El gobierno ha recurrido, en pleno siglo XXI, a la vieja estrategia comunista de echarle la culpa a la burguesía interna y al imperialismo extranjero, no obstante que ya no estamos en los albores del siglo XX
José Luis Méndez La Fuente
Desde hace ya varios días, las popularmente conocidas «canillas» desaparecieron de los anaqueles de las panaderías y el pan entró también en la ya no tan selecta lista de alimentos y artículos de primera necesidad, que los venezolanos debemos perseguir a diario. Mientras que en el resto de los países de Centro y Sudamérica, por no mencionar ninguno de los que traspasan nuestro perímetro geográfico, aunque haya pobreza, no hay escasez, en Venezuela, donde el gobierno se jacta de haber bajado los índices de pobreza de la población significativamente, la escasez de productos para la vida diaria que anteriormente eran comunes en cualquier supermercado de la esquina, nos empobrece a todos por igual.
El gobierno ha recurrido, en pleno siglo XXI, a la vieja estrategia comunista de echarle la culpa a la burguesía interna y al imperialismo extranjero, no obstante que ya no estamos en los albores del siglo XX y la Unión Soviética sucumbió al «capitalismo salvaje», hace ya rato, para justificar las privaciones alimentarias que muchos venezolanos vienen sufriendo desde el año pasado. De modo que si no se consigue leche o azúcar, por ejemplo, es simplemente porque las empresas productoras disminuyeron su producción o la tienen escondida para crear una situación que tumbe al gobierno. Como guerra económica, define el gobierno lo que sucede. El problema es que ya tenemos supuestamente quince años oyendo la misma historia de una oposición golpista que lo único que hace es conspirar y conspirar.
La oposición alega por su parte, que la falta de divisas, que es otra de las insuficiencias que afecta a todos, bien sea para viajar como para comprar insumos afuera, limita la producción de muchos de los renglones que conforman la dieta básica del venezolano, por lo que el tema termina diluido en la historia sin fin de que el gobierno sí da las divisas pero hay muchas empresas que engañan a Cadivi; lo que lleva a tomar más restricciones e incluso a cambiar el ente regulador o de control cambiario por otro similar, sin que el problema de fondo se solucione.
Lo normal es que en cualquier parte del mundo, en un país común y corriente, los ciudadanos, o sea, eso que aquí solemos llamar pueblo, estén acostumbrados a obtener del Estado servicios públicos eficientes: luz, agua, transporte, seguridad social, orden, autoridad, entre otras cosas, y por supuesto, abundancia de comida en los estantes, papel higiénico y papel para los periódicos. Es la política del «hay de todo», sean los gobernantes de turno de izquierda o de derecha. En nuestro país, es al revés. Aquí se aplica la política del «no hay»; no hay luz, no hay seguridad, no hay harina, no hay dólares, no hay pasajes aéreos, no hay carros, no hay esto o aquello. Y aunque parezca mentira, el gobierno tiene seguidores y gana elecciones. Sin embargo, aún existen personas, incluso en el chavismo, que pueden llamar a las cosas por su nombre.
Conversaba en días pasados con una señora chavista de pura cepa, es decir, de esas que eran fieles seguidoras de Chávez desde siempre y que cuando hoy en día les preguntas por el presidente Maduro, miran de reojo y te contestan con una sonrisa, «sigo la línea del comandante Chávez». Pues bien, tocando el asunto de la escasez, me decía esa persona, contestando algunas de mis preguntas, que sí, que efectivamente la oposición siempre ha estado ahí haciéndole la vida imposible al gobierno, que no es nada nuevo, que ya eso ocurría con Chávez; pero advertía una diferencia, que no dejó de sorprenderme; cuando Chávez gobernaba él no dejaba que llegáramos a esta situación de escasez en los supermercados, porque Chávez importaba alimentos de Brasil, de Colombia, de Argentina, etc., mientras que Maduro no lo hace.
Lo que me llamó la atención, fue la manera con que la señora resumió el problema y lo redujo a una solución que es la misma que en cualquier parte del mundo un ciudadano cualquiera hubiera dado. El gobierno existe y solo tiene sentido para satisfacer las necesidades de la población. Un gobierno responsable, identificado con aquel objetivo no puede permitir que haya anaqueles vacíos en los abastos y supermercados. Salvo, claro está, que la finalidad sea otra.
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