En el gobierno actúan con la obcecada ferocidad de quien resguarda un botín, y en la oposición actúan con la cauta prudencia de quien cuida apoyos. Unos y otros olvidan que aquí lo que se está perdiendo no son petrodólares o votos, sino vidas, vidas venezolanas
En la semana que acaba de concluir se cumplió un mes de la manifestación del 12F, jornada que culminó desgraciadamente con tres asesinatos. Este 12 de Marzo hubo tres asesinatos más, y por lo menos otros 19 en el lapso entre ambas fechas. Más de un millar de presos, cientos de heridos, decenas de denuncias de torturas, son las otras duras realidades que acompañan el ominoso número de las víctimas fatales. Más terrible que este horrendo saldo es la conclusión que del mismo parecen extraer los actores fundamentales de esta desigual confrontación, pues -ante la evidencia del altísimo costo en vidas- en vez de disponerse a cambiar radicalmente su conducta para poder obtener un resultado distinto, le anuncian al país que están dispuestos a seguir haciendo lo mismo, incluso de manera “más drástica”. Y, ya se sabe: Si hacen lo mismo, obtendrán el mismo resultado. Ese resultado hasta ahora ha sido una montaña de cadáveres…
El Gobierno pierde más ante
los chavistas que en las barricadas
A la luz de los hechos, lo actuado por el gobierno en el marco de la presente crisis no sólo ha sido ineficiente para conjurarla, sino que más bien la ha agravado. Los esfuerzos oficiales en el área de la represión y de la política se contradicen y se anulan mutuamente: Ni el uso de la represión legal e ilegal ha logrado acabar con la protesta, ni iniciativas como la convocatoria a una “Conferencia de Paz” le han lavado la cara al gobierno, haciéndolo aparecer como “inocente”. Por el contrario, la feroz represión desatada por la Guardia Nacional, la Policía Nacional Bolivariana y los grupos paramilitares mal llamados “colectivos” contradice cotidianamente los discursos que desde el Palacio se transmiten a diario en cadena nacional de radio y TV. Incluso es un hecho ya conocido por los venezolanos (y también por los periodistas extranjeros que cubren esta crisis) que precisamente cuando los medios son encadenados para difundir los “discursos de paz” en Miraflores es cuando arrecia en las calles la represión. Una represión “sucia” (como “sucia” era la guerra antisubversiva de las dictaduras de derecha en el Cono Sur hace unas décadas), pues al concertarse una suerte de coreografía violenta entre la acción de cuerpos regulares del Estado y grupos ilegales de civiles armados pro-oficialistas, se tiñe de ilegalidad y transforma en desafuero todo lo que hagan. Y el empeño del Gobierno en mantener una “Conferencia de Paz” sin la contraparte del conflicto (los estudiantes y la oposición política) lo que logra es reforzar en Venezuela y en el mundo que el Gobierno segrega y excluye al que disiente.
Pero el espacio donde más terreno ha perdido el Gobierno en los últimos 30 días no es en las barricadas callejeras o en la cada vez más suspicaz opinión pública internacional, sino en el alma del chavista humilde, el del barrio. Ese que nunca se sintió bien expresado en la figura de Maduro, pero que terminó aceptándolo con -momentánea- resignación. Ese chavista humilde al que le hablaron de la represión brutal ejercida contra los estudiantes y el pueblo en los gobiernos “de la Cuarta”, y que ahora tiene ante si este espectáculo de muerte, sangre y torturas, realidad que le salpica por todos lados a pesar del blackout informativo. Ese chavista humilde al que contaban que “en la Cuarta” la policía política allanaba viviendas aplicando el inefable método de la patada en la puerta a medianoche, y que ahora ve como allanamientos similares son ilegalmente ordenados por TV. Ese chavista que nunca observa en su barrio policía que lo proteja del hampa, y que ahora ve asombrado la inmensa cantidad de efectivos destinados a reprimir estudiantes en la UCV o vecinos en Los Ruices. Ese chavista que indignado constata que hay más tanquetas que ambulancias. Ese chavista, en fin, que recuerda como Chávez lidió POLITICAMENTE con una Plaza Altamira tomada durante semanas por militares alzados, y logró una victoria, y lo compara con este Maduro encharcado en una interminable y sangrienta trifulca contra post-adolescentes desarmados…
La barricada pierde más ante
los vecinos que ante el Gobierno
“Ahora más que nunca hay que seguir, hasta que el Ilegítimo se vaya”, es la frase que más se escucha en las inmediaciones de una forma de protesta en la que el pueblo es sustituido por las vanguardias y la estrategia por el voluntarismo. “Seguir” es “seguir haciendo lo mismo”, es decir, estancarse. Y lo que se estanca se deteriora. Mientras la barricada se estanca, su adversario aprende, se adapta. Ahora además de enfrentar a la barricada con la GNB, la PNB o el civil paramilitar, el gobierno creó un nuevo “actor”: el infiltrado. Como los que quemaron la caseta del Metro en Altamira. Como los que destruyeron las oficinas públicas en la Planta Baja de la Torre Británica. “Guarimba” significa “refugio, protección”. En la actualidad es todo lo contrario, al ser utilizada por el gobierno como pretexto para lanzar operaciones de castigo contra toda una comunidad, como en el sufrido Chacao. Ante esas ofensivas el activista tiene la opción de retirarse para luego volver… pero el vecino se queda atrapado en su casa o apartamento, tragando gas junto a sus abuelos y sus bebés, mientras su vehículo es destruido por las tanquetas que en la calle chocan los carros a propósito. Ahora, en vez de conseguir el manifestante “refugio, guarimba” en la comunidad, toda la comunidad es convertida en blanco fijo e inerme ante la represión. Y sin embargo, la irreflexiva respuesta que dan en los predios de la barricada a la urgente pregunta sobre “¿qué hacer?” es la misma: “Seguir…”
Las muertes suman mientras
el chantaje impera
En la dirigencia oficialista el primero que reconozca estas verdades evidentes será tildado de “blando” por sus extremistas, con el agravante de que allí los “extremistas” son quienes detentan las palancas formales del poder. Los “radicales” de la oposición califican de “vendidos” a la dirigencia opositora y a la dirigencia estudiantil que en privado admite estas obvias realidades. Mientras tanto, parte de la población asiste a este desastre no como ciudadanos sino como “espectadores”, como quien ve una película o un juego de video. En el gobierno actúan con la obcecada ferocidad de quien resguarda un botín, y en la oposición actúan con la cauta prudencia de quien cuida apoyos. Unos y otros olvidan que aquí lo que se está perdiendo no son petrodólares o votos, sino vidas, vidas venezolanas. Dicho en otras palabras, el país se desliza hacia el desastre, por el tobogán de la violencia y la muerte, sin que quienes pueden parar la caída hagan algo.
La violencia es inercia,
la paz requiere valentía
Mientras tanto, afuera de la trampa polarizada, afuera de las alambradas de los auto-chantajes, hay un país mayoritario que si de verdad quisiera matarse lo hubiera hecho hace tiempo; un país donde Maduro y “guarimbas” tienen niveles similares de rechazo; Un país que no quiere hacer más cola en un mercado para comprar un producto, o en un hospital para conseguir -meses después- una consulta médica. Un país que necesita una estrategia para cambiar su historia, y no consignas o balas para seguir hundiéndose en la histeria. Un país real, en que el cambio es una dinámica imparable, pero que en este momento necesita con urgencia un liderazgo que tenga la valentía necesaria para detener la matanza, y encabezar la construcción del futuro.
Radar de los Barrios
Jesús Chuo Torrealba
Twitter: @chuotorrealba