de verdad viste todo lo que cuentas y no hiciste nada? No hay duda: ¡el puesto es tuyo!
Existe una cultura de gobernante que, llegados al poder, no entienden de límites y de finitud, de alternancia y renovación. Entonces apelan, abusando de la autoridad y el poder concedidos, al miedo y al temor para aferrarse al Estado. Amenazan al elector, hostigan al particular donde más le duele, en su riqueza o fortuna. Invocan la patria y la seguridad. Son aguajes. Pero son un peligro a la libertad y la prosperidad.
Es indispensable perder el miedo para decir lo que uno piensa, y para salir a la calle y decirlo, aun a costa de la propia tranquilidad y de tu vida. El silencio no nos representa ni como persona ni como ciudadano.
Hace poco que leí un texto de Francisco Pantaleo-Gandais, muy aleccionador, que decía: Una vez en un vagón del Metro, escuché a un anciano decirle a un muchacho: “¡Hijo! podrás ver tu propia destrucción, al obedecer a tus mentiras y desconocer tus abusos. De la misma manera podrás ver cuando se destruye de verdad a tu país. ¡Cuando hay dictaduras! Porque durante ellas, las verdades y los derechos son delitos, mientras que las mentiras y los abusos son trofeos.”.
Si llega el silencio en la prensa, en los medios de comunicación, silencio en los ateneos, silencio en los comercios e industrias y en el transporte público, silencio en las antesalas de los hoteles, silencio en las salas de los hogares, entonces cae la dictadura sobre un pueblo; y ello entonces, poco tiempo después, produce alabanzas continuas en los editoriales de los periódicos, en las reuniones públicas, en las asambleas políticas, en los salones de clase y hasta en los templos de las iglesias.