Durante el siglo XXI no se ha invertido ni un centavo en desarrollo; solo se ha gastado en hacer lo que no debemos (lo improductivo) y en intentar engañar a la gente indefinidamente
Odoardo León-Ponte
Con el advenimiento del siglo XXI y bajo las premisas equivocadas de que: el barril podría llegar a $200, la producción aumentaría a 5 millones de barriles por día; el valor de las exportaciones cubriría ampliamente todos los excesos de un Estado sin planificación alguna, con los petrodólares nos convertiríamos en «la» potencia política regional, el recién electo sería eterno, podríamos sufragar todas las locuras y los desaciertos sobre esquemas macro y microeconómicos, entre otros, comenzó el trágico juego de llevar el país a la quiebra, manteniendo a toda vela el rumbo inconveniente de intentar convertir al Estado en el proveedor de todas las cosas físicas y espirituales, suplantando o reduciendo al sector privado a la mínima expresión. Aunado a esas premisas se agregó el dominio por parte de un partido político de las instituciones del Estado y un creciente grado de presión sobre la población para controlarla en sus manifestaciones de un cada día mayor descontento con la realidad negativa de su calidad y forma de vida: todo para lograr la eterna permanencia de una «ideología» política fracasada en todas las oportunidades en que se ha aplicado. Pero en criollo: «una cosa es los que piensa el burro y otra el que lo monta». Así, lo que pareció ser un objetivo alcanzable se ha convertido en pesadilla tanto para los que quieren mantener el sistema como para los que vivimos la realidad de las consecuencias de acciones obtusas negadas con el progreso, las necesidades y el desarrollo de la gente. Son conceptos que no han dado resultados satisfactorios en ningún país del mundo y que ha aprendido la mayoría de los países latinoamericanos. ¿Y cuál es el resultado de esa trágica intención de convertir a nuestra tierra en una copia al carbón de la tragedia cubana, pensando que con el petróleo podríamos darnos el lujo de lograr lo imposible? Veamos.
Durante el siglo XXI no se ha invertido ni un centavo en desarrollo; solo se ha gastado en hacer lo que no debemos (lo improductivo) y en intentar engañar a la gente indefinidamente, capacidad de engaño que, apoyada en el petróleo, se ha hecho insostenible al igual que la aspiración de mantener contenta a la gente en base a tasas de cambio del dólar que hacen que nuestras relaciones económicas sean insostenibles y a fuerza de dádivas. ¿Puede un kilo de azúcar costar 6 bolívares que convertidos a una tasa de cambio realística no llegaría ni a 10 centavos de dólar?
Imposible seguir manteniendo la ficción.
Y la situación se ha agravado hasta tal punto que no hay suficientes dólares para mantenerla, no hay capacidad de crédito para ese Estado aparatoso mantenido ilógicamente, no hay producción nacional porque se ha frenado fatalmente a la empresa privada (ya no hay ropa ni carros ni repuestos ni cemento ni cabilla ni suficiente electricidad ni papel toilette: y pare de contar). Hay una producción declinante de petróleo y un mercado en recesión para nuestros crudos y sus precios, aparte de que tenemos que importar la gasolina que antes producíamos. Unamos a esto la incapacidad de seguir dándole subsidios al pueblo que ahora comienza a percatarse de que su continuidad física está en peligro y que su futuro cada vez es más distante, con una inflación que ha cobrado una personalidad inocultable y que se une a la inexistencia de lo indispensable para una vida normal. Y las reservas de crudo más grandes de la tierra en proceso de convertirse en una ilusión.