Ellos, y muchos otros venezolanos de cualquier signo político, edad, o condición social, parecen coincindir en un par de sentencias, alguna de perogrullo: Maduro no es Chávez, y el fallecido líder hubiese resuelto mejor los problemas actuales.
«En este año sin Chávez, vamos de mal en peor con la inseguridad, la escasez, la inflación, los problemas con las divisas. ¿Podemos estar peor?», se pregunta Anabella, abogada de 44 años y que adorna su cintura con dos banderas venezolanas mientras protesta golpeando su cacerola vacía.
«Chávez tiene un año muerto, pero sigue en mi corazón. Aunque Maduro no es Chávez y nunca lo será, ha continuado el legado de nuestro comandante. (…) Lo importante es que siga la revolución», parece contestarle, desde una marcha oficialista al otro lado de la ciudad Ángel Huice, vigilante privado de 54 años.
Nicolás Maduro es el primer presidente del chavismo sin el «Comandante Supremo», el carismático y controvertido dirigente fallecido el 5 de marzo de 2013 y que revolucionó en 14 años las estructuras políticas, sociales, económicas y culturales del país con las mayores reservas petroleras del mundo.
Pero hoy Maduro, un antiguo conductor de autobuses y sindicalista que durante años acompañó a Chávez en muchos puestos (presidente del Legislativo, canciller, vicepresidente) enfrenta extendidas protestas, algunas con finales violentos, que han dejado 18 muertos y centenares de heridos.
Presidente en construcción
En un país hiperpolarizado, hay una evidencia en la que tirios y troyanos coinciden: Maduro no es Chávez.
Las diferencias parecen radicar en que mientras los opositores más recalcitrantes aceptan las consignas de los líderes radicales de forzar un cambio de gobierno, los chavistas piden tiempo para que el presidente aprenda a gobernar.
Sentado en una acera tras una batalla de piedras contra bombas lacrimógenas de las fuerzas de seguridad en la Plaza Altamira, Daniel Iglesias, estudiante de periodismo de 22 años, se toma un respiro y dice a la AFP: «Ni con Chávez ni con Maduro hemos estado bien (… pero) «al menos Chávez tenía un proyecto».
A unos metros otro joven de 20 años con la cara cubierta por una capucha y que prefirió el anonimato, resguarda su barricada levantada con basura, neumáticos y palos de madera y opina con parsimonia: «Para mí, Maduro es peor que Chávez, quien no hubiese dejado que el país llegara a este punto. Él tenía corazón por Venezuela».
«Lo que pasa es que nos acostumbramos a Chávez, pero hay que darle tiempo (a Maduro) Estoy seguro de que lo va a hacer bien. Si no, el comandante no hubiera alzado su mano», reflexiona Whitnyson Colmenares, un estudiante que tenía 7 años cuando el líder de la Revolución Bolivariana llegó al poder.
Para Whitnyson, Chávez fue su padre y libertador y con énfasis reclama una «oportunidad para Maduro» que apenas «está aprendiendo a ser presidente. Si lo está haciendo bien o mal, Maduro está con la revolución y por eso hay que seguirlo. Lo que me importa es que la revolución esté en el poder».
¿Donde está mi papel de baño?
«Tengo tres meses sin encontrar papel higiénico, tengo que usar servilletas. ¿Y a quién le alcanza el sueldo? ¡Dime!», se lamenta Lucy Oliveira, publicista de 40 años en el distrito capitaliano de Chacao, escenario cotidiano de protestas opositoras.
Lucy, sin adentrarse en cifras, reseña con ejemplos de su vida cotidiana, los reclamos de los opositores que protestan por una inflación del 56% y una escasez pertinaz que hace difíciles –cuando no imposible– encontrar uno de cada cuatro productos básicos.
Esa misma tarde calurosa y rodeada de miles de camisas rojas, algunas adornadas con «La Mirada de Chávez» (un diseño estampado en el que aparecen los ojos del lìder) una empleada pública simpatizante del gobierno chavista coincide en la descripciòn de Lucy sobre lo que ocurre, pero discrepa en las causas.
La inflación, la escasez «son culpa de la oposición que siempre nos ha atacado». enfatiza Yanistra Hernández, de 46 años. Pero con una semisonrisa y un tono de voz menos elevado, de inmediato admite que Chávez, a diferencia de Maduro, «siempre sabía cómo resolver los problemas».
Maduro tacha las protestas opositoras de «golpe de Estado en desarrollo», al tiempo que no pierde oportunidad de conectarse con las bases chavistas, de las que exige lealtad al evocar constantemente el espíritu del «comandante supremo» con discursos que despide con un «¡Chávez vive! ¡La lucha sigue!».
El mensaje cala hondo: Ángel, que orgulloso luce una boina roja y dice haber votado siempre por Chávez, sentencia que la permanencia de un gobierno revolucionario «mantendrá al pueblo atento, vigilante» porque, proclama con ambas manos puestas sobre el corazón, «sin la revolución no hay vida, sin la revolución seremos nuevamente excluidos».
En Chacao los jóvenes al lado de la barricada son los que se sientes excluìdos y reivincidican la calle como espacio de protesta y Daniel agrega que será hasta que «nos escuchen, porque somos una parte del país que el gobierno de Maduro silencia constantemente».
AFP