Ha sido práctica oficial evadir el tema que más angustia a los venezolanos y marginarlo de la rendición de cuentas del gobierno
Ramón Peña
Invocar la “no politización” de la tragedia de Mónica Spear y su familia responde a la banalidad de quienes consideran este crimen como un hecho (bien sea fortuito o sistemático) sin conexión con el marco institucional que lo propicia; también corresponde al cinismo del régimen, al pretender encuadrarlo en un episodio propio de las series criminalísticas que se ven en TV, sobre el cual el Estado no asume responsabilidad alguna. Ha sido práctica oficial evadir el tema que más angustia a los venezolanos y marginarlo de la rendición de cuentas del gobierno; recordemos que al difunto caudillo le tomó casi trece años referirse públicamente por primera vez al tema de la inseguridad. Este tópico era considerado un aguafiestas en el guion de sus peroratas interminables.
Ante la notoriedad de este crimen, el impostado, rápido en descubrir a los culpables como lo ha hecho en la mitad de los apagones, se apresuró a diagnosticar un “acto de sicariato”. Marrullero intento de diferenciar este sonado asesinato de la criminalidad común que, amparada en la impunidad institucionalizada, balea a diario en todos los estratos sociales. El propio Cicpc no pudo evitar dejarlo en ridículo.
El sarcasmo de estos apparatchicks se encumbra al deslizar el gastado cliché castrista de que el horrendo crimen deviene de “la siembra de los antivalores del capitalismo”. Valga comentarles que la meca indiscutible del capitalismo planetario, la ciudad de Nueva York, con más de nueve millones de habitantes y un complejo mosaico multiétnico, terminó el año 2013 con un registro total de 335 homicidios, es decir, menos de un asesinato por día. Hágase cualquier comparación con las escalofriantes estadísticas de nuestro paraíso ”socialista”. El problema no es el capitalismo, tampoco el socialismo. El problema es vivir bajo el terror del crimen por causas que oscilan entre la tolerancia y la negligencia.