Corrían los tempranos años 80. Una pequeña multitud contenía la respiración en la semipenumbra del Teatro Las Palmas. Allí, en la escena, una contundente Elvira Ancizar, personificada por Doña Amalia Pérez Díaz, zahería con burlas y compasivas malquerencias a un atribulado Pio Miranda que -encarnado magistralmente por Fausto Verdial- juraba y perjuraba que trasladaría su desgarbada humanidad desde la pensión en que residía, ubicada en la catiense subida de Gato Negro, hasta un koljoz remolachero en Ucrania, adonde se llevaría a María Luisa -su novia y hermana de la incrédula Elvira- para que sus hijos no nacieran “en esta equivocación de la historia”. Si, veíamos “El Día que me Quieras”.
El rítmico texto de Cabrujas y la extraordinaria veracidad de las actuaciones mantenían en vilo a todos los que estábamos allí, embrujados por la historia, la poesía, el ingenio… cuando, bruscamente, todo cambio.
El mundo “se fue a negro”: Todas las luces se apagaron, un fuerte olor a quemado invadió la sala, y las lámparas de emergencia colocadas sobre las puertas de salida dieron un toque siniestro a la situación. La agitación, a punto de convertirse en pánico, recorrió las butacas y alteró semblantes, cuando desde la total oscuridad del fondo de la escena se oyó la voz firme de Doña Amalia: “Señoras y señores, la función debe continuar”. Luego la voz, tranquilizadora y demandante al mismo tiempo, dijo la frase correspondiente del texto que daba pie al otro actor a pronunciar su parlamento, y seguir así con la obra.
De esa manera estuvimos, oyendo sin ver, el montaje teatral convertido en novela radial por unos minutos, los necesarios para que el personal de la sala abriera las puertas y procediera a evacuar ordenadamente el aforo.
Salimos, cruzamos la avenida, nos colocamos frente a la fachada del teatro… y empezamos a aplaudir, conscientes de haber sido salvados por el temple de esa gran dama cuya voz serena contuvo los terrores que en el alma humana siempre resurgen ante la mezcla de oscuridad y peligro de fuego.
Allí nos quedamos, aplaudiendo y gritando “¡Bravo!” una media hora, tiempo suficiente para que los bomberos se hicieran presentes, conjuraran la causa del desperfecto, determinaran que la sala era ya segura y los diligentes guías nos invitaran nuevamente a pasar a su interior, donde estuvimos hasta que los acordes finales de La Internacional dijeron a María Luisa Ancízar que -aunque tuvo la gloria de conocer a Gardel- jamás sembraría remolachas en estepas ucranianas. La cerrada ovación de pie premió esa noche la belleza del texto, los aciertos de la dirección y el desempeño de los actores. Pero además reconoció la gracia y valentía de una gran señora que, en medio de la oscuridad, supo convocar a la serenidad y al coraje.
2014, el año en que debemos salvarnos entre todos
Comparto este recuerdo no sólo porque es hermoso, y por eso constituye un buen regalo de Navidad y Año Nuevo para los lectores. Además de hermoso, ahora es útil y pertinente, pue así como Doña Amalia Pérez Díaz actuó con valor ante la oscuridad y la amenaza, y supo promover asertiva serenidad en la conducta de los asistentes a aquella velada a punto de transformarse en desastre, también hoy, en el umbral del 2014, los venezolanos debemos actuar con serena valentía ante un panorama en que los tintes oscuros, es preciso decirlo, no están de un único lado.
No se trata sólo de que el país ha perdido ya la cuenta de las devaluaciones que nuestra moneda ha sufrido durante el 2013; No se trata únicamente de que el precio interno de la gasolina (que, efectivamente, es un regalo) dejará de serlo para nuestro pueblo, mientras nuestro petróleo seguirá siendo regalado a gobiernos -que no a los pueblos- que son socios políticos del gobierno venezolano en el exterior; No se trata sólo de que 2013 cerrará con más de 24 mil venezolanos asesinados por el hampa, o de que enfermedades como la malaria estén ya a las puertas de Caracas tras haberse comido medio país. No. La situación es mucho más grave que todo eso.
Lo grave del asunto es la continuada y amarga falta de amor con que nuestro país es maltratado por ambos extremos de la polarizada escena política: Mientras en el extremo oficialista creen que mantenerse en el poder justifica el sacrificio de cualquier cosa (desde la calidad de nuestras escuelas y hospitales hasta la vida de nuestros policías y la ruina de nuestros comerciantes; desde vulnerar la estructura republicana de estados y municipios hasta afectar severamente la credibilidad del Banco Central, en fin…), en cierto extremo opositor consideran que doce meses sin elecciones son oportunidad propicia para mandar al cuerno los avances logrados y precipitarse, cuchillo en mano, a dirimir “liderazgos” en una pugna en que personalismos y “predestinaciones” intentan ocultar la ausencia de proyectos de país y tesis doctrinarias. Mientras el pueblo sufre los rigores de la más severa, violenta y disolvente crisis nacional que hayamos enfrentado desde fines del siglo XIX, el liderazgo nacional se ve asaltado por “Ches Guevaras” de mentira y “Napoleones” de opereta, combinados en una farsa que no da risa, sino miedo.
Como en aquella sala del hace tiempo desaparecido Teatro Las Palmas, es en medio de esa oscuridad y de ese olor a incendio que debe hoy levantarse, desde ambos lados del espectro político venezolano, la voz de un liderazgo responsable. En el oficialismo tiene que haber gente que entienda que el capital político, social y afectivo del chavismo es formidable y que, aunque no haya sido nunca realmente un proyecto mayoritario, conducido responsablemente puede ser una fuerza que gravite durante mucho tiempo en la vida política, económica y social del país; En el ámbito opositor tiene que haber, además de voces serias como las de Capriles, Falcón, Aveledo y Ledezma, otras igualmente responsables que también entiendan y asuman la necesidad de transformar lo que fue una coincidencia electoral en una propuesta política y una fuerza social, capaz de brindar una salida pacífica, constitucional y democrática a delicada encrucijada nacional
Esa es la voz que necesitamos oír ahora, cuando 2014 se acerca en medio de oscuros nubarrones: Una voz plural y coherente, que llame con valentía a la serenidad y a la moderación, y que tenga claro que Venezuela es un país, no un botín, y que por eso quienes luchan por el poder deben “hacer política” tratando de ser y hacer mejor que el otro, en vez de buscar “destruirlo”, porque “destruir al otro” es también destruir al país, ya que el país somos todos, ¡TODOS!
Si eso llegara a ocurrir entonces sí, ciertamente, habría amplias posibilidades de que 2014 sea un FELIZ AÑO NUEVO!
Jesús Chuo Torrealba / @chuotorrealba