Para desacreditar el oficio de los pequeños comerciantes -y expropiarlos, Castro calificó la actividad comercial como improductiva y parasitaria. Diría: “Subsiste todavía una verdadera nata de privilegiados, que medra del trabajo de los demás y vive considerablemente mejor que los demás, viendo trabajar a los demás
El 13 de marzo de 1968, en las escalinatas de la Universidad de La Habana, Fidel Castro pronunció un discurso en el que anunció la llamada etapa de la “Ofensiva Revolucionaria”, discurso que consideramos –desde el punto de vista ideológico- como el más importante entre su infinidad de alocuciones.
Vista retrospectivamente, aquella fecha representó el despegue definitivo del trágico viaje, sin boleto de retorno, que llevaría al pueblo cubano hacia el totalitarismo socialista, hacia el infierno de miseria y opresión en la que hasta hoy vive. Por décadas, hasta hoy, también se harían sentir las catastróficas consecuencias sobre la economía cubana de las medidas que anunció e implementó Castro y que arrasaron con el tejido productivo de la pequeña propiedad urbana del país.
“El capitalismo hay que arrancarlo de raíz”
El Comandante en Jefe comunicó, a dirigentes del Partido Comunista, de los CDR, líderes estudiantiles, sindicales y de la Federación de Mujeres, que había llegado: “el momento de emprender a fondo una poderosa Ofensiva Revolucionaria”.
Dejando a un lado anteriores manipulaciones y engaños, donde juraba que no era comunista, sabía que podía revelar las intenciones que siempre ocultaba tras su frondosa barba porque ya controlaba en su totalidad, aparte de las Fuerzas Armadas, la prensa, radio, televisión, sindicatos, universidades y demás instituciones del país.
El objetivo de la Ofensiva era construir el socialismo, el comunismo en Cuba; y para ello afirmó: “El capitalismo hay que arrancarlo de raíz”
Lo que el dictador cubano tenía en mente, lo dijo sin medias tintas:
“De todas maneras hay que decir con toda claridad, hay que decir que no tendrán porvenir en este país ni el comercio ni el trabajo por cuenta propia ni la industria privada ni nada”
Lo que se proponía, entonces, era extirpar toda la pequeña propiedad comercial que quedaba en la isla, puesto que a las grandes y medianas empresas ya las había expropiado. Confiscaría todos los pequeños negocios urbanos y los pasaría a propiedad estatal, con lo cual lograba trocar a los comerciantes en empleados del Estado -o suyos que era lo mismo.
“Parásitos”
Para desacreditar el oficio de los pequeños comerciantes -y expropiarlos, Castro calificó la actividad comercial como improductiva y parasitaria. Diría: “Subsiste todavía una verdadera nata de privilegiados, que medra del trabajo de los demás y vive considerablemente mejor que los demás, viendo trabajar a los demás. Holgazanes que montan un timbiriche, un negocito cualquiera, para ganar 50 pesos todos los días… mucha gente se preguntará qué clase de revolución es esta que permite semejante clase de parásitos”.
La Revolución contra los bares
Dándoselas de moralista, como buen comunista, Fidel Castro justificó la guillotina que aplicaría a los pequeños negocios, basándose en unas encuestas del Partido Comunista sobre los bares de La Habana y sobre los pequeños negocios en general.
Citamos textualmente para los incrédulos:
“Veamos por ejemplo cosas increíbles…en La Habana quedan…ganando dinero a troche y moche, consumiendo de todo, 955 bares privados.
Y la cifra la enfatizó con el histrionismo del que siempre hacia gala:
“¡Novecientos cincuenta y cinco bares!”
La “investigación” sobre los bares, indagaba sobre datos como ingresos brutos y ganancias (55% obtenía una insignificante ganancia de 25 pesos diarios), actitud revolucionaria (72% no estaban con la Revolución, de allí el interés de Castro en arruinarlos) y tipo de clientela que frecuenta estos negocios (la cual fue calificada despectivamente como de antisociales). Sobre la base de esa información, el estudio recomendaba que “los bares deben ser intervenidos o cerrados”.
La Revolución contra todos los negocios
La encuesta del Partido Comunista sobre las pequeñas empresas en La Habana arrojó datos sobre la legalidad y condiciones higiénicas de los negocios, pero también de sus propietarios: cuántos tenían solicitud de salida del país y cuántos atendían directamente sus empresas.
Los datos no avalaban la expropiación salvaje que se hizo de todos los negocios: 72% actuaba legalmente, 50% estaba en buenas condiciones higiénicas, sólo 5,8% de los propietarios había solicitado permiso de salida del país y el 88% de los dueños trabajaban en su negocio. Pero, nada de eso importaba porque la decisión del dueño de Cuba estaba tomada. La expresó con la siguiente frase:
“¡Señores, no se hizo una Revolución aquí para establecer el derecho al comercio! ¿Cuándo acabarán de entender que esta es la Revolución de los socialistas, que esta es la Revolución de los comunistas?
El fatídico “Marzo cubano” del 68
Así, para acabar con “privilegiados”, “parásitos” y “holgazanes”, en marzo de 1968 Castro arremetió contra las pequeñas empresas privadas, hasta confiscarlas a todas:
“55.636 pequeños negocios, muchos operados por una o dos personas. Entre ellos 11.878 comercios de víveres (bodegas), 3.130 carnicerías, 3.198 bares, 8.101 establecimientos de comida (restaurantes, friterías, cafeterías, etc.), 6.653 lavanderías, 3.643 barberías, 1.188 reparadoras de calzado, 4.544 talleres de mecánica automotriz, 1.598 artesanías y 3.345 carpinterías”.
Esta razzia comercial ha sido la principal causante de la pauperización que el pueblo cubano vive hasta hoy y no el famoso embargo del imperialismo norteamericano, como manipuladamente denuncia la propaganda castrista en la ONU desde 1992 y de la cual se hace eco la izquierda en todo el mundo.
Guión cubano en Venezuela
Nos recuerda Agnes Heller que “la historia, para bien o para mal, es un proceso de aprendizaje”. Aprendamos de la infausta experiencia del socialismo cubano y reconozcamos la importancia de la empresa privada para generar empleo, ingresos y bienes y servicios que mejoran el nivel de vida de la población. No cultivemos nuestros prejuicios antimercantiles, producto del estatismo petrolero, porque le hacemos el juego a la guerra del gobierno socialista contra las empresas. Hay que defender abiertamente a la empresa privada para impedir que Venezuela se convierta en un infierno socialista como el que el dinosaurio barbudo instauró en Cuba.
Heller padeció el comunismo en Hungría. Ante nuestras circunstancias, finalizo con unas orientadoras palabras de esta autora:
“Cuando la mayoría de la población elige esas opciones estratégicas (como el socialismo) no han tenido todavía ninguna experiencia personal sobre ellas, y luego ya no tienen la menor posibilidad de cambiar de parecer”
Baldomero Vásquez