En una granja, en el interior de la campiña brasileña a 160 kilómetros de Sao Paulo, un equipo de fútbol posa para una fotografía conmemorativa. Nada extraordinario salvo la enorme esvástica de la bandera que sostiene uno de los jugadores.
La fotografía data probablemente de la década de los 30 del siglo pasado, después de que el partido Nazi de Adolfo Hitler se hiciera con el poder en Alemania, en la parte opuesta del mundo.
«Nada explica la presencia una esvástica aquí» dice Jose Ricardo Rosa Maciel, quien trabajó como ranchero en la remota granja de Cruzeiro do Sul, cerca del poblado de Campina do Monte Alegre. Un día, por casualidad, encontró esa instantánea.
Fue entonces cuando comenzó a unir las piezas del rompecabezas. Era la segunda vez que encontraba símbolos nazis a su alrededor. La primera fue en los chiqueros de los puercos.
«Un día los cerdos rompieron una pared y cuando miré entre los ladrillos caídos pensé que estaba alucinando». Cada ladrillo estaba grabado con una esvástica en uno de sus lados.
Muchos investigadores han destacado cómo en el período entre las dos guerras mundiales, Brasil tuvo conexiones con la Alemania nazi. Fueron aliados económicos y en Brasil se forjó el mayor partido fascista fuera de las fronteras de Europa. Contaba con más de 40.000 miembros.
Pero pasaron muchos años antes que Maciel -gracias a las investigaciones del profesor de historia Sidney Aguilar Filho- descubriese la penosa historia detrás de la granja de Cruzeiro do Sul y sus estrechos vínculos con los fascistas brasileños.
El profesor Filho estableció que el rancho había sido propiedad de los Rocha Miranda, una familia de empresarios industriales de Río de Janeiro. El padre, Renato, y dos de sus hijos, Otavio y Osvaldo, eran miembros de Acao Integralista Brasileira, una organización de extrema derecha simpatizante con los nazis.
La familia a veces utilizaba la granja como centro de reuniones partidistas a las que asistían miles de simpatizantes.
Pero también se utilizaba como brutal campo de trabajo para niños abandonados y de razas distintas a la blanca. «Encontré la historia de 50 niños, de alrededor de 10 años de edad, que fueron recogidos de un orfanato de Río de Janeiro. Llegaron en tres oleadas, la primera de 10 llegó en 1933».
Osvaldo Rocha Miranda solicitó y obtuvo la autorización para ser el guardián legal de los huérfanos, de acuerdo a los documentos que Filho descubrió. «El mandó a su chófer por nosotros, quien nos dejó en una esquina», recuerda Aloysio da Silva, de 90 años, uno de los primeros huérfanos reclutado para trabajar en la granja.
«Osvaldo apuntaba con un bastón… ‘Trae a ese para acá, a ese también’, decía. Y de 20 niños seleccionó a 10». «Nos prometió hasta la luna. Nos dijo que jugaríamos al fútbol, que iríamos a montar a caballo. Pero era todo un engaño. Repartieron un azadón para cada uno y nos pusieron a limpiar el terreno», continúa el anciano.
Saludo nazi obligatorio
Los niños eran azotados de forma sistemática con una palmatoria, una paleta de madera con huecos especialmente diseñado para reducir la resistencia al viento y causar más dolor.
Los niños no eran llamados por sus nombre sino por números. El de da Silva era el 23. Varios perros guardianes se aseguraban de que permanecieran ordenados en fila. «Uno de los perros se llamaba Veneno, el macho. La hembra era Confianza», dice da Silva, que aún vive en la zona. «Normalmente prefiero no hablar de lo que pasó».
Otro esos niños era Argemiro dos Santos, que hoy tiene 89 años. «No les gustaba la gente negra», recuerda. «Había varios castigos que se imponían con regularidad, desde no alimentarnos hasta los golpes con la palmatoria. Dos golpes, en ocasiones. Lo máximo eran cinco porque era lo más que podía aguantar una persona».
«Tenían fotografías de Hitler y estábamos obligados a saludar cuando pasábamos. Yo no entendía nada», sigue da Silva.
Pero algunos miembros actuales de la familia Rocha Miranda aseguran que sus antepasados dejaron de apoyar a los nazis mucho antes de la Segunda Guerra Mundial.
Maurice Rocha Miranda, sobrino-nieto de Otavio y Osvaldo, niega además que los niños fueran tratados como «esclavos».
Rocha Miranda aseguró al periódico de Folha de Sao Paulo que los huérfanos del rancho «tenían que ser controlados, pero nunca fueron castigados o esclavizados».
Pero el profesor Filho cree más en los testimonios de aquellos niños, hoy ancianos. Aunque ocurrió hace mucho tiempo, tanto da Silva como Dos Santos contaron historias similares, y no se habían encontrado desde entonces.
BBC