Se ingresa al antiguo mundo de los muertos de Roma a través de una puertita sin marcar, adyacente a la central telefónica del Vaticano.
Allí, sin que muchos lo noten, se encuentra un cementerio romano descubierto hace 60 años, debajo de una playa de estacionamiento de Ciudad del Vaticano, que finalmente será abierto al público a principios de este año.
Este corresponsal lo vio como primicia (ahora, los detalles de las visitas en grupo están disponibles en el sitio web de los Museos Vaticanos): al bajar unos cuantos escalones, se llega a un sótano bien iluminado, con una angosta pasarela metálica que zigzaguea sobre los restos de cientos de tumbas individuales y pequeños mausoleos de piedra.
Se remontan al período que va entre el siglo I después de Cristo, durante el reinado del emperador Augusto, y el siglo IV, cuando el emperador Constantino se convirtió al cristianismo.
Constantino hizo construir la primera iglesia en el sitio donde queda ahora la Basílica de San Pedro. El propio San Pedro, el primer Papa, fue sepultado -según la tradición- en las proximidades de la basílica.
Unos cuantos esqueletos blanqueados por el tiempo yacen en tumbas abiertas, aunque por entonces la mayoría de los que morían eran cremados y sus huesos y cenizas se colocaban dentro de frascos y urnas de terracota.
Sin signos del cristianismo
Pero uno de los elementos más curiosos del lugar es que, pese a estar a pasos de la sede de poder y devoción del catolicismo, no se trata de un cementerio cristiano.
De hecho, los arqueólogos no encontraron ninguno de los símbolos cristianos: el ancla, la cruz o la paloma que se ven comúnmente en las catacumbas romanas, las cavernas subterráneas que se encuentran en las afueras de Roma y que son visitadas todos los años por decenas de miles de peregrinos cristianos.
La Ciudad del Vaticano de hoy en día era un área donde elegían ser enterradas las personas de clase media, muchas de ellas esclavos libertos al servicio del emperador.
Las inscripciones en latín en las tumbas o los ocasionales retratos en piedra nos dan una idea vívida de cómo lucían y a veces incluso de cómo se ganaban la vida los difuntos que yacieron aquí. Alcimus era un arquitecto empleado como escenógrafo del teatro de Pompeya. En su tumba se lo representa con sus herramientas de trabajo: una escuadra y una plomada.
Un tal Tiberius Claudius Optatus cuidaba la oficina privada del emperador. Un famoso jinete local llamado Clemente competía en el equipo de los «azules» de uno de los muchos estadios romanos donde se realizaban carreras de caballos y cuadrigas.
Un escultor, Tiberius Claudius Thesmus, tenía un retrato de él mismo esculpiendo un busto en su tumba con su perro observándolo a su lado.
Una de las esculturas funerarias más conmovedoras es la de un niño esclavo no identificado durmiendo, con una linterna a su costado, esperando a su amo para acompañarlo por los callejones oscuros de Roma. Era un servus lanternarus, uno de los siervos empleados por muchas familias pudientes para iluminarles el camino cuando salían de noche.
Vidas más cortas
El promedio de esperanza de vida en la antigua Roma era corto. Pruebas científicas practicadas por técnicos del Vaticano a los restos humanos encontrados en el cementerio revelan que pocos de los sepultados allí llegaron a la edad de 40 años.
Solían tener mala dentadura, lo cual era un indicio de pobreza y de una dieta con proteínas insuficientes. Hay tumbas de muchos niños que fallecieron en su infancia. Uno de ellos, perteneciente a una familia acomodada llamada Natronii, vivió exactamente cuatro años, cuatro meses y diez días. Su afligida madre le puso el apodo Venustus («niño lindo») y su retrato muestra un rostro bello y triste.
El cementerio queda fuera del muro de la ciudad de Roma, en el cruce de dos importantes rutas: la Vía Triumphalis y la Vía Clodia, que conducen al norte y oeste, respectivamente. Los romanos enterraban a sus muertos al lado de las principales rutas de salida de la ciudad.
Los romanos ricos construían enormes tumbas privadas, algunas de las cuales sobreviven hasta la actualidad a lo largo de la Vía Appia, el camino que lleva al sur, hacia Nápoles y Bríndisi. Era un área llena de parques y jardines, no muy diferente de aquellas dentro de la Ciudad del Vaticano.
Después de la conversión del primer emperador cristiano, Constantino, a principios del siglo IX de nuestra era, parece que el cementerio romano del Vaticano fue abandonado. En gran parte fue cubierto por deslizamientos de tierra, lo cual explica su excelente estado de preservación después de tantos siglos.
Ahora está listo para ser utilizado nuevamente, aunque esta vez como destino turístico.
BBC