Pero no son sólo los estudiantes quienes trancan las calles con estas barricadas. Médicos, abogados, dueños de tiendas y hasta jubilados del gobierno del presidente Nicolás Maduro participan del proceso.
Todos están molestos de las largas colas que deben hacer en los supermercados, donde persiste la escasez de productos como la harina o el papel higiénico.
Están cansados de tener miedo de los motorizados que, amenazantes, recorren en las noches las calles. Están furiosos por los ataques y arrestos de estudiantes por parte de la militar Guardia Nacional Bolivariana (GNB).
A un mes de iniciadas las protestas, estos desafiantes estudiantes y habitantes de la oposición más radical de San Cristóbal advierten que se mantendrán en las calles hasta que Maduro escuche sus solicitudes o rectifique.
«San Cristóbal es el epicentro donde explotó todo», dice Liscar Depablos, una joven de 22 años que estudia Medicina en la Universidad de Los Andes. «Esto no va a parar», aseguró.
Las manifestaciones estudiantiles iniciaron en San Cristóbal el 4 de febrero tras el intento de violación y robo de una universitaria y se extendieron a otras ciudades del resto del país.
Al menos 20 personas han muerto desde entonces en Venezuela y más de mil han sido detenidas, aunque la mayoría ya fue liberada.
Como Ucrania
En un principio, las barricadas en San Cristóbal fueron pensadas para bloquear a las fuerzas antimotines y tanquetas de la Guardia Nacional luego de las primeras protestas.
Pero muchas personas de esta ciudad de 260.000 habitantes, bloquean ahora las calles para disuadir a las bandas de motorizados que rondan las calles al caer la noche para robar y disparar.
Los manifestantes utilizan las rejas del alcantarillado, rocas, montañas de tierra, vallas publicitarias e incluso un viejo vehículo blindado que arrancaron de un monumento militar y marcaron con la palabra «paz».
En cada barricada, entre 6 y 20 jóvenes enmascarados custodian su territorio con tirachinas, piedras y bazucas caseras con las que lanzan fuegos artificiales.
Depablos vive en una calle ciega en la que sus residentes han hecho una barrera con troncos de bambú y alambre de púas después de que la Guardia Nacional lanzó gases lacrimógenos a sus hogares hace dos semanas, dejando sus ventanas rotas y las puertas abolladas.
«Mi perro se desmayó. Nos metimos en el baño y prendimos la llave del agua para que el gas nos afectara menos», cuenta Depablos.
Ellos muestran una de las bombas con la inscripción «hecha en Brasil» y varios cartuchos de perdigones que marcan la palabra «antimotín».
«Aquí estamos como en Ucrania, esperando el rollo (el problema)» , dice Jarriz Ordoñez, un chef de 33 años, al referirse al alzamiento del último mes en Kiev que generó la huida del país del presidente ucraniano, Viktor Yanukovich.
Sin embargo, analistas consideran que las revueltas en Venezuela están lejos de parecerse a las ucranianas.
El gobierno socialista de Maduro aún goza de una amplia aprobación en la clase pobre del país, que apoyó con lealtad al fallecido líder Hugo Chávez durante sus 15 años como presidente.
El gobierno realizó este miércoles en San Cristóbal una de las nuevas medidas acogidas por Maduro tras las protestas: los «diálogos de paz», pero los opositores se negaron a asistir hasta que los estudiantes detenidos sean liberados.
«No vamos a convalidar una conferencia de mentiras mientras haya represión y colectivos armados», dijo a la AFP el alcalde de San Cristóbal, Daniel Ceballos, en referencia a los llamados «colectivos» armados del gobierno cuya acción violenta han denunciado en las últimas semanas.
Una pausa obligada
El alcalde asegura que el ritmo de vida de esta ciudad ubicada en el estado andino de Táchira (oeste), fronterizo con Colombia, ha sufrido una pausa obligada.
Pocas tiendas están abiertas y algunos vendedores muestran su frustración con las barricadas, que han aumentado la escasez de comida -que ya existía en el país antes de las manifestaciones y se ubica en 28% para enero- en vista de que los camiones con la mercancía evitan la ciudad.
«Están dañando la ciudad», exclama Jesús Robles, gerente de una tienda de arepas (pan de harina de maíz típico venezolano) con 35 años. «No tenemos productos, todo está más costoso», agregó.
Mientras tanto, en los supermercados cientos de personas hacen largas filas incluso antes del amanecer para comprar los pocos productos disponibles.
Por su parte, los partidarios del gobierno aseguran que la falta de mercancía se debe a que muchos se aprovechan de la debilidad de la moneda venezolana para sacar provecho al vender los productos más caros en Colombia.
Los manifestantes, que culpan al gobierno de la escasez y del férreo control cambiario que vive Venezuela desde 2003, están conscientes de los efectos de sus protestas callejeras, pero aseguran que es la mejor forma de mantener en presión a Maduro.
Quienes hoy se mantienen en las calles de San Cristóbal prometen continuar en pie de lucha, pero temen que sus pares en Caracas pierdan el empuje.
«Si no despertamos a la gente en los otros estados, no vamos a lograr los objetivos», dice Johan, un camarero de 31 años que resguarda una barricada en una gran avenida de San Cristóbal.
Fernando Márquez, líder estudiantil de la Universidad del Táchira con apenas 20 años, afirma, desde otra barricada, sentir optimismo.
«Continuaremos con la resistencia en la calle hasta que veamos un cambio en el país. Ahora hay un dicho: seguir el ejemplo que Táchira dio», sentenció.
AFP