La lucha política en Venezuela está fuertemente polarizada entre el gobierno y la oposición. El gobierno carece de legitimidad de origen (perdió las elecciones presidenciales del 14 A) y de legitimidad de ejercicio (gobierna al margen de la constitución)
Octavio Lepage
Esta es la pregunta clásica que se plantean los conductores políticos para imprimirle coherencia a sus acciones, a sabiendas de que les está vedado cruzarse de brazos, divagar, mariposear, para aparentar que se está en algo. No olvidar que la política es dinámica, lo que se desdeña un tanto por lo manoseado de la expresión, que la lucha por el poder suele ser implacable sobre la base de que el fin justifica los medios y quien se duerme en los laureles se lo lleva la corriente. También hay que tomar en cuenta que la lucha política se desarrolla simultáneamente en diversos escenarios, y que los imponderables no se pueden predecir.
La lucha política en Venezuela está fuertemente polarizada entre el gobierno y la oposición. El gobierno carece de legitimidad de origen (perdió las elecciones presidenciales del 14 A) y de legitimidad de ejercicio (gobierna al margen de la constitución). Sin embargo, permanece en Miraflores, ejerciendo el poder hasta ahora sin insuperables contratiempos. En la dirigencia de la oposición, hasta el momento con perfil un tanto impreciso, se percibe cierta corriente conformista que considera inteligente que Maduro gobierne hasta 2019. El argumento efectista que se utiliza para tratar de justificar tan incomprensible posición es que sería peor un golpe militar, por cierto, olvidando que los militares son el verdadero poder de Venezuela en este momento.
Casi la totalidad de los dirigentes democráticos está en desacuerdo con esa posición pasiva y desairada, ya que el gobierno ni siquiera da señales de estar dispuesto a flexibilizar su intransigencia con el reconocimiento de que la oposición democrática cuenta con el apoyo de la mitad de los venezolanos y que es absurdo ignorarla y pretender eliminarla del juego político. Lejos de tal reconocimiento el gobierno no oculta su pretensión de confinarla a ghettos amordazada y hambrienta, privada de contacto con el mundo exterior por una hegemonía comunicacional absoluta y total, en el mejor estilo nazi stalinista y castro-comunista. Con el gobierno en posición intransigente, arrogante, belicosa, perseverar desde la oposición en el planteamiento del dialogo evidencia ingenuidad política, en la hipótesis más benigna. El dialogo ni siquiera ha servido para evitar que el comisario Simonovis muera de mengua en la cárcel militar de Ramo Verde, a pesar de que han intervenido a su favor la Conferencia Episcopal, presidida por monseñor Diego Padrón, con el respaldo del Papa Francisco.
Para silenciarla el gobierno acusa a la oposición de golpista, a sabiendas de que la oposición no tiene como conspirar aún cuando quisiera. Además, no hace falta, dentro de la Constitución vigente, de 1999, hay infinidad de recursos para desarrollar una oposición recia, tenaz, intrépida que obligue a Maduro y a su equipo a rectificar o a largarse.