Puede que antes que plantearnos una dieta para perder peso, debamos fijarnos en la velocidad a la que comemos.
Ingerir los alimentos de forma lenta reduce la sensación de hambre y aumenta el agua que bebemos, lo que redunda en un menor consumo de calorías, según un estudio realizado por un equipo del departamento de quinesiología de la Universidad Cristiana de Texas y publicado en Journal of the Academy of Nutrition and Dietetics.
Los investigadores pidieron a un grupo de individuos con peso normal y a otro con sobrepeso u obesidad que realizaran dos comidas. Una la tenían que hacer despacio, imaginando que no tenían restricciones de tiempo, tomando pequeños bocados, masticando detenidamente y haciendo pausas, dejando el cubierto entre bocado y bocado. La otra la tenían que hacer rápido, imaginando que tenían un tiempo limitado, tomando grandes bocados, masticando deprisa y sin hacer pausas ni dejar el cubierto en ningún momento.
El resultado fue que el grupo de individuos con peso normal registraron una reducción estadísticamente relevante en el consumo calórico durante la comida lenta con respecto a la rápida: 88 kilocalorías menos. En el grupo con sobrepeso u obesidad, solo fue de 58 kcal.
«La falta de relevancia estadística en el grupo con sobrepeso y obesidad puede ser en parte debido al hecho de que ingerían menos alimentos en ambas comidas, en comparación con los individuos de peso normal», apunta la autora principal de la investigación, Meena Shah. Según explica, «es posible que los individuos con sobrepeso y obesidad se sintieran más cohibidos y por eso comieran menos durante el estudio».
A pesar de estas diferencias entre los dos grupos, ambos se sentían menos hambrientos una hora después de la comida lenta que de la rápida. Asimismo, uno y otro grupo consumió más agua durante la comida rápida que en la lenta, en concreto doce onzas (0,35 litros aproximadamente) frente a nueve (0,27 litros).