Como la familia es la célula fundamental de la sociedad, la monogamia se transforma en la mejor opción para preservar a la pareja y a los descendientes que se procreen en la relación conyugal. No obstante, la infidelidad también puede ser una opción para quienes por diferentes razones buscan en otros brazos lo que dicen no encontrar en casa y caen en relaciones extraconyugales que se mantienen ocultas.
Asimismo, existen quienes científicamente buscan justificar la poligamia. Para ello hablan de un gen que incide en que los hombres que lo portan tengan un comportamiento infiel. Las mujeres también son biológicamente propensas a la infidelidad por su capacidad multiorgásmica, pero por el bienestar de los hijos, la seguridad emocional y la aceptación de la mayoría adoptan la monogamia.
Cuando los genes son
culpables de la infidelidad
Hasta hace poco la insatisfacción emocional masculina –que se traduce en la búsqueda de alguien que no sólo ejerza el rol de amante sino también el de amiga una vez que, por muchas razones, se pierde esa conexión con la pareja- representaba la primera causa de infidelidad, pues el que se siente insatisfecho emocionalmente busca en otro sitio lo que cree necesitar.
Le sigue la insatisfacción sexual como la segunda condición que conlleva a la infidelidad. A esto se suma que la cultura, la religión, el origen familiar, la educación, las diferencias intelectuales, entre otros factores, influyen en que un hombre sea o no fiel.
Aparte de las causas anteriores, existe una condición genética que hace a los hombres más infieles. Por ello, quienes la tienen ya encontraron a quien echarle la culpa. Y por otro lado, las mujeres podrán elegir entre los hombres que la tienen y los que no. En concreto, se trata de un gen que incide en el comportamiento de infidelidad, pues ejerce influencia en la actividad cerebral de quienes lo portan.
Por consiguiente, a partir de este descubrimiento, la monogamia depende de la genética. Por ende, aquella frase de alerta de las abuelas y de las progenitoras de: “Ten cuidado porque es un sinvergüenza como su padre”, termina siendo muy cierta cuando se indaga en una condición bioquímica que incide en el comportamiento infiel.
Estadísticamente, parece que dos de cinco hombres tienen el famoso gen que se llama “aleto 334”, que incide en los niveles de una hormona que se conoce como vasopresina que se reproduce con los orgasmos, por lo que está ligado a la actividad sexual masculina.
Por consiguiente, la presencia del gen se vincula mucho más al sexo masculino que femenino, y los hombres que tienden a tener una actividad sexual más insaciable son los que poseen el gen infiel, que los hace más proclives a mantener relaciones extraconyugales.
La novedad del asunto es que por primera vez se vincula la manera en que los hombres asumen el compromiso con una condición genética. Entonces, el descubrimiento llevará a muchas mujeres a hacerle el examen genético al compañero sentimental para predecir cuán exitosa será la relación amorosa, ya que quienes carecen del gen en cuestión tienen más posibilidades de ser esposos leales y fieles.
Monogamia versus poligamia
Como algunos defendemos la monogamia, otros defienden la poligamia y la adoptan como sistema de vida. Estos aseguran que estamos programados para ser polígamos, lo que se traduce en la capacidad de responder a estímulos sexuales de diferentes parejas.
La teoría se basa en la idea de que a pesar de que hemos evolucionado seguimos siendo primates. Se le suma a esto que los hombres poseen un tamaño mayor de los órganos reproductores que otros animales y que las mujeres tienen la capacidad de tener múltiples orgasmos refuerzan aún esta teoría.
A pesar de ese sustento científico para justificar las relaciones no monógamas, la sociedad occidental no funciona de esa manera. Al contrario, se enaltece el compromiso, y con él la preservación tanto de la pareja como de los hijos que provengan de esa unión.
Otro aspecto que no toma en consideración quienes justifican la poligamia es que a diferencia de los primates no estamos exentos de entrar en conflicto con este modo sexual de relacionarse, de sentirse heridos o maltratados. Por eso la monogamia resulta más segura y cómoda.
En definitiva, existen sociedades que aceptan la poligamia como forma de vida como, por ejemplo, la surafricana, en la que los hombres que practican esta forma de relacionarse sexualmente expresan que prefieren ser francos en vez de calificarse monógamos y mantener relaciones extraconyugales a escondidas, pero, en general, en estas sociedades las mujeres aceptan esta condición porque se encuentran en una situación de desventaja en relación a otras que se niegan a vivir de este modo.
¿Por qué la monogamia?
Según algunos estudios realizados, las sociedades que practican la poligamia son más violentas, existen más desigualdad de género y una mayor condición de pobreza que las que privilegian la monogamia como forma de vida.
A lo anterior se suma que en estas culturas como pueden escasear las mujeres en edad de casamiento los hombres tienden a tener un comportamiento más agresivo que los lleva incluso a la criminalidad para obtener más recursos y mujeres.
En fin, igualmente, otros estudios comprueban que las sociedades evolucionaron hacia la monogamia por dos motivos: cuidar más a la pareja y proteger la descendencia. El primero se justifica ante lo difícil de proteger a más de una mujer. El segundo motivo se justifica porque los hombres tienden más a cuidar a los hijos cuando practican la monogamia.
Privilegiar la monogamia:
En la sociedad actual existen razones genéticas para entender pero no justificar la infidelidad, como la presencia de un gen que hace a los hombres que lo portan más infieles. A pesar de lo anterior, la fidelidad favorece más a la pareja y a sus descendientes. Por eso, se convierte en la mejor opción para el bienestar emocional de los cónyuges y para la vida familiar.
LaVozdelaMujer / Isabel Rivero De Armas
isabelrivero70@hotmail.com