Escudos de lata o madera, piedras y bombas molotov, hondas y tirachinas para lanzarlas y máscaras antigas caseras: son las armas que los estudiantes usan casi a diario para enfrentarse a los antimotines en Plaza Altamira, en el este de Caracas.
Desde que las manifestaciones iniciadas llegaron a la capital el 12 de febrero al caer la noche esa zona de Altamira del municipio Chacao se convirtió en un campo de batalla, donde jóvenes estudiantes desafían a la policía o a la Guardia Nacional.
Las protestas siguen produciéndose a pesar de la extensión del feriado de Carnaval decretado por el presidente Nicolás Maduro.
Con el paso de los días, los jóvenes han perdido el miedo a la lluvia de bombas lacrimógenas y a los perdigones, e incluso han mejorado su organización para montar guarimbas (barricadas) con escombros, concreto, basura, o enormes árboles que sacan de un terreno baldío junto a la zona de batalla.
«A mí me quitaron el miedo el día que me quitaron a mi amigo Bassil», dice Elena, de 23 años, estudiante de geografía en la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Bassil Dacosta, un estudiante de 23 años, fue una de las primeras víctimas mortales de las protestas en Caracas, que el 12 de febrero degeneraron en disturbios entre manifestantes, fuerzas del orden y grupos armados ilegales.
«Porque él haya caído ese día no quiere decir que voy tener miedo todos los días a salir, salgo por él, por honrar la memoria de Bassil», añade esta aguerrida joven, que lleva el rostro cubierto y prefiere no dar su nombre completo
Como en las manifestaciones del último mes, todos se quejan de la inseguridad, que deja un promedio de 65 homicidios diarios según una ONG, la escasez de productos básicos, las largas colas en los supermercados o la inflación de 56% anual.
Al menos 18 muertos, más de 260 heridos y un millar de detenidos -la mayoría ya en libertad-, es el saldo de las protestas en ciudades como San Cristóbal, Caracas, Mérida, Maracay y Valencia.
¿Por qué en Altamira?
Altamira es un sector simbólico para los opositores al chavismo desde 2002, cuando militares sublevados al gobierno de Hugo Chávez (1999-2013) se concentraron en esta turística plaza para hacer mítines y organizar lo que sería un fugaz golpe.
«Esta plaza es un símbolo de lo que es la oposición, resistencia, como lo quieras llamar, al gobierno chavista. Este es un municipio que siempre ha estado en contra del gobierno, como el municipio Baruta, el Hatillo», afirma Angel, un contador de 34 años.
Con dificultades para respirar y los ojos enrojecidos por el gas, Néstor interrumpe para explicar que permanecen en el Este porque el otro extremo de la capital es considerado «territorio chavista», la zona donde se concentran los ministerios y sedes de organismos estatales.
«Ellos (los chavistas) no nos dejan pasar, eso sería un suicidio para nosotros porque ellos al ver la multitud de gente que estamos entrando a su territorio nos matarían», explica este estudiante de la UCV.
De su lado, Elena considera que Altamira «es más amplio» y tiene «más lugares hacia donde correr» para escapar en caso de que las tropas antimotines salgan de su barrera y empiecen a detener estudiantes.
El aprendizaje táctico de los jóvenes ahora ya es evidente. Luego de semanas de batallas urbanas, son grupos organizados de 30 o 40 jóvenes que avanzan, corren, lanzan molotov o piedras, y fatigan a los antimotines. Luego de unos minutos se repliegan a descansar y son reemplazados por otros grupos.
Residentes del área, un puñado de empresas y la embajada de Canadá, son testigos ya resignados a convivir cada tarde con nubes de gas lacrimógeno, o el temor de ser atrapados en el «combate» volviendo a casa y terminar herido o preso 36 horas, como ocurrió el viernes pasado a un quinquagenario portugués residente de Altamira.
En un receso de ataques de ambos lados, la Guardia Nacional pone en grandes altavoces música llanera. Unos jóvenes que enfurecen a otros se ponen a bailar, mientras cargan sus escudos de láminas de zinc. Los vecinos se resignan ante el nuevo incordio.
De Ucrania y Táchira a Caracas
Aunque la mayoría aprendió las técnicas de batalla en la calle, algunos buscaron inspiración en videos de Youtube sobre las manifestaciones en Ucrania, Egipto o Táchira, en el occidente de Venezuela y donde el 4 de febrero iniciaron las protestas estudiantiles.
De Ucrania aprendieron a hacer escudos y, con ellos, avanzar unidos contra la policía. También la estrategia de lanzar las bombas molotov y piedras al mismo tiempo. De Táchira sacaron las tirachinas gigantes para catapultar con más fuerzas estas municiones.
«Aprendimos cómo hacer los escudos de madera y de láminas» de zinc mirando otras protestas en Internet, explica Adam, quien se autodenomina el ‘comandante’ de la Plaza Altamira y estudiante de neuro-fisiología en la Universidad Central.
«Tenemos de todo, excepto armas», cuenta el ‘comandante’, de 24 años, con un cigarrillo colgando de sus labios y enseñando su escudo, hecho de una antena satelital de televisión.
El descanso llega a su fin. El grito de batalla vuelve a atronar: «¿Quiénes somos?, ¡Estudiantes!, ¿Qué queremos?, ¡Libertad’!», gritan los jóvenes recobrando coraje para otra ofensiva. Este acto está a cargo de un grupo muy compacto que tras sus escudos avanza arrojando molotov contra la policía. Los pocos curiosos hacen mutis por el foro.
AFP